Valosandero es uno de los montes más bonitos que existen en torno al Duero. Incluso durante el frio invierno mantiene un tono amigable y acogedor, alternando el color frio de sus cielos y prados con el cálido ocre de la hojarasca del rebollar. Es una de las maravillas de Soria como lo son el torrezno o la mantequilla. Sin embargo, a diferencia de estos, para disfrutar de Valosandero tienes que tomar la iniciativa y moverte; no te lo llevan a casa.
Y en casa nos querían dejar los augures de la meteorología con sus previsiones de fuertes lluvias y vientos imposibles. Daba igual, teníamos tantas ganas de pasearlo, que no pudieron contra nuestra voluntad y nos pusimos de viaje.
Cuando llegamos encontramos lluvia y viento pero todo era llevadero. Comenzamos a caminar con decisión entre una agradable bruma que apenas nos dejaba vislumbrar el Pico Frentes y nos fuimos colando por vaguadas y oquedades hasta la Cañada Honda. Entre preciosas vacas mansas coloradas seguimos trochas inundadas que nos llevaron hacia El Raso y Las Morrillas. El viento soplaba a nuestra espalda haciendo tan inútil el paraguas como las botas de goretex entre tanto agua y barro.
Tornamos hacia el Norte, buscando el Duero. Abandonamos el camino y entramos por senderos de ganado, abriéndonos paso entre jaras empapadas que nos iban dejando su agua hasta la cintura. Atentos a los roquedos, a los barros y a las hojas resbaladizas el paseo era una maravilla y, como premio, finalmente dejó de llover y el viento nos dejó tranquilos al abrigo de la Peña de la Sierpe.
Llegamos al Duero retenido por la presa de Buitrago. Se nos mostraba frío, ancho y plateado sin que la bruma nos dejara ver el horizonte serrano. Pero no importaba; en nuestro sendero atunelado por la arboleda ya teníamos bastantes estímulos: corzos correteando monte arriba, una vieja construcción que emerge de las aguas, los líquenes adornando las ramas del roble y los gamones incipientes prometiendo la primavera. Sí, ya era suficiente.
Llegamos hasta la presa que retiene las aguas y, a partir de aquí, tocaba disfrutar del jovenzuelo Duero. El paisaje ha cambiado; el río se vuelve más “natural”, se estrecha y corre saltarín entre rocas oscuras que contrastan con sus aguas espumosas. Abedules blancos festonean sus riberas… ¡vaya!, excepto uno, que yace horizontal arrancado de cuajo por el viento. Nosotros seguimos por el sendero, bien pegados al río, pisando a veces sus playas, sus pasaderas y siguiendo a sus meandros que regatean entre los pinares.
Había dejado de llover y el Sol se insinuaba tras las nubes cuando dejamos el Duero para atravesar un pinar del que entresacaban madera con la habilidad típica de estos lares: haciéndolo sin molestar al bosque.
Buscamos a su pequeño afluente Pedrajas; junto a el comenzaríamos el retorno. El riachuelo de Valosandero que, con frecuencia baja seco, hoy estaba pletórico, trenzándose entre los robles e inundando los pequeños prados que lo acompañan. Agua clara y limpia que baja rebotando entre bolos calcáreos creando dinámicas espumas. Un paisaje hermoso que nos despista de la precaución de no pisar las bostas blandurrias que, como en un campo de minas, se hallan diseminadas por las praderas.
Hubo que vadearlo en alguna ocasión buscando mejores caminos y, enseguida, llegamos a la Vega del Cubillejo donde encontramos el viejo puente alomado del Canto. Tiene tres ojos aunque el arroyo usa solamente uno para pasar. El lugar parece paradisíaco, podemos ver fuentes, restos de antiguos corrales y enormes robles y encinas. Las vacas, que parecen muy mansas, nos van dejando paso franco mirándonos abobadas.
El río Pedrajas en su sinuoso descenso se va encajando deliciosamente en un pequeño cañón. Suavemente sus paredes se levantan para acoger los abrigos y refugios en los que nuestros hombres prehistóricos, probablemente inspirados por este paisaje y en días como hoy, representaron con sus óleos, no sabemos qué, ni porqué. ¿Serán quizás la inspiración a tantos grafiteros que siguen su escuela?
El pequeño desfiladero se abrió y ahora el viento se dejaba sentir molesto de frente. Pero ya estábamos en la llanura donde comenzamos unas horas antes. Allí encontramos otro puente, este parecía más antiguo, también alomado, con bonitos pretiles y con un pequeño ojo. Bajo el no pasa río alguno, ¡está en el medio de la pradera!… Quizás el río Pedrajas, en algún antiguo cambio climático, cambió su rumbo moviéndose hacia el Sur dejando a su puente huérfano de aguas.
De nuevo comienza a llover y el viento arrecia; como cuando comenzamos. Pero ahora la caminata está ya en la mochila y tenemos refugio: el restaurante de la Casa del Guarda… es hora de tomar el vermú, aunque sea con los pies mojados.
Aquí, en wikiloc, dejamos nuestro paseo por Valosandero.