Esta semana pasada nos acercamos a imaginar la partida de Galba hacia Roma. Sí, por allí rodábamos Almu y yo, ceñidos al simpático Arandilla, cuando al llegar a uno de los puentes ─recién construido─ de Coruña del Conde, se nos impidió el paso por tropas de la Legio VII.
Nos enteramos de que Nerón había muerto; por fin y Galba partía hacia Roma para recoger la púrpura. Estaba delicado pero muy orgulloso. No era ni mucho menos joven pero…sí, tenía aún algunas cosas que hacer y mucho que comer. Se le rendía enorme pleitesía y el, a cambio, estaba dadivoso con la urbe.
Algunos soldados charlatanes nos contaron como durante los últimos días se habían improvisado espectaculares festejos populares; toros salvajes traídos de los montes cercanos enfrentados a unos cuantos arévacos secuestrados en la población vecina. Sangre y vísceras estaban aún desparramadas por la arena. Clunia salió ganando, adquirió estatus jurídico y heredó el apellido de Sulpicia. Pasó a la historia y fue colonia, sin embargo a Galba solamente le dejaron durar unos meses más. “El romano propuso y Júpiter dispuso”
Una vez que pasó el enorme cortejo y largo desfile seguimos nuestro camino. Así subimos, entre corzos asustadizos, a los restos desolados de las ruinas de lo que debió de ser Clunia Sulpicia. Un lugar para comprender lo efímero de la vida incluso para las pétreas ciudades.
El agua de Clunia
Como vestigios romanos son sin duda interesantes y merecedores de estudio y conservación, sin embargo yo me quedo con la historia de su agua. Historia que se explica gráficamente en el Centro de interpretación (también podéis ver los vídeos de la página oficial de Clunia de la Diputación Provincial de Burgos). Resulta que las enormes bolsas de agua subterránea escondidas bajo la costra del pequeño páramo pudieron hacer que un lugar tan árido e inhóspito pudiera convertirse en gran urbe durante 500 años. Eso sí, oportunamente apartadas de la red de desagües. Fácil es comprender también cómo aparecen con frecuencia manantiales en las partes más altas de las laderas allá donde vayas.
A partir de aquí nos centramos en nuestro pedalear por la comarca disfrutando de algunos pueblos ribereños entre los que era factor común algún detalle romano llegado o, …hecho llegar desde la abandonada Clunia.
El pequeño río Arandilla que es afluente directo del Duero, remoja a todos ellos. No es largo, nace en Huerta del Rey y desemboca en Aranda de Duero ─poco más de 50 km─ pero llega brincando a su curso bajo con un caudal limpio y abundante. Su valle es más bien estrecho y los regadíos no agobian. Aun es fácil observar el rosario de molinos arruinados e interesantes puentes en su recorrido.
Y así visitamos:
Peñalba de Castro, y podríamos decir “de las cuevas”, por las que abundan en sus escarpes. Formado principalmente por ganaderos que se emanciparon de Coruña y que tras un periodo como municipio ahora pertenecen a Huerta del Rey.
Coruña del Conde, heredera de la romana Colonia Clunia Sulpicia. Conserva dos puentes memorables, además del castillo medieval, iglesia y la memoria de Diego Marín Aguilera, un intrépido pastor-aviador en el siglo XVIII.
Arandilla, que copia el nombre del modesto río pero que tiene un repicar de campanas limpio y afinado como pocos. Cuenta además con un enorme y original reloj de sol en forma de ermita.
Y Peñaranda de Duero, coqueto pueblo dónde además de disfrutar de su palacio, castillo y ex colegiata disfrutamos de una agradable comida el día anterior con nuestros amigos Jesús e Isabel que llegaron desde Madrid. Vamos cómo para aburrirnos.
Y a la vuelta, ya en coche, todavía pudimos pasear por el monasterio de La Vid. Imposible evitar el tirar algunas fotos a la espadaña más impresionante que hasta ahora hemos encontrado.
Al final el track marcó algo más de 45 kilómetros como los del mapa que os muestro, desde Peñaranda acompañando tranquilamente al río.