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Habíamos parado en Narrillos del Rebollar donde nacen varios arroyuelos: El Río Hondo recogerá al Altamiros y Matapeces para llegar juntos hasta Horcajuelo. Y por otro lado el Gargüelo o Arroyo del Valle que llegará al mismo lugar con el nombre de Arroyo de las Cañadas de Montejo. Y así se habrá formado el río Arevalillo que, a veces, llegará con agua hasta Arévalo después de atravesar La Moraña. Por si fuera poco el lío de nombres al Gargüelo por aquí lo llaman «Trabancos» ¿?. Pues si así lo llaman sus paisanos por ese nombre lo conoceremos también.
Son arroyos bruscos, cortos, transitorios y sus estiajes son cada vez más largos. De hecho ahora, en mayo, apenas vemos correr agua.
El Río Hondo
Sigo mi ruta, He descendido el Cerro de Gorría y salgo de Narrillos del Rebollar; ahora continuo ya cuesta abajo hasta Benitos, un lugar con bonitas fuentes. Aquí pregunto por la senda que hay paralela al río Hondo.
Me la indican amablemente, incluso me abren una portezuela medio oculta entre matojos.
– Eso sí prepárate para abrir y cerrar portillos.
– Pero esto, ¿no es lo normal por aquí? -pregunto-
– Aquí los ganaderos son comodones, cierran el camino y se olvidan del ganado.
Y así es; jóvenes terneras mansurronas por aquí y por allá, abro y cierro, y a duras penas logro seguir el imaginario sendero. El arroyo lleva agua y por unas piedras pasaderas lo cruzo dándome de bruces con la hermosa ermita de la Virgen de Ríhondo. Antiguo y muy bien tallado creo que es el edificio más notable que he encontrado en toda la ruta. Su armoniosa fachada resplandece con el sol del atardecer. Junto a la fuente encuentro un cartel con la ruta que pretendía seguir y observo que no ha sido la correcta, por la que yo preguntaba en Benitos y que quizás esté libre de portillos.
El río Hondo sigue bajando, más adelante —cuando lleva agua— salta encajado entre las peñas formando unas bonitas cascadas en las laderas del Castro de la Mesa de la Miranda
Chamartín; El Matapeces
Nos encontramos en un lugar de encinas centenarias y verracos. Entre suaves prados clareados aparecen ejemplares enormes entremezclados con caprichosos berrocales.
Me viene a la memoria una excursión caminando hasta el Castro de la Osera (o de la Mesa de la Miranda). Cuando terminamos de visitarlo tratamos de regresar subiendo por el cauce embarrancado del arroyo Matapeces. Al principio avanzamos algo río arriba pero diez pasos mal dados nos situó en un punto alto, vertical y peligroso del que solamente pudimos salir con un alarde de serenidad, bien pegados al terreno y agarrándonos a las matas secas mientras la resbaladiza gravilla caía al lecho rocoso del seco arroyo. Un buen susto y un barranco que nos recuerda que la Sierra de Ávila también es montaña y como tal hay que respetarla.
En esta ocasión, mucho más tranquila, después de encaramarme al Gorría, pregunto en Chamartín y me acerco a visitar la Encina del Pradejón. Se encuentra en las cercanías pueblo aunque un mastín que guarda un rebaño me obliga a dar un pequeño rodeo.
Un impresionante monumento arbóreo al que calculan más de 600 años, ¡toda una encina del Renacimiento!
Y el Arroyo de las Cañadas de Montejo
El sol va cayendo y hay que seguir. Dejo la Encina del Pradejón y tomo el Cordel de la Cañada Real Soriana que sorprendentemente está magníficamente conservado manteniendo su enorme anchura. Dejo Cillán a mi izquierda y sigo hasta el arroyo que vimos nacer más arriba en Narrillos.
Aquí la Sierra de Ávila va dejando los prados; hacia Muñico aparecen pequeños campos de cereal y sus brusquedades desaparecen. Al haber grano tuvo que haber molinos y junto al arroyo siguen sus restos.
Cuando el sol se mete llego al pequeño Molino de la Salud, su estado es de abandono pero no ruinoso al conservar la cubierta. En el interior se escudriña a través de su puerta rota sus ingenios atascados en el tiempo. Afuera su balsa vacía y su cárcavo están comidos por la vegetación.
Ahora piornos y majuelos están dorados, fulgurantes. Y la fuente que hay frente al molino arroja un hilillo de agua fresca. Entre medias el arroyo corre despacio bajo las guirnaldas blancas de tiernos ranúnculos de agua. El sol se guarda y yo creo que también.