Hoy nuestro paseo comenzaba de una forma algo extraña. Cuando llegamos a Coruña del Conde era mediodía, el aire muy quieto y estábamos sumidos en una inesperada niebla que nos dejaba sin horizontes. Cuando esperábamos que la niebla hubiera levantado nos sorprendía cerrándose más si cabe.
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Volvimos a recorrer el lugar y disfrutar de sus viejos puentes sobre un abundante Arandilla; descubrimos y nos impresiono el armonioso trabajo de patchwork en su antigua ermita del Santo Cristo y nos asomamos al cantil de lo que queda de su castillo, apuntando hacia Osma, como hiciera hace más de dos siglos, nuestro aviador Diego Marín, hasta aterrizar al otro lado del río.
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Salimos del pueblo tomando una cañada de merinas que nos llevó por un precioso monte de colinas redondeadas donde los abundantes restos de corrales asolados por el tiempo nos contaban sobre la vida tan diferente de no hace tanto.
La cañada la perdimos y ello nos obligó a tomar el camino hacia Hinojar del Rey. Al llegar a sus alrededores tomamos al camino del Pontón y seguimos hacia Oriente entre la niebla y el barro.
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Curiosamente al cambiar de provincia, junto al arroyo de Valdevidales, el camino se perdió en un campo arado que tuvimos que atravesar cargados con la bicicleta y hundiéndonos hasta los tobillos en barro. Está claro que debemos de ir abandonando los planos y mapas, cada vez más abandonados en favor de las imágenes satélite.
Pero al otro lado apareció el camino y seguimos remontando el valle del Espeja. Por allí deambulaban unos perros sueltos; no nos molestaron y no los dimos importancia. Rodábamos en medio de una encalmada y el silencio era absoluto cuando al comienzo de un repecho y apareció un reguero encarnado. Al final del mismo, a unos cincuenta metros un bulto informe y oscuro estaba en el centro del camino.

El reguero que manchaba el camino era claramente de sangre. Comenzaba con un charquillo líquido aún y terminaba donde un buen jabalí yacía, a nuestro parecer, muerto.
Estábamos algo desconcertados. Todo parecía indicar un disparo pero… tendríamos que haberlo oído. Sin tocar al animal seguimos camino con precaución, nos cruzamos con un todo terreno y después otro… seguramente irían al agarre de la pieza. Este último paró y nos comunicó que estábamos en la mancha de una montería, que si no habíamos visto los carteles. Nos dijeron también que, no obstante, podíamos seguir por el camino ya que habían terminado en esta zona.
Vaya, nos íbamos enterando… al menos no habían sido furtivos… era una montería y seguramente habíamos sido observados a través del teleobjetivo de algún rifle.
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Seguimos y encontramos al grupo de cazadores que recogía sus pertrechos; nos dieron indicaciones de por dónde deberíamos seguir y lo hicimos: hay campo para todos. El problema es que nosotros, sin incumplir ninguna norma, estuvimos expuestos por el medio de una zona de caza con escasa visibilidad y sin que encontráramos aviso alguno. Si que lo encontramos claramente en La Hinojosa, al salir, cuando no había remedio.
Al abrigo de la sencilla iglesia de San Andrés almorzamos viendo como la caravana de monteros se difuminaba en la niebla hacia la Sierra de Espeja. Con el monte ya despejado de fusilería decidimos volver hacia Quintanarraya.
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Esquivando charcos por caminos decentes fuimos disfrutando del monte de carrascas y enebros, posiblemente por donde se habían ubicado alguno de los puestos. Ahora los montes se abrían y aparecían tierras de cultivo. Divisamos la rústica ermita de Santa María que nos invitó a visitarla y, hasta allí subimos, para después bajar a Quintanarraya, un pueblo molinero junto al Arandilla. Su caudaloso caz nos permitió dar una buena ducha a las bicicletas aligerando peso.
Desde allí a Peñalba de Castro, al pie de Clunia y, finalmente, tras comprobar lo inapropiado que era volver por caminos, tomamos un par de kilómetros la carretera de vuelta a Coruña con la niebla perezosa aún pero levantar.
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Bueno, al final… ¡Sanos y salvos!
No es infrecuente encontrarse con cazadores cuando nos movemos por el campo. En una ocasión, por la provincia de Valladolid, aparecimos en las ruinas de una edificación donde almorzaban cazadores y uno de ellos que nos había observado durante la mañana exclamó: ¡A ver si tenéis cuidado que casi no se os ve! Parece que efectivamente, los que tenemos que tener cuidado somos nosotros al igual que entre el tráfico. Otra vez fue en Salamanca, preparándonos para iniciar una ruta de senderismo coincidió que, en el lugar del comienzo, se repartían los puestos para una cacería y tuvimos que cambiar nuestro itinerario; ¡menos mal! Y otra vez, en León, tuvimos ocasión de asistir en primera línea a una interesante montería, en aquella ocasión tras la zona de puestos.
En fin, lo único que me molesta de la caza es encontrar cartuchos de plástico abandonados por el campo, pero tiene que haber una mejor manera de evitar estas situaciones. De momento he encontrado esta página donde la Junta de Castilla y León informa de las monterías previstas y he visto que esta lo estaba. Algo es algo y, en temporada habrá que revisarla y… tendremos cuidado, claro, como nos aconsejaron en aquella ocasión ¡!.
Plataforma pública de cacerías colectivas | Medio Ambiente | Junta de Castilla y León
Y aquí la ruta en Wikiloc, ¡muy bonita por cierto!