Habitualmente la visito. Escucho lo que me cuenta —no todo lo que debiera—, trato de ayudarla y acompañarla. Me pregunta que dónde ando, aunque en realidad me quiere decir: ¿Qué andas haciendo por ahí…?

Ayer cuando me acerque a verla la sorprendí ya en la calle. Es mayor y tiene problemas de movilidad pero su voluntad le mantiene al límite de todo lo que puede hacer. Se asustó alegremente de verme y cuando le pregunté que dónde iba me contestó que a dar el pan duro a los patos; al río y que ya probablemente sería su único paseo en un precioso día nublado con amenaza de tormenta.

Yo, como de costumbre, tenía algo de prisa pero se me ocurrió acompañarla, al fin y al cabo había ido a verla y además… ¡íbamos al río!

La gran travesía

Recogí su bolsa de pan y ella se me tomó el brazo. Entre mi apoyo y su bastón iniciamos muy despacio el corto trayecto que nos separaba del río.

Habitualmente hago excursiones por la cuenca del Duero de cualquier manera: andando, bicicleta … a veces muchos kilómetros, por lugares inverosímiles y con un cierto equipamiento… ¿Podría ser esto también una excursión por calles rutinarias hacia el Pisuerga?

Pacientemente seguíamos caminando, a ella le parecía que íbamos muy rápido pero no dejaba de contarme cosas: cuando vivía Papá, sus vecinas, la parroquia y las cartas del banco. Observa la fruta de un escaparate y me cuenta lo que a la vuelta comprará y ¡cómo está todo de caro! Despacio, muy despacio llegamos al Paseo de Zorrilla y aquí un oportuno descanso ya que hay que parar en el semáforo.

Tomamos aire y se pone en verde. Cruzamos despacito y cuando llevamos algo más de la mitad el semáforo parpadea. Le pido que apriete, aun así el último tramo lo pasamos en rojo con la incomprensión del vehículo que espera para arrancar.

—¿A dónde vamos mamá? Le pregunto

—Ahí, hijo, ahí. Hoy al puente del Corte Inglés, el otro día estuve en el de Hierro. Con Papá hacíamos mucho esto.

Yo todavía no se bien cómo lo quiere hacer. Sé donde andan los patos pero creo que están lejos. Así llegamos a la barandilla del puente Don Juan de Austria dónde nos apoyamos. Esta primavera el río está precioso y con buen caudal. Con las bonitas vistas sobre el Palero donde tantas veces fuimos de chicos en barca en nuestra adolescencia. En una orilla los bomberos hacen prácticas con una zodiac y en la otra algunos jóvenes escolares holgazanean, el puente también está bien transitado

Y aprendo a dar la comida a los patos

—Y ahora ¿quieres que baje hasta el río y deje el pan en la orilla…? Por aquí no hay ninguno…

—No hijo no, aquí, desde aquí. Ya verás… se lo vamos tirando.

Pues nada, algo escéptico cogí la bolsa y comencé a tirar el pan. Todavía no habían caído los primeros trozos al agua cuando, al menos desde tres lugares, comenzaron a arribar en un precioso vuelo raso ocas y azulones. En unos instantes disputas, chapuzones y tremolina. Hubo para todos.

—Ves, hijo ves…

Sin más y algo atónito emprendimos el regreso entre molestas máquinas sopladoras de hojas que hasta silencian el tráfico. Ella sigue sin parar contándome cosas y yo voy pensando en lo rápido que pasan las excursiones bonitas.

¿Me quedarán a mí tantas por hacer hasta el río?

 

 

 

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