Hoy hemos recorrido parte de la singular sierra de Cabrejas. Situada en el centro de Soria, solitaria y poblada de hermosos sabinares, es rodeada por el río Duero, sirviéndolo de pivote en su veletero recorrido; primero hacia Soria, amagando con fluir hacia el Mediterráneo para después dirigirse hacia el Oeste en su largo viaje.
El día levantaba en Calatañazor cerrado y lluvioso. El pronóstico para rodar no parecía precisamente halagüeño pero tras algunas deliberaciones ante un café humeante la decisión fue desempaquetar chubasquero y ponerse en ruta.

Partimos bajo un chaparrón que nos complicó el trepar, tirando de la burra, hacia las ruinas de la ermita de Santa Ana; excelente mirador de Calatañazor que ahora despertaba. A partir de aquí por una agradable trocha entre sabinares encontramos viejas tainas abandonadas y una cañada que nos llevó hasta Aldehuela de Calatañazor junto al pequeño río Milanos que entre suaves hoces se va abriendo paso hacia el cercano Abión, su destino.

No nos habíamos dado cuenta pero había dejado de llover y el encantador valle nos iba mostrando sus pequeños y escondidos secretos: primero el despoblado del Parapescuezos, después un viejo molino devorado por la maleza y finalmente el cuidado pueblo serrano de La Cuenca.
El sol brillaba a ratos y los mayores del lugar charlaban a la abrigada. Querían saber qué hacíamos por allí. Tras comentarles nuestras intenciones no parecían convencidos.

— Lleváis buenas bicicletas pero, no sé cómo estarán esos caminos.
— Bien, desde luego que no.
— Y ojo con perderos que la sierra es grande…
—Bueno —alguien más jocoso comentó— ¡El que anda perdido ya no se pierde!
Y bien cierto es; sólo que nosotros aún no nos habíamos perdido.
Así que con sus buenos deseos y ya secos de aquella primera chaparrada seguimos camino. Pasado el cementerio llegamos hasta La Alvariza desde donde pudimos contemplar Valdelacuenca; un enorme campo cultivado, redondeado y hundido, el cráter de algún volcán dormido. Toda una “cuenca” que nos imaginamos que da acertado nombre el pueblo.

Desde allí comenzamos de nuevo a subir hacia los altos. De nuevo estrechos senderos y magníficos sabinares entre prados verdes y, de vez en cuando, tainas vacías cuyo ganado y sus perros se escuchaban en la distancia.
Las trochas nos llevaron a mejores caminos y, sin lluvia, daba gloria pedalear disfrutando de naturaleza y paisaje; de silencio y soledades. Siguiendo el largo camino de Herreros, entre las cumbres de la sierra llegamos hasta el mirador de Millares. Desde allí contemplamos a vista de pájaro Abejar y el embalse de La Muedra con la azulada sierra de Urbión en el horizonte.

Tras descender el puertecillo nos incorporamos a la vía verde del ferrocarril. Recta, casi llana y con buen firme nos mostraba algunos restos de su pasado ferroviario entre provincias que ya ni recuerdan que estuvieron comunicadas.
De nuevo nos toco subir para llegar a Cabrejas del Pinar. Sin hacer caso de sus variados monumentos preguntamos por una tienda que afortunadamente encontramos cuando ya iba ya a cerrar. Una vez aprovisionados pudimos ya recrearnos con su iglesia, su fuente, su picota, su mayo esbelto y fuertemente acuñado… Un pueblo atractivo e interesante enclavado en el nacimiento del río Cabrejas. Junto a el seguimos hasta el tranquilo paraje del Molino Ranero donde dimos cuenta del almuerzo con la cerveza aún bien fría.

Había entre las sabinas algunas carrascas y robles, también pinos y zarzas. Un paraje evocador en cuyo invisible fondo debían permanecer sin duda al acecho sus faunos acosadores de esas ninfas que habitan el río Cabrejas
Tras el pequeño descanso seguimos con la intención de continuar junto el río que bajaba seco. No pudo ser; tras recorrer un trecho este se encañonaba haciendo imposible avanzar con la bicicleta entre la rocas y tuvimos que abandonarlo a pie por El Caminazo, sobre una alfombra de gayubas verdes entre las que ya emergían algunas setas.

Apareció finalmente el camino por el que queríamos acercarnos hasta la parte alta de La Fuentona. Quizá no fuera decisión acertada; al no conocer la zona hubo que caminar de vez en cuando campo a través con fuertes cuestas y entre pedregales asomados a un enorme barranco hasta dar, ¡por fin|, con una senda que tras un fuerte descenso nos dejó en el curioso y cromático nacimiento del río Abión.

De allí, junto al río transparente, bajamos a Muriel de la Fuente y después llegamos hasta el famoso Sabinar de Calatañazor; un paraje que ya nos dijo poco o nada después de haber pasado el día entre un gran bosque de árboles imponentes, quizás el más grande del mundo, según presume un cartel explicativo.
Tras algunos vericuetos llegamos de vuelta a Calatañazor por el mismo Valle de la Sangre. En ese momento el sol, ya bajo, se colaba entre la hoz profunda del Milanos y alumbraba sus épicas murallas sobre las peñas calizas.
Aquí dejamos el track por si alguien se anima. y ¡Ojo, evitar los tramos de campo a través!

Fantástica, la narración de todos los sitios vistos por vosotros
Pues cuanto me alegro que disfrutes con ellas. Saludos