En nuestros andares por la casi desierta cuenca nos acercamos —en pleno enero—, a visitar al joven Duero por los alrededores de Soria. En sus comienzos lo encontramos dubitativo y desorientado; se despista y está tentado de ser un afluente más del Ebro. Así hasta que en Garray se topa con el Tera, fuerte tutor, que le hace ver su destino y le obliga a un brusco giro hacia el sur, al encuentro del liderazgo mesetario que le espera.
Desde Garray
Nos acercamos desde Soria a Garray por la Cañada Real. Llegamos a un puente verdaderamente singular: paso de cañada y antes de calzada; pero además, bajo sus arcos se juntan dos ríos y entre medias se entronca la carretera de Tardesillas. Bajo el puente encontramos débil al Duero. El trabajo que tiene por delante de llenar el embalse de Abejar —casi vacío— le hace bajar escaso. Por contra, el Tera, río corto y aun salvaje, disfruta del deshielo de las últimas nevadas y baja alegre y abundante, haciendo más patente, si cabe, el empujón que desvía al Duero de sus inconvenientes intenciones. A partir de aquí se somete a su destino y traza un valle del que ya no podrá escapar hasta su verdadero océano.
Tuvo que ser dura la vida en esta tierra en la antigüedad. Pedregales inhóspitos por encima de los mil metros y sin embargo, no solo aquí vivieron los indomables arévacos, sino que todo un imperio se empeñó en dominarlos. Hemos visto los restos de Numancia desde donde se ubicó el campamento romano de La Dehesilla, hemos observado el relieve y comprendido el asedio, admirando el orgullo y determinación de los sitiados.
A partir de la vieja fábrica de harinas nos encontramos con el delicioso río que inspiró a tantos poetas; suavemente encañonado, de paso ligero y a veces brincando, sus aguas bajan claras y frías. Riberas casi salvajes y agradablemente desordenadas. Además, los restos de la nevada reciente…¡Qué paisaje más sereno!
Al acercarnos a la presa del Perejinal, cerca de Soria, observamos como el río se retiene, se ensancha. Casi pierde su ribera y choca con las rocas laterales que parecen de hormigón. Afortunadamente un bonito sendero artificial de madera salva el obstáculo y nos permite seguir el paseo sobre nieve helada. Es el efecto del embalse de los Rábanos que, aguas abajo, eleva unos metros la superficie del agua. Así, a partir de aquí, el río que vemos no es el de Bécquer, ni siquiera el de Machado ni Diego. Es una lámina de cristal gris verdoso y a veces fulgurante, que nos repite la imagen, invertida, de su colección de álamos, sauces alguna anaranjada mimbrera.
Hasta Soria
Llegados a la Mira es agradable contemplar Soria resbalando por el collado hasta el puente de piedra y allí encontrarse con su Duero. Si bien el río ha cambiado, la ciudad sigue impertérrita, hermosa, llena de monumentos increíbles y únicos. Además sus sotos y riberas cuidadas y accesibles te empujan a pasearlas.
Descendemos a lo que queda de San Juan de Duero —¡Qué no es poco!— y después hasta la ermita-cueva imposible de San Saturio cruzando sobre la capa de San Prudencio, en forma de moderna pasarela. Y más tarde subida al Castillo para observar esa «curva de ballesta», bien dibujada. Cerca, el cadáver de un olmo seco descansa junto a Leonor.
Y por fin Soria, primera ciudad del Duero. Sorprendentemente acogedora y hermosa. Los que vivimos en ciudades “estropeadas” envidiamos las belleza y armonía que proporciona el lento crecimiento a través de los siglos que van dejando su selección natural de edificios emblemáticos. Puedes pasearlos y contemplarlos iluminados varias veces en una tarde fría, eso sí, envuelto en todo lo que llevas. Sus callejuelas, sus plazas y su románico, su casino, sus tiendas, y su Alameda. Y en algún bar… qué gozada ¡la barra calefactada!
Dejamos Soria y sus caminos y retomamos el camino de Valladolid; dos ciudades lejanas entre sí. No se si habrá otras en España no unidas por autovía… ni ferrocarril, además de Valladolid-León claro está… siempre es lo mismo.
Con paciencia y precaución regresamos; casualmente escuchamos a Gabinete Caligari y su tema “Camino Soria”. Van cantando algo así: “El sol no llega a calentar pero te encuentras en la gloria”.
Y así ha sido.
Fabulosa entrada! Las descripciones te hacen sentir dentro del río y de sus pueblos.
Me ha encantado este precioso reportaje sobre la ciudad donde nací hace ya 60 años Llevo lejos de ella 36 pero sigue en mi
corazón,siempre seré soriana Un abrazo y ¡¡gracias!!