El frio va entrando entre los lugares que vamos recorriendo a medida que que el invierno se acerca. Hoy, ese frio, seco y ventoso, hace que nos recojamos al amor de nuestras ropas mientras recorremos viejas sendas en Cardeñosa.
Sendas y caminos que ayudaron a distribuir la piedra de esta tierra de canteros. Un paso imprescindible para que otros las colocaran formando muchos monumentos que aún perduran y nos siguen emocionando.
Entre encinas y berrocales salpicados de numerosas cruces, recorremos una senda firme y bien marcada que nos va dirigiendo a algunos puntos de interés que nos sirven de hitos en nuestra ruta.
Primero nos topamos con el arco de Conejeros. Un arco de granito con algún adorno de bolas en sus capiteles y que probablemente fue el arco triunfal de la iglesia del despoblado que aquí hubo y que delata, además del arco, otros vestigios como sepulturas y cruces.
El arco, desposeído de su función, resiste con gracia y su medio punto resiste a la gravedad a medida que la erosión debilita sus exiguos apoyos. Sin embargo un arco en el aire, en un entorno natural, siempre estimula la imaginación y nos evoca las épocas pasadas bajo sus dovelas.
Seguimos nuestra ruta. Ahora toca abrir y cerrar portillos, cruzar entre el ganado que pace y tratar de ignorar a un par de mastines que se cruzan en nuestro camino ladrando amenazantes.
Tras esas emociones llegamos hasta las cercanías del Adaja que solamente pudimos contemplar embalsado ya cuando nos acercamos hasta el castro vetón de Las Cogotas.
En el castro el viento arrecia. Las nubes se mueven veloces sobre los restos de su muralla, de sus piedras hincadas y de los cimientos de su caserío. Unos rayos de sol sueltos nos permiten almorzar a la abrigada de unos berrocales junto a una carrasca. ¿Cuántos humanos lo habrán hecho antes que nosotros allá en la Edad del Hierro desde un lugar tan dominador?
Desde nuestro emplazamiento podemos observar bien el embalse. Una amplia franja blanquecina muestra su inquietud, a la espera de las aguas de primavera que permitan regar la Moraña en el estío.
La parada es breve. Hoy es mejor caminar. Y en nuestro camino vamos observando las labores abandonadas en las rocas. Labores artesanales que nos muestran las extracciones del granito con ayuda de cuñas y las primeras labras en la piedra con porrillo, cinceles y bujardas antes de ser transportada.
Entre las frecuentes canteras aparecen también las llamativas piedras caballeras. Estas, formadas por la erosión, aún siguen sirviendo de referencia para ubicarse sobre estos homogéneos pedregales.
Cuando nos acercamos de vuelta a Cardeñosa aparece de nuevo el festival de cruces. Cruces pétreas que a veces nos parecen talladas del mismo berrocal que las sustenta, otras marcan una fuente, también la ermita del Cristo tiene sus cruces; y, finalmente, la apoteosis: el imponente Calvario.
Y es que el viacrucis que es Cardeñosa en si, tiene su punto álgido en el calvario formado por las tres cruces sobre un pequeño promontorio delante de la ermita. Unas cruces que soportan las figuras de Jesucristo y la de los ladrones escoltas. Las imágenes están desdibujadas. A la dificultad de tallar en granito hay que añadirle el tiempo, ¡siglos! que llevan a la intemperie. Aun así podemos apreciar al Cristo coronado y clavado en la piedra, mientras que las figuras de Gestas y Dimas siguen atadas.
Entre cruces y más cruces llegamos al pueblo, allí curioseamos su manantial junto al arroyo y también su robusta iglesia. Allí, en una placita, es ahora el cantero de Cardeñosa el que se ha convertido en granito. Ahí sigue, sobre su labor; como desde siempre, para que no olvidemos su oficio, sus esfuerzos y sus cuitas.
Aquí el track y un par de observaciones:
1,- En la zona de Las Conejeras nos abordaron dos mastines que debían de cuidar del ganado, conseguimos pasar pero lo normal es que esta situación estropee la excursión a una familia por una ruta que está marcada por la Administración. Parece que al expandirse el lobo sin control los ganaderos están optando por dejar sueltos sus mastines dejando vendidos a deportistas y paseantes en un campo sin ley.
2.- El Castro de Las Cogotas es un importante oppidum de la Edad del Hierro. Sin embargo, y esto viene siendo habitual en lugares de este tipo, los carteles explicativos se muestran ilegibles o en blanco debido a los efectos del sol y la intemperie dejando una penosa imagen de desidia