No tengo conciencia de haber visitado Piedrahita anteriormente, aunque sí ha debido ser. Probablemente en otros momentos en los que los muchos kilómetros en poco tiempo prevalecían sobre el paisaje.

Ahora, sin ansia, hemos disfrutado la monumental capital del Valle del Corneja. Hemos paseado por sus arroyos molineros y visitamos también la vega ganadera con el río ahora, en este septiembre, sin agua.
Piedrahita arriba
Piedrahita eligió su lugar algo alejada del río Corneja. Expuesta al regañón y junto a las laderas del monte de la Jura, donde brotan los arroyos que la circundan y atraviesan en hondos surcos ahora también vacíos.
El río Pozas, tributario directo del Corneja, recoge al Arroyo de los Toriles que previamente ha recogido los regatos Helechar y Peña Negra que quizá también sea conocido como Ortigal. Todo un laberinto hídrico.

Aprovechando estos pequeños cauces cierta población, antaño, se desplazó más arriba de la ladera constituyendo La Aceña y Pesquera, lugares a los que por sus nombres ya imaginamos un pasado molinero.
Con el fin de aprovechar mejor el recurso acuático de estos arroyos se creó un caz — ¿el Peñuelas?— Recorre el lugar entre batipuertas y jardines que antes fueron huertas en un suave y sinuoso descenso. Alimentaba nada menos que a diez pequeños molinos trenzando un hermoso diorama de cárcavos y puentes ya desaparecido pero en el que el singular y curioso Acueducto de la Aceña nos cuenta casi todo.

Este acueducto es para el paso del mismo caz. Éste baja por el lado izquierdo de arroyo, cruza el arroyo de los Toriles y suministra agua al molino que se encuentra en el lado derecho. Dispone de dos arcos toscos y robustos de mampuesto que apoyan sobre un berrocal y sobre los que pasa la acequia; en pequeñito nos recuerda al puente de La Fonseca, aguas abajo del Corneja.
Por aquí no se ven apenas campos de cereal. Pregunto en el lugar a unas personas mayores que ¿qué es lo que se molía?. Trigo, me responden. Eran molinos pequeños, modestos en los que habitualmente el propio molinero bajaba con su burra hasta el valle para subir algunos sacos de trigo y después entregar la harina. Se trataba, parece ser, de una actividad estacional y complementaria.

Sin dar una pedalada bajamos a Piedrahita. Recorremos tranquilamente sus calles en bicicleta. Encontramos hermosos pilones de copa berroqueños. Visitamos algunos de sus monumentos: el palacio de los Duques de Alba, su plaza de toros monumental, el Torreón y nos acercamos hasta su cementerio viejo en el interior de las ruinas del convento de Santo Domingo, un lugar romántico donde la muerte aún palpita y nos muestra con crudeza la fusión que el tiempo crea con osamentas, madera, piedra y hierro adornada con flores de plástico ya marchitas.
Piedrahita Abajo
Tras recorrer la Villa y almorzar nos dejamos caer hacia el río. Tomamos el viejo camino hacia Malpartida de Corneja y pasamos por lo que debía de ser la fuente de los Huevos Hueros pero solamente encontramos, en las cercanías los restos de una noria. Cruzamos un arroyo más: el arroyo Coladillo o del Espinar que descubrimos gracias a un hermoso puente de piedra que parece flotar entre los prados. Cuando llegamos al río Corneja nos encontramos con la sorpresa de verlo totalmente seco cuando en mi anterior recorrido por este valle no me fue posible ni siquiera vadearlo por la viva corriente.

Nos acercamos hasta la ermita de la Virgen de la Vega en un paraje de fresnos y sauces de los que invitan al descanso. Invitación que aceptamos reposando un rato en un banco junto a su fuente. Regresamos finalmente por Las Casas; cruzamos primero el Pozas que a punto de entregarse al Corneja si disfrutaba de un tímido caudal.
El paseo ahora lo era menos, ya «cuestarriba». Finalmente llegamos hasta Casas de Sebastián Pérez refrescándonos en su pilón junto a unos rústicos lavaderos de tres pilas rodeados de álamos negros que se mantienen con el agua que rebosa del pilón que a su vez se llena de un manantial ladera arriba del pueblo.

Aquí dos jóvenes yeguas, de capas baya y castaña, posaron para la cámara mientras abrevaban agua fresca y su dueño nos contaba los pormenores de cruzar a estas yeguas con burros para obtener buenas mulas.
Sin más regresamos. Tratamos de hacerlo por el Camino de los Muertos pero se cerró totalmente para las bicicletas cuando llevábamos recorrido más de la mitad teniendo que regresar hacia la carretera. Aún así, las vistas del atardecer sobre el valle compensaron los arañazos crueles de las zarzas y los ronchones de las ortigas.

Aún hubo tiempo de una cervecita bien acompañada de revolconas… y , vaya, qué sorpresa: !con torreznos!.
Aquí el corto y «desordenado» track de este paseo de 27 km
Mi agradecimiento a Agustín del Castillo por sus indicaciones y a Noemí Pérez por su ilustrativo mapa de molinos en Pesquera
Muy lindo relato sobre los molinos de Pesquera yo viví en uno antes de emigrar en el año 1962 .
Gracias por las gracias pero en realidad recorrer estos parajes es puro disfrute. Bonita experiencia la de hacerlo a caballo… quizás alguna vez me anime. Comparte lo que te apetezca y saludos cordiales
Muchas gracias por dar voz a nuestro valle. Justo ayer hice esa ruta, la suelo hacer a caballo pero fue a pie. ¡Ya tenemos agua! Te esperamos en @excelenciarural y @ruralcorneja donde intentamos potenciar el Valle. Daremos difusión a ésta públicación con tu permiso.
Abrazos.
Rodrigo González