Entrada anterior del Canal, Tudela y La Cistérniga
En nuestro último paseo por el Canal del Duero lo habíamos dejado en los alrededores de la finca Barrasa, cruzando bajo la Autovía de Pinares. Ahora, desde allí, lo seguimos acompañando hasta la ciudad.
Atrás dejamos los estribos que nos recuerdan el problemático Tubo Barrasa y, que a la vez, nos demuestran algo de la evolución que hemos conseguido en infraestructuras (sin que sea necesario lanzar las campanas al vuelo).

El Canal ha entrado ahora en término de Laguna de Duero y atraviesa hermosos pinares entre los que aún riega algunas huertas y vegas. Pronto aparece también la compuerta que abre las aguas hacia la hermosa acequia de Laguna que tanto cambió antaño la vida en el pueblo.
Estos días, ya de primavera, parecen de fiesta en el campo. El canto variado de los mirlos lo llena todo, también palomas y urracas suben, bajan y se las tienen entre ellas; los patos evolucionan dentro y fuera del agua y una parejita de elegantes abubillas parece que rebuscan con su largo pico, quizás algo para su nuevo nido.

Aparece también, evocadora, la estación de Laguna. Las oxidadas vías del ferrocarril descansan sobre sobre traviesas podridas y se hermanan con el Canal. El paseo aún conserva algo de su auténtica naturaleza que vamos viendo amenazada.
Llegamos hasta la pasarela de la Virgen del Villar y el paisaje pierde una buena parte del atractivo. A la misma pasarela acompaña la construcción, suponemos que «funcional», de la planta potabilizadora de Laguna y un feo paso sobre el canal hacia el depósito. ¿Era tan difícil, o tan caro, hacer algo más acorde al entorno, más digno?

Poco más adelante aparece otro puentecillo; el del camino de Los Barreros, y vaya, ¡otra sorpresa! En su lado derecho, alguien ha plantado una secuoya gigante a cada lado del estribo. Un bonito adorno sin duda pero… los futuros ediles, que aún no han nacido, tendrán que decidir sobre el asunto. Están tan cerca del puente y del agua que en algunos años o habrá que cortarlas, o cambiar el puente o, quizás mover el canal. Otros lo verán, de momento, ahí lucen jóvenes, enhiestas y desafiantes.

Tras el pequeño puente del Camino del Portillejo, acosado por el tráfico, y junto al polígono de Los Hoyales, el Canal entra en término de Valladolid. Poco más adelante surge la acequia de las Arcas Reales, hoy casi en desuso. El arroyo Espanta, que antaño llegaba desde la Cistérniga hasta el Pisuerga en el Cuatro de Marzo aquí también pasa bajo el Canal, sin que podamos verlo escondido entre misteriosas infraestructuras de hormigón.

Pasamos de largo esa zona con la esperanza de recuperar el paisaje pero, a partir de aquí, la ciudad y sus industrias se imponen ninguneando al Canal que avanza, cruzando bajo enormes sifones, entre la fábrica de automóviles, entre rondas y entre obras, junto a polígonos que lo abandonan y urbanizaciones que tratan de dignificarlo en lo posible.
Al final de la urbanización Pinar del Jalón se conforma la salida de la Acequia de Valladolid-Simancas; quizás la más importante del canal y que tantos cientos de hectáreas sigue regando a la vez que cambió el árido paisaje del Sur de la ciudad por un mosaico de verdes huertas. Un ancho brazal de esta acequia aportó aguas a la arruinada Azucarera de Santa Victoria, otra historia que, quizás, algún día contaremos.

Ahora son los conejos los que campan a sus anchas. A veces adoptan la posición de guardia de los suricatos y cuando te acercas salen disparados. Pero, justo donde entronca con la acequia encuentro este simpático bichejo comiendo con fruición los frutos de la piracanta.

El Canal vuelve a cruzar bajo la carretera de Segovia. Sigue, urbano, desfigurado entre rondas y polígonos hasta que, junto a la carretera de Soria se produce el entronque con la potabilizadora: su verdadera razón de ser. Allí se abre el paso hacia la estación potabilizadora de San Isidro. Una vieja instalación, aún en uso, que permitió llevar el agua por primera vez, hasta las mismas viviendas en Valladolid para olvidarse —en parte— de las fuentes de Argales que hasta entonces abastecían de agua a la ciudad.

Un auténtico «viaje de aguas» que todavía aporta el 30% del agua potable que consume Valladolid.
Después de cumplir su encomiable función continua por el Páramo de San Isidro hasta cruzar la ronda y alejarse de nuevo de la ciudad por el camino de Hornillos. Se ha estrechado notablemente al descargar buena parte de sus aguas, la suciedad se hace manifiesta y el paisaje esta degradado por suburbios y autovías.

Pero en el próximo artículo lo seguiremos hasta el final y seguro que encontraremos de nuevo sus encantos y curiosidades…
Aquí os dejo el track, vale para bici y para caminar