Salimos sin prisa y algo desanimados de Valladolid. La niebla, muy cerrada, dificultaba el viaje. Sin embargo, como suele suceder, a los 40 km se fue disolviendo en velos que abrieron el día a un sol raso y fulgurante. Una jornada deliciosa para estar en diciembre.
Se trataba de pasear por el valle alto del Tormes, muy cerca de su nacimiento, dondequiera que nazca. Llegamos a Hoyos del Espino, el pueblo de los «músicos en la naturaleza» y desde allí caminamos una ruta por los parajes que bordean por el norte la imponente Sierra de Gredos.
Hoyos del Espino no es precisamente un pueblo olvidado ni despoblado. Se lo ve dinámico y vivo. Su entorno compagina las posibilidades del turismo con la ganadería extensiva tradicional de vacas «avileña-negra ibérica«.
Hoyos se encuentra en una soleada ladera entre huecos y hondonadas. Posiblemente de ahí venga este topónimo tan frecuente por aquí. Nosotros comenzamos cuesta abajo entre el animado Arroyo de la Honda al encuentro del Tormes que por aquí discurre gallito y caudaloso a pesar de su —hasta ahora—corta vida.
Una ruta caminando
Después de pisar abundante barro llegamos hasta el Cordel del Barco de Ávila que resultó estar asfaltado. Aquí, por el fondo del valle, al sol le costaba manifestarse a través de los altos pinos silvestres que nacen junto al río entre prados y campamentos. Más adelante unas piscinas naturales vacías y el Puente del Duque. Un par de kilómetros más y llegamos al paraje de Las Chorreras.
El Tormes atraviesa Las Chorreras brincando entre enormes bolos de granito, especialmente ahora que trae buen caudal. Abajo las ruinas de un molino y arriba un refugio ganadero nos dan cuenta de actividades ancestrales ya olvidadas. En nuestro afán por recorrerlas, un objetivo de la cámara se nos cayó al río. Conseguimos sacarlo pero para tirarlo a la basura. Nosotros afortunadamente no nos caímos pero el río bien nos recordó que es un buen amigo pero a cierta distancia.
Con ese pequeño disgusto vino otro. Al preparar el almuerzo casi buscando la sombra nos dimos cuenta que la bota se había quedado en el frigorífico.¿Alguien duda eso de que nunca las desgracias vienen solas?
El regreso buscando el pueblo fue algo más complicado y no por ser cuesta arriba sino por el hecho de tener que atravesar por la Cañada del Masegoso entre vacas serranas de buenos cornalones y sus mestizos terneros. Te miran con fijeza y da su cosilla. Pero, claro está, ellas están en su paisaje y debemos de respetarlas. Pasamos con precaución entre charcas, boñigas y una sinfonía agradable de esquilones pero con la mosca detrás de la oreja… afortunadamente ninguna se encampanó.
Y sin más finalizamos en Hoyos. Visitamos alguna de sus fuentes, como la del Venero con un gracioso cántaro de granito presidiendo sus caños. También el reloj de las escuelas y el rudo monasterio mariano del Espino y su crucero.
Unos 13 asequibles kilómetros que podéis descargar aquí.
Y un paseo en coche
Como aún quedaba día decidimos tomar la carretera de la Plataforma con el coche. Y por ella subimos hasta el Puente de las Juntas, en una atardecida excepcional se unen los arroyos Garganta de Prado Puerto y Garganta de la Covacha, dando origen al río Barbellido.
Desde allí tomamos el camino panorámico del Polvoroso que sigue su valle y también se encuentra asfaltado. Pero ojo, es un camino rural, a veces hubo que conducir pacientemente tras alguna vaca demasiado tranquila.
Entre fuentes y miradores llegamos hasta nuestro objetivo que no era otro que el famoso Pozo de Paredes, un lugar que no nos defraudó.
Se trata de un remanso entre rotundas paredes de granito unidas desde hace siglos por un precioso puente románico.
El puente es de un solo ojo y está construido de mampostería. Sus estribos arrancan directamente desde bases de granito formando un arco de medio punto alomado y algo irregular que cruza sobre la garganta de más de diez metros de altura. Abajo, el truchero Barbellido se amansa poco antes de caer al Tormes en Navacepeda entre viejos molinos, alguno convertido en alojamiento.
Al regreso el sol iluminaba aún las agrestes peñas del Almanzor y nosotros dejamos atrás el mundo del agua clara, del granito y de las avileñas.
Les falta la ruta del «Alto Tormes» desde Barco de Ávila a Alba de Tormesj
Ávila es la capital y provincia más bonita del mundo.