Cuando llegamos a Burgomillodo, al pie del embalse, teníamos la idea fija de llegar hasta los restos de la ermita de San Vicente, justo en lo alto de las pedrizas que rodean el embalse. A la vista de los mapas eso suponía un brusco ascenso por un estrecho sendero de piedra suelta con la bicicleta a nuestro lado.

Y así sucedió.

La cabezonada aliñada con algo de voluntad, hizo que nuestro desayuno fuera una lenta, resbaladiza y penosa subida hasta los bordes del pantano que. eso sí, una vez arriba nos ofreció vistas espectaculares y poco conocidas.

Carrascal del Río. Embalse de Burgomillodo
¡Por fin arriba! El Duratón se hace muy grande sobre la presa…

Después hubo que caminar más sobre lapiaces puntiagudos; sobre senderos que solamente se insinuaban y sobre zarzas y abrojos. Pero llegamos por fin al picón que acogía los restos de la ermita, algunos corrales y lo que nos pareció la oquedad de una fuente. Un lugar recóndito, tranquilo, solitario… rodeado de horizontes infinitos.

A partir de aquí todo mejoró. Fueron apareciendo caminos de verdad y pudimos montar en nuestras bicicletas para seguir ganando altura entre un paisaje pedregoso, arisco y frío.

Y, además, mi compañero, paciente y comprensivo, aún me hablaba…

Hinojosas del Cerro. Ermita de San Vicente
Restos de la ermita de San Vicente sobre las pedrizas

En el cielo revoloteaban algunas grajetas y, a lo lejos, se escuchaba el rumor de unos cencerros. Muchos almendros adornaban los corrales en ruinas y alguna cepa perdida, que nos ofreció con generosidad sus frutos, nos recordaban que ellas se desenvuelven bien por cualquier lugar.

Por estos parajes, tan agrestes como hermosos, llegamos hasta Hinojosas del Cerro, cuyo arroyo de Covonda, recién nacido, se permitía el lujo de generar una delicada cascada junto al viejo lavadero, subimos también sus callejas empinadas hasta la iglesia de San Ubaldo comida por la maleza por fuera y por las telarañas por dentro. Después hasta Aldehuelas de Sepúlveda encajada en un bonito recoveco con la iglesia románica de San Esteban, pozos y bodegas.

Aldehuelas de Sepúlveda.
Aldehuelas . Cementerio y espadaña de San Esteban.

Dicen que la cabra tira el monte… y nosotros parece que también. A partir de Aldehuelas veíamos el Cerro del Otero como una gran tentación. No había por que pasar por allí ya que había un buen camino hasta Urueñas, que era nuestra siguiente estación, pero lo subimos campo a través tras otro tramo caminando con la bicicleta más como amiga que como medio de transporte. Eso sí, una vez arriba las vistas eran sobrecogedoras. Desde la sencilla ermita de la Virgen del Otero se domina toda la comarca, amplia y vacía, desde el Sistema Central hasta el Sur de la sierra de Pradales.

Aldehuelas de Sepúlveda. Segovia
Piedra seca y almendros

Encontramos un emocionante sendero por el que descendimos con precaución hasta Urueñas y junto a su alta y elegante espadaña almorzamos.

Tras el descanso tomamos rumbo norte junto al arroyo de Valdecollar. De nuevo en la soledad de los caminos vacíos, de tenadas en ruinas y de bosquetes de pino y enebro salteados de robles cuya sombra agradecíamos.

A pesar de lo recorrido nos alargamos hasta Navares de las Cuevas para visitar su bonita ermita de la Virgen del Barrio. A los pies de la ermita el arroyo de los Navares, que nace en la cercana serrezuela de Pradales bajaba alegre mostrando un agradable y fresco cauce y… estamos en septiembre… ¡cuántos ríos quisieran!

Castroserracín - Segovia
Cruz de piedra en Castroserracín

Por las laderas de la sierra de Pradales, pasando junto a los restos de la ermita de Hortezuela, llegamos hasta Castroserracín. Allí visitamos su iglesia que nos pareció un puzzle mal colocado y su fuente con arca de piedra junto al arroyo del Valle. Un arroyo que prometía y que que tratamos de seguir pero sus senderos se cerraron para las bicicletas y tuvimos que optar por un tramo de carretera que nos llevó primero hasta el Barrio de Arriba y luego hasta Valle de Tabladillo.

Por aquí ya pudimos seguir por camino junto al arroyo del Valle. Era un placer disfrutar de sus espesas riberas y de sus huertas; haciendo parada, ¿Cómo no? en el sorprendente Pingocho, una atalaya natural mitad nido de hadas y mitad refugio pastoril coronada por una sabina.

Valle de Tabladillo. Segovia
… Y el Pingocho

Ya cansados, la jornada no daba para más. Disfrutar paseando de los caprichosos peñascos del Valle dorados por el atardecer y de la calma con la que baja el Duratón después de saltar sobre la presa de Burgomillodo donde habíamos comenzado hacía unas horas.

Aquí os dejo el track – ¡Ojo, la primera parte y algún otro tramo se hizo caminando!

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