Cuando comencé este blog con la ilusión imposible de conocer los ríos de la Cuenca del Duero las ágiles rutas en moto deberían haber sido una importante fuente de inspiración y entradas pero ya no la tengo. Variadas circunstancias han hecho que la vendiera y como penúltimo homenaje realizaré este viaje imaginario siguiendo al Sequillo aprovechando estos momentos en que es mejor que repose.
Son varios los pequeños ríos o arroyos que con el nombre de “Sequillo” acompañan al Duero. El Sequillo que vamos a recorrer no es otro que el terracampino “Rivulo Seco”. Un río que nace indeciso, sin una fuente clara, en las rañas del norte de Sahagún en el estrecho interfluvio que dejan el Valderaduey y La Cueza; atraviesa la inmensa y vaciada Tierra de Campos; en Medina de Rioseco revitaliza su débil caudal con aguas que le cede el Canal de Castilla para finalmente entregarse al Valderaduey entre Cañizo y Castronuevo de los Arcos.
En sus 123 km discurre entre los escombros de dos reinos permitiéndose conocer cuatro provincias: León, Palencia, Valladolid y Zamora, por las que desciende 278 m.
Los páramos altos
Tras atravesar la estepa soleada y ventosa llego hasta San Martín de la Cueza. Me cuelo prudentemente por algunos caminos de grandes cantos y llego a sus supuestas fuentes. Éstas están secas y solamente algo de verdor en las zanjas que conforma el río me indican sus comienzos alrededor del Alto de Cuesta Quemada. Desde allí baja un solo cauce hacia la localidad de Riosequillo donde encontramos sus primeros puentecillos. A nuestra derecha dejamos cerca Sahagún y a su mentor, el Valderaduey, que lo recogerá más abajo.
El arroyo desciende de norte a sur, como si goteara. Así va cruzando las localidades San Nicolás del Real Camino y Escobar de Campos. El paisaje es agradable, va cambiando de raña a campiña a la vez que se hace algo más suave y pajizo. Pronto el río se encuentra enjaulado en una zanja infestada de carrizo y jalonada de motas. Por aquí recibe al evocador arroyo de los Templarios.
Siguiendo carreteras y caminos observo como los pueblos casi han muerto. Ya se consumó el tiempo de la decadencia y de los lamentos que tantos intelectuales denunciaron desde hace siglos. Sí, se visitan en verano, pero como algo exótico, viejo y anecdótico que gusta mostrar y contar. Tampoco es necesario ya vivir en ellos para que la industria agraria exprima aguas y tierras. Solamente los omnipresentes aerogeneradores contrastan con descaro con el adobe y el abandono.
Llanuras
El escaso caudal del Sequillo es irregular. Puede llevar aguas en primavera y en otoño; charcas en invierno y nada en verano. Pero esa irregularidad también es irregular entre anualidades habiendo años de grandes riadas en las que el río anegaba su vega, llegando incluso a inundar pueblos. Suficiente excusa para encorchetarlo en una estrecha artesa de artificiales riveras que de paso convertían los prados en nuevas labranzas. Un cauce brusco jalonado en ocasiones por quebradizos chopos que dan el aspecto de una descuidada linde.
Es así como llega a Villada, un municipio prudentemente apartado del río que aún conserva en su vega prados y huertas y un elegante puente de sillería con un gran ojo ovalado. Aquí hay fábrica de pipas y algunas otras cosas. Incluso un tren AVE cruza sobre el invisible río sin detenerse.
Ahora tomo la PA-505, dejo Villacidaler a mi derecha en un pequeño altozano con la ermita de Nª Sra. de la Carrera cercana al río. Los campos se ensanchan a ambos lados de la recta carretera y apenas se aprecian ya ni valle ni cuestas. Sigo hasta Boadilla de Rioseco que prefirió apellidarse aludiendo al río en lugar de a los Campos, quizás porque posee el puente más ancho y hermoso de todo su recorrido. Lo cruzo y de nuevo me meto por caminos, ruedo despacio sin poder evitar dejar atrás una estela polvorienta.
Enseguida me topo con el canal de regadío Cea-Carrión que llega horadando colinas desde Galleguillos de Campos. Cruza bajo el río y lo sigo hasta que llego a lo que fue el monasterio de Santa María de Benavides, un gran cenobio en los documentos pero que las desamortizaciones y sus actuales usos agrarios han hecho desaparecer cualquier aspecto que lo recuerde como tal.
La gran balsa
Arranco de nuevo para acercarme al reciente hito de modernidad terracampina que constituye este proyecto de regadío. Se trata de la puesta en marcha del Sector IV del plan de regadío del canal anteriormente mencionado. Una gran balsa almacenará agua durante el invierno para regar más de 2000 Ha en términos de Boadilla, Villalón, Herrín y Villafrades.
La balsa no tiene gran altura y apenas destaca sobre el horizonte, cuando la visito comienzan a llenarla ¿se logrará? Y si funciona… ¿logrará fijar población en los pueblos? O simplemente servirá para cambiar nuestras avutardas por gansos.
Con estas dudas llego hasta Herrín de Campos. Aquí puedo tomar un café charlando con el encargado del bar y algún agricultor. Pregunto por el proyecto encontrando algo de frustración debido a los años que llevan esperando. En cuanto a la población y su posible aumento hay unanimidad: … pero ¿Quién quiere realmente vivir por estos pueblos?
Sin embargo el pueblo es hermoso: el río, los palomares, sus bodegas y fuentes… Pero sí. Es cierto, ¿quién quiere vivir en estos pueblos?
Me abrigo y sigo por el camino, aunque voy despacio el gallego racheado viene fresco y va atardeciendo. A mi derecha se encienden luces en Villalón y al frente, junto al río me espera Villafrades: un pueblo tenaz y superviviente donde seguiremos el viaje del Sequillo.
Muchas gracias por esta serie de documentos acerca el tramo del río Sequillo. Están muy bien escritos y descritos. Me han llevado a acompañarle por los caminos , incluso los he sentido. Muchas gracias. Por cierto, ¿tiene algún libro publicado?
Gracias David por tu comentario tan amable. No tengo ningún libro publicado. De momento voy contando lo que me encuentro.
Relacionado con otro tema escribí un libro sobre «Las explosiones de los polvorines del Pinar de Antequera»
Un cordial saludo