Aprovechando que el Pisuerga …
La primera entrada de este cuaderno la quiero dedicar al Pisuerga, a mi río. No a todo el, por supuesto. Ese reto daría contenido para una enciclopedia entera, sino a la parte que discurre por Valladolid, lugar donde nací y donde me voy criando.
Para ello te propongo una ruta a los largo de sus riberas, comenzando dónde quieras, y con el medio que prefieras: andando, bicicleta, incluso barca. Es el rio, sin duda, uno de los mayores valores de nuestra ciudad, lleno de puntos de interés que merecen su contemplación.
Para ello poco hace falta plano —aunque siempre ayuda—. Hace falta curiosidad e inquietud y, a partir de aquí, seguir la arboleda de sus riberas bien marcadas y salpicadas de jardines.
Yo, una vez más, voy a realizarla en bicicleta. Comenzaré y finalizaré en el Puente de la Hispanidad, llegando hasta la presa de El Cabildo.
Poco más atrás dejo el nuevo azud que levanta el nivel del río dejándolo con una suave corriente en su curso urbano, prácticamente plano. A partir de aquí resulta fácil transitar a su vera, hay carriles bici, senderos, caminos, calles… Con precaución, todo se hace compatible.
Las cuevas del manicomio
Me aproximo al Cerro de la Gallinera. Parquesol lo llamamos ahora. Son las estribaciones de los Torozos, nuestra «cordillera». Aquí pegadas al río, en esas laderas, hace años, al acabar el Paseo de los Almendros había unas cuevas, probablemente minas abandonadas de arcilla o yeso. Muchos de mi edad lo recordamos como lugar de aventura y de primeros besuqueos y achuchones. Creo que aún sería capaz de identificar sus entradas, ahora ocultas.
Sigo el recorrido y llego al Museo de la Ciencia. Todo el trayecto se encuentra cubierto de exuberante vegetación que no soy capaz de identificar con precisión—está claro que tendré que aprender—. Desde aquí observamos la Isla del Palero. La encuentro algo pelada, aún se pueden observar las bases de las aceñas que movieron la maquinaría de la fábrica de harinas, ahora museo. ¡Qué gozada llegar a esta isla en nuestra adolescencia en barca! Era el gran reto del domingo, esquivando la presa que desde allí llegaba al Puente Colgante y que ahora está oculta por las aguas del río recrecido.
Tras algunos puentes llego a la Huerta el Rey, antes praderas, ahora barrios. Aquí, la Cúpula del Milenio nos ofrece un interesante punto de observación de la ciudad y de ella misma. Hay que seguir y sigo hasta el edificio Duque de Lerma, ¡afortunadamente finalizado! Me asomo al mirador, bajo mis pies tengo los restos del palacio de la Ribera, el chalecito de verano de Felipe III. Frente a mí, al otro lado, la playa. Sí, la famosa Playa de Valladolid, lógicamente ahora vacía. También veo el pantalán de nuestro barco insignia “La Leyenda del Pisuerga”, no está amarrado, debe de andar de travesía.
Hacia el Puente Mayor
Desde aquí se puede visitar el ramal que une la dársena del Canal de Castilla con el río, incluso, si andas bien de fuerzas, acercarte hasta la Fuente el Sol y Fuente de la Mona, subiendo la Maruquesa. Además podrás admirar una secuoya centenaria capada por un rayo hace lustros.
Desde el Puente Mayor tomamos el Camino del Cabildo, rodamos entre una zona industrial y la ribera, en la que encontramos enormes plataneros. Ya estamos llegando a nuestro punto de inflexión. La central del Cabildo fue lugar favorito de baño de muchos vallisoletanos, entre ellos nuestro escritor de verdad, Miguel Delibes. Tal como el mismo nos cuenta, también llegaba hasta aquí en bicicleta para darse un chapuzón.
El río se mantiene ancho y sosegado, perezoso diríamos.
La playa de Valladolid
Al otro lado tenemos el Soto de Medinilla, lugar para arqueólogos. Y al cruzar la VA 20, el parque Ribera de Castilla con algunos lugares interesantes para entretenerse un rato. La desembocadura de “nuestra río más traviesa”, La Esgueva. Precioso y bucólico lugar. El mismo parque, bien integrado con el río nos lleva de nuevo hasta el Puente Mayor y las Moreras. Bajo hasta la playa y me recreo en mis recuerdos de niño. Los vestuarios, el chiringuito con fuerte olor a cerveza Cruz Blanca y el Borriquito como tú continuamente en la megafonía, las famosas señales de 1.50 m y el trampolín flotante más allá, — para mi inalcanzable—. Seguro que hay alguien que me comprende.
El Poniente, aquí adivinamos la llegada del antiguo Ramal Norte de la Esgueva y más adelante, en Tenerías, su Ramal Sur, los recuerdos históricos que de estos ríos nos llegan no son agradables: suciedad, basura y dañinas riadas. En una palabra nos cargamos la belleza que debió tener Valladolid cuando era solamente una aldea medieval entre inmensos sotos ribeteando numerosos y claros ríos y arroyos.
Una peseta: tres celtas y tres cerillas
Justo aquí, detrás del colegio Ponce de León, me viene otro recuerdo, ¡vaya tarde! Tendría ocho años cuando, embaucado por “un mayor” y como diríamos ahora “afán de experimentar” hice novillos media mañana y me fumé mi primer celtas sin filtro al fresquete de los álamos. Recuerdo que me agradó, aunque pasaron bastantes años antes de repetir una picia de ese calado.
De nuevo trato de concentrarme en mis pedales sin poder evitar mis recuerdos: La pesquera del Puente Colgante; aquí nos bañábamos de noche en verano cuando nuestros padres pensaban que estábamos viendo la novillada nocturna.
Bajo el puente de la División Azul
Y más adelante de nuevo el puente de la Div… de Arturo Eyries. Este puente para pasar e ir hacia las cuevas antes mencionadas en las Cuestas del Manicomio había que cruzarlo pero… ¡por debajo! Es decir, debajo de su calzada, entre las enormes vigas de hormigón a las que se podía acceder desde su estribo… mejor no comentar más.
Fuentes, tejos, gansos… no acabaríamos; cada uno que se fije en lo que más le guste. Yo, de nuevo al principio, y de aquí a recogerme. Ha sido un paseo agradable y variado. Quizás algo personal pero no he podido evitarlo. Creo que es lógico. Al final, una buena tarde con un solo chaparrón y bastante viento. La ruta, de unos 30 relajados kilómetros.