En 1878 el ingeniero de la División Hidráulica de Valladolid, Don Ángel Gª del Hoyo, describió técnicamente los 93 km del curso del río Trabancos desde su nacimiento en la fuente de Valdeverdina, término de Herreros de Suso, hasta su llegada al río Duero por su margen izquierda en el pago de Bayona, término de Pollos.

También nos indicaba los arroyos que le tributaban y el número de artefactos que se beneficiaban de sus aguas, saliendole una cuenta de «nueve molinos»; casi todos de dos rodetes.
Eran épocas en que las excavaciones de pozos se hacían de forma simple: cavando con barra y desescombrando a herradas. Los pozos artesianos eras costosos y comenzaron algo más tarde como un gran avance para suministro de agua potable a localidades con dificultades. Ahora, en cambio, se hacen con demasiada facilidad y el abuso indiscriminado de regadíos con aguas extraídas de los acuíferos que mantenían saturado su cauce han matado a este río.

En la excursión de estos pasados días, partiendo de Nava del Rey, hemos buscado el Trabancos, o —mejor dicho— lo que queda de él, que no es otra cosa que un cauce artificial y seco y algunos destartalados puentes que salvan su valle. Y así encontramos su desembocadura en la que un Duero, recrecido por el embalse de Castronuño, le cede algunas aguas para que al menos pueda alojar alguna ninfa discreta que lo provea de una mínima dignidad en su último estertor.
Comenzamos a rodar en Nava del Rey
en una mañana muy oscura y desapacible. Visitamos su Ermita de la Concepción e inmediatamente pusimos rumbo noroeste buscando el cauce seco del Trabancos que encontramos en término de Sieteiglesias no muy lejos de nuestra conocida Fuente de la Mora, la única que nos consta con agua por estos lugares.

Encontramos el río encauzado artificialmente, como si alguna vez hubiera estado tentado de escapar, de regar algún prado o inundar alguna población. Su valle es muy ancho; así nos lo muestra el enorme viaducto del AVE a Zamora mientras nosotros rodamos por el arenoso cauce lleno de hojarasca.
Más adelante atravesamos los Evanes: Primero el de Arriba, ruinoso y despoblado nos muestra algunas paredes de calicanto que fueron castillo y no granja abandonada como esta actualmente. Seguimos nuestros caminos hasta llegar al Evan de Abajo donde si parece que mora alguna familia. Encontramos también los restos de su otro castillo junto a una adecentada ermita dedicada a San Miguelito. Dos castillos casi juntos; sin duda el río fue tierra de fronteras entre León y Castilla.

Seguimos nuestro paseo bajando el río,
llegamos a sus últimos puentes; uno lo cruza el ferrocarril a Zamora y el otro la carretera VA-610, desde arriba ya vemos a nuestro Duero al fondo. Seguimos ruta por los sotos de Bayona hasta una vieja casa de labranza que aún luce una parra bien podada en su fachada; desde allí nos dirigimos hacia la desembocadura.

La selvática ribera del Duero nos dificulta el acceso pero, tras algunos arañazos zarceros, finalmente conseguimos encontrarlo. Estamos en pleno embalse de Castronuño, el Duero se encuentra recrecido algunos metros y esta circunstancia favorece que el río mismo invada la desembocadura del Trabancos haciéndonos ver con agua lo que de por si es un simple lecho vacio.

Regresamos por el Cordel de Bayona, entre pinares, para volver el reencuentro con el Trabancos por su margen derecha. Aún encontramos los restos de la cárcava de su último molino: el Molino del Anís. Sin embargo el cercano despoblado de Santa Lucía ha sido ya borrado y arado.
Ahora la bicicleta prima,
la senda que llevamos es muy entretenida pero algo complicada. Continuos toboganes entre las irregulares laderas de tierra roja hacen necesario ir bien atentos. Solamente deteniéndose es posible contemplar los prados que conserva el río desde cierta altura. Algunas vacadas negras pastan lo poco que queda ya de este invierno.

Dejamos el río reseco y remontamos el valle hacia la Nava, todavía tenemos tiempo de dar cuenta de lo que llevamos en nuestras mochilas al abrigo de un pino arrancado recientemente por los vientos, más adelante charlar con un conocido pastor y aún de reparar un pinchazo inoportuno que nos hace llegar casi con el frío crepúsculo.
Como el crepúsculo del río que nos apena.
En el tramo que hemos recorrido hubo fincas, molinos y huertas; familias que lucharon por concesiones de agua que fueron menguando. No por la falta de permisos o autorizaciones sino por la falta de a que darlos. Finalmente las aguas dejaron de correr, los molinos no llenaban sus presas y los pozos tradicionales se secaron. Y así, todos se fueron yendo.
Ahora los pozos siguen esquilmando los acuíferos hasta que se agoten y luego… si aún queda alguien también se marchará. Nosotros en nuestro viaje solamente pudimos dar los buenos días a nuestro solitario pastor, única persona que encontramos en el recorrido aparte del pueblo de Nava del Rey.

Es tan triste la historia del Trabancos como el cielo plomizo que te acompañó todo el recorrido. Una pena que esas nubes no puedan alegrar el cauce del río.