Hacia tiempo que no visitábamos el Tormes y ya nos andaba llamando. Quería mostrarnos su embalse de Santa Teresa. Así que, tras colocar en el vehículo los trebejos de ciclista y raspar los cristales de la helada, nos pusimos en marcha.
Enseguida nos plantamos en La Maya, justo al pie del embalse y sin mucho prolegómeno nos pusimos en marcha subiendo hacia la corona. Aunque el sol rasgaba las nubes la temperatura era mínima. Sin embargo, gracias al arranque en cuesta, nos entonamos con rapidez.

Pronto nos vimos rodeados de encinas y, a su través, se vislumbraban las aguas calmas del embalse. Los caminos pedregosos, firmes y secos. Y el terreno siempre ondulado: o subes o bajas.
Paramos en Montejo y visitamos la Fuente del Caño. La hicieron los hermanos Rodríguez allá por 1749 según muestra una losa labrada a cincel. Caño, abrevadero y lavadero; la clásica estructura de las fuentes rurales, en esta ocasión construida en recio granito que la hace eterna y original, especialmente su lavadero circular; no habíamos visto nada similar hasta hoy.

Seguimos rodando entre las dehesas, admiramos encinas centenarias y paramos a tirar alguna foto. Vacas indolentes a nuestro paso y ovejas asustadizas son nuestra única compañía aparte de algún bando de grajillas graznando entre las zarzas
Llegamos al medio pueblo de Salvatierra de Tormes. Su ruinoso castillo de granito y pizarra emerge sobre el borde del embalse al puro estilo mágico y misterioso de las Highlands. Ya se nota que fue mucho por sus hechuras pero el embalse partió la comarca y descoyuntó su capital desplazándola a Guijuelo, bien en lo alto.

Seguimos camino. En Aldeavieja de Tormes encontramos, también junto al pequeño océano, el dolmen El Terriñuelo. Sobre un gran túmulo y en estado de secular abandono, paseamos entre las obras monumentales que se ejecutaron hace más de cuarenta siglos y que cuesta creer que fueran solamente para enterrar a sus muertos.

Todo es dehesa, todo está apacible, sereno. Subimos y bajamos y sin darnos casi cuenta llegamos al puente que une Guijuelo con Cespedosa de Tormes. Doce ojos que se reflejan temblorosos sobre un río Tormes que dejó sus bríos entre las rocas de Puente de Congosto.

Tras pasar el río nuevas cuestas hasta Cespedosa de Tormes. Aunque es domingo y la hora del vermú, acostumbrados a la soledad de los caminos, nos resulta extraño encontrar ambientadas sus calles.
– Vaya, bares abiertos
– Sí, y gentes por las calles
Y es que, esto tan natural, resulta una novedad entre los pueblos de nuestra cuenca.

Tras almorzar junto a la iglesia de blanquísimo reloj que canta las tres emprendemos la vuelta. Nos hemos alejado y la tarde es corta. Con el sol a nuestra espalda seguimos recorriendo las dehesas mientras algunos bandos de grullas nos sobrevuelan en formación.
Hoy parece que las piernas no van tan ligeras o quizás sea el terreno tan ondulado. Afortunadamente la bicicleta rueda feliz, no se queja y seguimos despacio.

Cruzamos la Dehesa de Villarejo y llegamos a La Tala. Hemos cruzado el Regato de Calderón y el de Vallejones, después los arroyos de Barilla y el de Blasco Sancho y finalmente el río de Revilla y de Pedro Fuertes. A pesar de las lluvias recientes ninguno de ellos lleva agua y por ello el embalse se encuentra lánguido mostrándonos una ancha aureola de paredes de pizarra descarnada y playas desiertas.
Cuando llegamos al río de Revilla, junto a su cauce seco, nos llaman la atención un elegante conjunto de arboles mochos, perecen fresnos. Deben de llevar tiempo sin aportar su ramaje pero, aún así, su tamaño y forma nos embelesan remontándonos a otros tiempos. Tiempos de hambre; también para el ganado.

Cae rápidamente la tarde y apenas nos detenemos en Galinduste y Pelayos. Damos algo de aire al camino y, tras cruzar algunos portillos, llegamos hasta la corona del embalse. Allí encontramos la imagen de Teresa de Jesús; la Santa andariega preside su pantano. Una mujer de talento que, sin duda, en nuestros tiempos se hubiera desplazado en bicicleta.
Nos asomamos a la presa, apenas hay derrame. Llenan el pantano con las escasas nieves que aún se desdibujan hacia el Sur, en Gredos. Es el agua para el próximo verano. A partir de aquí el Tormes se desplaza tranquilo, con sus aguas controladas. Casi domesticado.

Entre dos luces regresamos por el charco del Alamillo a La Maya, los pocos grados que nos han acompañado han desaparecido y las cuestas pasan factura a nuestras piernas. Mientras recogemos, sobre la ribera del río aparece la Luna, grande redonda y desnuda de no ser por dos nubecillas rojas y alargadas que púdicamente cubren su diámetro.
Aquí, en Wikiloc, podéis echar un ojo a la ruta de 66 km.

Bonita ruta la vuelta a el embalse..aunque vivo en Cantabria soy de Salamanca y pronto iré para allí a hacer algunas rutas bbt
Muchas gracias. Por supuesto que puedes utilizar las fotografías que te gusten. Para esa en concreto hubo que ponerse las botas de pocero, menudo como estaba la bajada y el arroyo…