Cuando viajamos a baja velocidad, bien sea andando o en bicicleta, tenemos la suerte de poder saborear con detalle nuestros magníficos paisajes así como hermosas vistas de nuestros pueblos y sus monumentos. Pero tenemos tiempo también de observar y sentir curiosidad por la intrahistoria propia de estos lugares, materializada por los recuerdos que personas de otro tiempo han querido dejarnos para comunicarnos y que recordemos su sufrimiento y dolor. Son detalles fáciles de pasar por alto y cuyas historias, en la mayoría de las ocasiones, se pierden en la memoria. Aquí rescatamos la trágica historia de la placa de Urueña en la calle de Oriente.

Otoño de 1927

Luisa había crecido entre las murallas de su pueblo al borde de un torozo; y dentro, entre los muros de la casa de sus padres, gente acomodada y religiosa en momentos tan socialmente convulsos en los que era necesario esforzarse para proteger bienes y estatus. Luisa con 18 años comenzaba a ir a misa y al rosario con las amigas y a llegar a casa dando rodeos, incluso a veces a asomarse por el arco, al sur de la muralla, para observar el inmenso «más allá» del valle del Sequillo.

Durius Aquae: Vista de Urueña desde la Anunciada
Vista de Urueña desde la Anunciada

Casimiro había llegado hacía poco de su pueblo, cercano y a la vera del Valderaduey. Era un joven mayor que ella, algo altivo e instruido. Además era chófer —¡nada menos!—, una auténtica novedad en aquellos tiempos.

Primero debieron de ser miradas y después gestos, más tarde alguien ayudó y finalmente se conocieron. Consiguieron robar algunos minutos a las semanas para encontrarse y para acabar queriéndose o al menos deseándose. Ambos debieron de imaginar un mundo maravilloso para ellos llegando a olvidar por completo que no estaban solos.

Celos, envidia, lealtad…

¿Quién sabe?. Poco tardaron los padres de Luisa en enterarse e interesarse por la reputación y patrimonio de Casimiro. Tan poca cosa vieron en el que los decepcionó profundamente.

Mientras tanto en su cálido mundo de aquel verano, Luisa y Casimiro gustaban de pasear, aunque vigilados, por la pelada ribera del arroyo de la Ermita. Ratas y cangrejos fueron cómplices de sus breves escarceos entre el polvo de los rebaños que regresaban de los montes.

Fundación Joaquín Díaz: Urueña, puerta del Azogue 

En su avance hacia la felicidad decidieron que Luisa presentaría a Casimiro a sus padres y fue así como Casimiro acudió con camisa de lino blanca a la casa con sirvientes de su novia. Cuando se cerró la puerta de aquel zaguán sombrío dejó de brillar el sol. Algo que comenzó con reproches acabo con graves insultos y humillaciones hacía Casimiro. Éste abandonó aquel lugar amenazado, descompuesto y sin novia. No sabemos mucho más excepto que se había declarado una sentencia de muerte cruel e innecesaria.

Con alguna ayuda y vigilados consiguieron volver a pasear. Ellos ya no eran los mismos y aquel baño de odio resultó ser de una pez tan pegajosa que no consiguieron secarla. Discutieron; ella le insultó y el… llegó a pegarla en la mano. El, obcecado, quiso retener a la fuerza aquel escurridizo amor que se le escapaba. En su bolsillo encontró un revolver plateado y su mano lo sacó sin su permiso, porque en su cabeza nadie daba ya permisos. Así fue que la amenazó apuntándola y ella tembló y lloró.

Pasaron unos días. Él, más asentado, quiso pedir y que le pidieran perdón y ella, aun amedrentada, consiguió reanudar sus paseos con las amigas. Ninguno dormía por las noches. ¿Pero porqué se meten con mi madre?, esto le desencajaba. ¿Y ella?… Eso nunca lo sabremos.

— Y la muerte

Después del rosario tres jóvenes amigas dieron un paseo por la carretera del páramo. Ya de vuelta al llegar al pueblo una de las compañeras dijo a Luisa:

— Ahí tienes al Casimiro.

— ¡Bah! Respondió ella, con un desdén sin convicción.

Casimiro en un alarde de decisión las abordó; su corazón brincaba en su pecho.

— Luisa, ¿haz favor?

Y la temblorosa Luisa accedió a conversar, y sus amigas entre sonrisas y preocupación avanzaron delante por la Calle de Oriente hacia la Puerta del Azogue.

Fernando Gordillo: "La muerte de un ángel"
Fernando Gordillo: «La muerte de un ángel»

Y fue así como acabo todo. De nuevo sus mentes abandonaron los cuerpos de Casimiro y de Luisa. Solo llegaron reproches e insultos.

La mente de Casimiro transitoriamente, mientras disparaba el arma que había heredado de su padre fallecido y la de Luisa definitivamente. La herida que el disparo provocó en su cabeza hizo desfallecer su joven cuerpo sobre la tierra seca.

A Casimiro lo llevó la Guardia Civil a la cárcel de Mota y Luisa fue velada y llorada. Casimiro pasó algún tiempo en prisión y la interfecta fue sepultada en el castillo. El eterno dolor de los padres hizo que pusieran esta placa en su recuerdo y que ahora lleva ya noventa años sobre los adobes en Urueña.

 

Durius Aquae: placa en Urueña
«… a mano hairada » (sic)

 

 

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