En esta ocasión tratamos de pasear y conocer el río Tormes en las cercanías de la ciudad de Salamanca. En un día incierto de abril que comenzó muy fresco y acabó en tormenta de la que afortunadamente pudimos salir dignamente. Es decir: solamente calados.
El río Tormes es el afluente más caudaloso del Duero por su margen izquierda. Cuando baja de Gredos a los llanos gusta de abrirse a lo ancho creando numerosas y hermosas islas que reparten su caudal en brazos menores que facilitan la instalación de azudes. Solamente estas represas, que laminan su cauce, nos ofrecen la ilusión de encontramos a veces ante un gran lago en lugar del dinámico río.
Desde La Armuña hasta el río
Comenzamos a pedalear con el favor del viento por la áspera Armuña. Primero Castellanos de Moriscos, después Moriscos y más adelante Aldealengua dónde nos encontramos ya con el río Tormes. Los campos están muy verdes y en los pueblos se aprecia la influencia de la cercana capital en forma de nuevas y monótonas construcciones de adosados. En Aldealengua tomamos una bonita senda junto al río protegiéndonos entre sus sotos del viento.
Al poco, entre álamos talados, llegamos a la pesquera de La Flecha. Entre las ruinas de una piscifactoría se encuentran otras más antiguas. Se trata de la casa de descanso que los agustinos, antaño, poseían y en la que, según dicen algunos, Fray Luís de León se inspiró para componer aquellos versos que hablaban de la descansada vida que huía del mundanal ruido… Lástima de lugar; sus aspecto actual es deplorable y el mundanal ruido aparece en forma de viejo tren por la cercana vía. También Unamuno y Jacinto Benavente disfrutaron de estas riberas cuando estuvieron cuidadas y sus huertos florecían. Pero… ¿Y a quién no?.
Seguimos camino, subimos a Cabrerizos y después volvemos a bajar hasta la enorme isla del Soto, limpia y acondicionada para el ocio. Por aquí los ramales del río aún pueden bajar cantarines entre algunas rocas. Ahora cruzamos hacia el otro lado, hacia la ribera derecha y pronto avistamos la ciudad de Salamanca.
Salamanca
parece estar hecha para el Tormes. Su encaje es perfecto, su tamaño, sus colores y su perfil. Varios puentes y jardines ganados a las riberas van apareciendo entre viejas presas que aún señalan sus ruinosas aceñas.
Su magnífico puente romano sigue siendo el prestigioso decano del río. Por el se siente bajar un ciego riendo a carcajadas y un lazarillo con un gran chichón que acababa de dejar de ser un crío.
Algunas barcas descansan a la espera de vientos más cálidos y entre los álamos se aprecia el perfil armónico de sus catedrales —¡preciosas estampas!—.
El río continúa entre zonas deportivas y otras menos afortunadas que permanecen a la espera de nuevos proyectos sirviendo de aparcamiento bajo los puentes. A su vez el río se va estrechando y sus terrazas se levantan ligeramente hasta que llegamos al último barrio de Salamanca: el de Tejares, donde cuenta la novela que nació el nombrado Lazarillo.
Tras pasar algunas dificultades propias de ciclistas para cruzar las modernas infraestructuras —solo para motores— llegamos hasta las terrazas altas de la Salud desde donde aún podemos apreciar los estribos del puente del ferrocarril que lo cruzó para llegar a Portugal.
Y del Campo Charro a la Armuña
El Tormes definitivamente cambia de aspecto a medida que nos acercamos a Santibañez del Río. Comienza a mostrarse encajado, a tener que cavar, para conseguir descender hasta el Duero. Más adelante llegamos hasta el puente de Villamayor, allí cruzamos al otro lado para encontrarnos de nuevo en la Armuña.
Antes de despedirnos del río lo recorremos entre sus viejas aceñas de Gudino y del Canto por unos agradables parajes ya salpicados de encinas. Nos acercamos a Villamayor, aquí los campos vuelven a ser amplios y luminosos.
¿Luminosos?, bueno a ratos. Cuando aparece el sol.
Y es que al frente se nos presenta un oscuro horizonte. Los nubarrones muy bajos y grises indican que es mejor ponerse el impermeable.
Seguimos hasta Aldeaseca y después hasta Monterrubio, no era el momento de entretenerse demasiado y tomamos la carretera, además nos ganamos el favor del viento. Sin embargo la tormenta nos cazó en las proximidades de San Cristóbal de la Cuesta donde llegamos ya mojados y donde esperamos pacientemente a que escampara bajo la pequeña cubierta del portal de su ayuntamiento.
Y sin más, en un pequeño receso de lluvia moderada, aprovechamos para regresar rápido entre campos muy agradecidos a Castellanos de Moriscos. Allí nos nos esperaba un café caliente y el coche protector.