Buscamos un claro entre la borrasca y lo encontramos en La Moraña. Nos arriesgamos al agua, al barro y al frío con el ánimo de rodar entre nuestros paisajes y comenzamos en Mamblas bajando hacia el rio Zapardiel.

Bercial de Zapardiel
Paisaje morañiego: al fondo Bercial de Zapardiel

Con el viento como enemigo llegamos hasta el vado y lo encontramos seco, apenas el barro de un charco pisado mil veces por la ovejas daba muestras de que estábamos sobre el lecho arenoso de un rio.

¡Qué decepción! Ni siquiera las copiosas aguas de estas semanas de atrás habían conseguido hacer correr al agua por el cauce del Zapardiel.

La Moraña
Rodando en invierno por los caminos de La Moraña

Tratamos de seguir río arriba cuando desapareció el camino entre tierras labradas. Más adelante aparecieron restos; primero los del molino de Torralba con sus dos cárcavos; de ladrillo, ¡Cómo no! y a continuación los del caserío, presididos en lo alto de un cerrillo por la descomunal pared de un misterioso torreón de calicanto que no se decide a caer.

Pusimos rumbo hacia Cantiveros por caminos eternos, solitarios y fríos. En la distancia las torres mudéjares de los pueblos pinchaban los cielos nubosos mientras, recogidos en nuestras bicicletas, avanzábamos despacio y en silencio contra el viento. Afortunadamente el barro se mantenía duro y podíamos rodar sobre las profundas huellas de los tractores.

Cementerio viejo de Cantiveros
Cantiveros, en su viejo cementerio se detuvo el tiempo

Entre suaves lomas reverdecidas apareció Cantiveros con su encalada iglesia y una cruz-libro de granito que nos contó la historia del aquel famoso “Reto” medieval acaecido por los alrededores y, en seguida, Fontiveros. Entramos por la calle de la casa natal de San Juan de la Cruz. Recorrimos sus cuatro callejas, rodeamos San Cipriano y comenzaron a aparecer las aguas: Por la imponente fuente Dos y los pilones de los Chorrillos manaba su “Agua de amor viva…” como creo que dijo el Poeta. Por si poco fuera comenzó a llover suavemente y nosotros seguimos nuestro viaje hacia Rivilla de Barajas.

Charcas en La Moraña
Los bodones se recuperan

A medida que el viento arreciaba la lluvia desaparecía, así que aprovechamos para almorzar al cobijo de la recogida iglesia de Santa María Magdalena en Rivilla mientras observábamos sus sencillas tejas, tapiales y ladrillos conformando los viejos edificios con modestos alardes de filigranas que dan personalidad a la comarca.

El agua había ido apareciendo en fuentes y bodones. A veces los mismos campos estaban inundados. Tocaba de nuevo cruzar el Zapardiel y esta vez, ¡Oh sorpresa!, traía una corriente apreciable y hubo que vadearlo con precaución.

Y los arroyos llenan las balsas
Y los arroyos llenan las balsas

¿Cómo es posible? Unos kilómetros más abajo y estaba completamente seco. Parece que a medida que avanza el río sin más aportaciones el acuífero de los Arenales le reclama estas aguas.

El monótono paisaje morañés comenzó a variar cuando, siguiendo el arroyo del Molinillo, llegamos hasta la ruinosa iglesia de Castronuevo y a su castillo artillado. Allí dimos media vuelta y nos encaminamos hacia Muñosancho. Ahora el viento se ponía de nuestro lado y nos hacía volar.

Fontiveros
Fontiveros: fuente Dos y ermita de Santa Ana

Después de Muñosancho optamos por sobrepasar las lomas que separan las cuencas del Zapardiel con su vecino el Trabancos. De nuevo, frenados por el viento, nos acercamos hasta Flores de Ávila. Allí, después de contemplar su original Nacimiento en el pórtico de su iglesia, nos llevamos la segunda y gran sorpresa de la jornada relacionada con las aguas morañiegas y ésta fue que el finado Trabancos llevaba una notable corriente de agua sobre la que algunas hojas de chopo viajaban haciendo remolinos.

Flores de Ávila, río Trabancos
Y por fin el milagro: ¡El Trabancos llevando agua!

Pocas veces hemos visto al Trabancos con agua, a lo sumo con algún charco, pero nunca con corriente. Pero ahí estaba su cauce arenoso lleno de agua rumbo al Duero.

Tomamos la vereda de la cañada de la Calzada Romana, junto al río, y con el viento a favor cruzamos los pueblos de dos en dos. Pasamos frente a El Ajo y en San Cristóbal de Trabancos cruzamos de nuevo el río comprobando que su corriente era estable y se mantenía firme hacia Rasueros. Un hecho realmente notable que no es fácil de observar. Hace unos años, allí en Rasueros, un paisano se lamentaba junto a las ruinas de un molino de los años que hacía que no veía correr el agua por su río. ¡Ojalá qué esté allí para disfrutarlo!

Encaramos finalmente el camino hacia Mamblas. Desde el alto de Santa Petronila nos pareció ver la comarca entera. Después, en un soplo de viento a favor y ya cuesta abajo, llegamos hasta el pueblo por una Moraña casi vacía, abierta y afortunadamente empapada.

¡Ánimo!: aquí, la ruta en wikiloc.

Flores de Ávila
Original Nacimiento alfarero en Flores de Ávila
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