Hace ya un año que rodando por la provincia de Valladolid volvimos a tener ocasión de “disfrutar” de un Trabancos con algunas aguas en su cauce, incluso con una pequeña y efímera corriente. Algo inusual que nos emocionó aunque al final, como podéis imaginar, resultara un doloroso espejismo.
¿Y qué sucedió?
Habíamos comenzado a rodar por las estremecedoras llanuras desnudas de Nava del Rey en un día crudo donde los haya: con el cielo cubierto, el viento fuerte rolando indiferente y sobre tierras borrachas.
Aún así, seguimos nuestra ruta por campos anegados, entre barrizales y por caminos encharcados. Las lluvias habían sido abundantes y las nieves, en Ávila, se iban deshelando; un amigo británico comentaba que habían llovido perros y gatos. Así las cosas no era de extrañar que los ríos que llegaban al Duero desde el Sur, lo hicieran rebosantes y agresivos.
No sucedía lo mismo con las numerosas charcas y lavajos a las que íbamos pasando lista en nuestra ruta. Y, aunque no todas, muchas estaban secas o en un estado muy flojo que no se correspondía con la húmeda realidad climatológica. Está claro que estos humedales no responden de inmediato a las lluvias, probablemente debido al bajo nivel del acuífero de los Arenales. ¡Una lástima verlos desaparecer!
Tras pasar por Carpio nos dirigimos hacia Castrejón. Nos acercamos hasta el cauce del Trabancos donde se le une el arroyo de Prado Tabera y ¡vaya sorpresa!; en el vado el cauce era una lagunilla que incluso ¡tenía corriente!
Ya lo habíamos visto corriendo por la parte abulense, más alta y menos arenosa. Sin embargo, en nuestra provincia, bien podíamos considerarlo una novedad, ¡el Trabancos parecía tan renacido como un ave fénix!
Nos costó cierto trabajo cruzarlo sin mojarnos y por su margen izquierdo, por malos terrenos para la bicicleta, lo pudimos acompañar hasta Castrejón donde seguía pareciendo un río que reflejaba difuminado el puente en sus aguas alborotadas por el viento.
Seguimos junto a él, sorprendidos de su vigor y emocionados por la escena. Cuando llegamos a las lomas de las Pajarillas, desde donde podíamos observar un buen tramo del río desde cierta altura, la realidad se nos mostró tan cruda como el mismo día gris: el río avanzaba ya muy torpe hasta que, en un punto, sus últimas aguas desaparecían bajo la arena blanca.
Todo había sido un espejismo y nuestra ruta volvía a convertirse en el paseo nostálgico que nos suele acompañar cuando visitamos el cauce muerto del Trabancos.
Lo seguimos un trecho más. Ya no había peligro de mojarse aunque si lo hubo al atravesar una alameda seca en la que los arboles habían sido violentamente tronchados por el viento, dejándonos un desolador escenario que recordaba más bien un campo de batalla desgarrado por la artillería.
Bien se cumplía aquí el refrán de que «a perro flaco todo son pulgas»
Sin caminos a mano recorrimos su cauce desde antes de El Torrejón hasta la casa de D. Victoriano Fernández. Allí tomamos el cordel de los Picos y retornamos a Nava del Rey con la decepcionante sensación de haber observado un auténtico espejismo sobre las arenas del desierto Trabancos.
Aquí os dejo la ruta de wikiloc