Dejamos la autovía en Osorno para dirigirnos hacia Abia de las Torres. A mitad camino paramos junto al Dolmen de la Velilla. El sol, que parecía el amo, nos engañó; fue salir del coche y un cierzo frío, que movía con fuerza el ciprés que crece solitario junto al sepulcro megalítico, nos zurció en la cara.
Ya sabiendo lo que nos esperaba llegamos a Abia y montamos nuestras bicicletas y demás trastos. Tras abrigarnos bien comenzamos nuestro paseo, ¡Cómo no!, rodando hacia el Norte. Justo frente al viento.
Cruzamos el Valdavia, también conocido por Abánades. Un río que viene a nacer allá por Santibañez de la Peña, en las estribaciones de la Sierra del Brezo, cruza después la provincia de Palencia; llegando hasta Melgar de Fernamental, en Burgos, donde le espera el Pisuerga.
Junto a la ermita de nuestra Señora de Barruelo tomamos el Cordel Cerverano, un ramal importante de la Cañada Real Leonesa Oriental, que se mantiene ancho y bien amojonado, dirigiéndose hacia Villaprovedo y de allí a las montañas.
Numerosos tractores trabajan el campo. Parece que aprovechan la tierra mollar para darla una vuelta o sembrar. También saludamos a algún cazador de escopeta y perros aunque no llegamos a escuchar disparos.
Dejamos el cordel o quizás desapareció. Queríamos subir hasta la Cuesta de la Parva y dejando atrás el límite de la Tierra de Campos llegamos al montecillo entre un bonito robledal. Desde allí pudimos disfrutar de unas vistas sublimes del norte de la cuenca; desde Las Loras hasta los montes de Guardo la montaña palentina se nos mostraba nítida con sus cumbres más altas presumiendo de vestido blanco.
Zigzagueando entre el monte visitamos Villorquite de Herrera y Santa Cruz del Monte, pueblos a desmano de rutas y de ruidos que mantenían algunas chimeneas humeantes y que, desde sus miradores, pudimos vislumbrar la amplitud y luminosidad de la Tierra de Campos extendida hacia el Sur.
Seguimos caminos firmes, sin apenas barros, y así llegamos hasta Villameriel con su iglesia de pórtico monumental y sus calles vacías.
El viento seguía fuerte pero al cambiar de dirección… ahora nos empujaba con brío y cuesta abajo hacia Villanuño de Valdavia, llegando a pensar que, como por encantamiento, nuestras bicicletas se hubieran electrificado. Y en Villanuño, junto a un molino, encontramos un lugar a la abrigada donde dimos cuenta de cerveza y bocadillo con un pan espectacular que habíamos comprado en Osorno.
Y que buen molino. Remozado con esmero se distingue entre el molino y la vivienda. El pequeño muelle donde se descargarían los carros y la balsa –ahora seca– donde se almacenaba el agua. En la parte delantera bajamos hasta el socaz a curiosear sus arcos y allí estaban sus tres rodeznos y sus ingenios impecables y listos por si el agua volviera.
Nos reunimos con el Valdavia y lo seguimos. Bajaba hermoso, como pocas veces lo hemos visto. Entre su vega avanzábamos entretenidos con palomares, alguna noria y hermosas nogalas hasta que la concentración nos empujó por sus caminos rectilíneos e insípidos.
Pasamos por Bárcena de Campos rodando junto a la ribera y llegamos poco después hasta Castrillo de Villavega, el pueblo de San Quirico. El magnífico puente del s XVIII, que por aquí cruza el río, nos dejó sorprendidos por su hechura y conservación.
Visitamos sus iglesias, ermitas y los últimos restos de su castillo mientras el sol, ya al oeste, se acercaba a la tierra.
Un último empujón por lo alto de los páramos nos llevó de regreso a Abia de las Torres. Llegamos con cincuenta y tantos kilómetros en las piernas por estas tierras tan amplias, tan discretas y tan apartadas del ruido.
He disfrutado en Ciérvana (Vizcaya) con vuestro recorrido que tan bien describe vuestro pedalear (o lo que sea). Gracias-
Buena ruta y muy bien descrita. Un saludo
Muchas gracias