Hoy hemos vuelto a Tierra de Campos. A rodar por la estepa de amplio y soleado horizonte. A la tierra de ríos casi secos y arroyos vacíos. Y también a una tierra que se desvanece en la tierra.
Comenzamos en Cotanes del Monte, queremos llegar a Villamayor de Campos por la parte de Zamora y regresar por la de Valladolid. La mañana es fría, los estratos atenúan al Sol y el vientecillo se irá levantando por el Oeste a medida que avanza la excursión llegando a ser molesto al final del recorrido.
Sin duda disfrutaremos del paisaje terracampino que tanto nos emociona, pero en esta ocasión parece que nos fijamos más en su arquitectura vernácula. en lo popular que a duras penas permanece ayudándonos a comprender un pasado de mayor esplendor.
Dejamos Cotanes del Monte en obras; están realizando acometidas nuevas de agua y los pobres solados de hormigón están levantados. Visitamos la lagunilla de la Fragua levantando un buen bando de patos donde antaño se lavaba la ropa. En su plaza un vetusto pozo de piedra nos anticipa las dificultades de esta localidad para conseguir las aguas.
Quintanilla del Monte:
Pedaleamos en calma por la llanura, tomamos la cañada hacia Villalpando y luego un camino que nos lleva hasta Quintanilla del Monte, otro pueblo que languidece. Su iglesia se derrumbó y el barro de las tapias de su viejo cementerio sepulta las sepulturas que nos muestran cruces inclinadas de hierro oxidado que perdieron el nombre que llevaron inscrito sobre sus óvalos de porcelana.
Seguimos hacia el Norte, la laguna de la Cárcava esta seca y, más adelante, el río Navajos solamente nos muestra su penacho de carrizo entre las potentes motas que lo encauzan.
Villamayor de Campos
Así llegamos a Villamayor de Campos. Es una novedad encontrar gentes por las calles, ¡incluso pan!. Es un pueblo dinámico, con tiendas, farmacia, bar… callejeamos y observamos su arquitectura, sobria y modesta. Como todo por estas tierras. Finalmente cruzamos el Valderaduey que tiene congeladas sus riberas, para acercarnos hasta el Cerro del Socastro, que debió ser un pueblo para convertirse en cotarro de bodegas presidido por una ermita dedicada a la Virgen.
Paseamos por sus senderos de arcilla, esquivamos algunos echaderos hundidos porque ya nadie descarga las uvas. Las bodegas sin su propósito no resisten y apenas se mantienen, quizás porque ya sus propietarios pasaron la edad de las meriendas entre amigos.
Siguiendo el río Valderaduey, llegamos hasta un teso en el que encontramos una docena de palomares y un molino de viento que sólo perdió sus aspas. Algunos palomares se mantienen, incluso son habitados por torcaces, otros vuelven al barro y se desvanecen.
Santa Eufemia del Arroyo
Cambiamos de rumbo y nos dirigimos hacia Santa Eufemia. Atravesamos campos de Campos por caminos rectilíneos en los que apenas algunas cuestecillas alteran nuestro rodar. En Santa Eufemia hace unos días tocaron las campanas para ahuyentar a las tormentas y ya, de paso, moverlas y escucharlas. Hoy el pueblo dormita, como en entrevela.
Aquí, en su bonita alameda almorzamos al amparo de un sol amable y del exquisito pan de Villamayor. Cruzamos su arroyo: el Bustillo (Navajos o Ahogaborricos) y seguimos hacia el sur por firmes caminos que empiezan a echar de menos algunas gotas del cielo. Como nosotros echamos de menos a las avutardas que siempre nos acompañan por estos pagos pero que hoy parecen desaparecidas.
Cabreros del Monte
Llegamos a Cabreros del Monte, también lo paseamos. Ni ríos ni arroyos; un par de lagunas desaliñadas, casas notables y su iglesia realzada por un amplio pórtico. En la penumbra de la base de su torre bizca, entre viejas vigas de olmo cubiertas de telarañas, se confunden cruces oxidadas, ejes, trozos de melena, herrajes de las campanas y algunas palomas muertas.
En el horizonte observamos los restos de sus molinos de viento, de buena cantería, pero esta vez nos quedamos con la preciosa Fuente de la Reguera, de aspecto romano. Bajo su bóveda guarda un magnífico pozo de piedra bien tallada. Al asomarnos nos muestra su azogada lámina de agua, oscura y profunda.
Pozuelo de la Orden
Ahora nos dirigimos a Pozuelo de la Orden, un cinturón de ruinas nos recibe y nos lleva hasta los restos de su iglesia de Santo Tomás cuando pasa un rebaño camino de su establo comandado por su pastor sobre un ágil pollino. También nos acercamos a su laguna y a uno de mis palomares favoritos de Tierra de Campos cuya fotografía hoy enmarca esta entrada.
El viento se anima y nos da de cara en el último tramo de la excursión. Ahora si que se levantan avutardas; varios bandos se mueven de diferentes direcciones. Da gloria verlas en su pesado y armónico vuelo… ¿a dónde irán?
Y llegamos a Cotanes del Monte
De vuelta a Cotanes, entramos por la carretera. Vemos que tuvo también barrio de bodegas excavadas en arcilla «reforzadas» con bóvedas de adobe. En nuestro recorrido solamente hemos observado un majuelo perdido. Y asimismo están sus bodegas: perdidas. El barro se derrite y deja al aire su cañón y sus puertas son trillos barnizados en el mate de la misma tierra.
Mientras recogemos las bicicletas saludamos a un anciano que pasea solo entre las acacias de la plaza cuando el Sol comienza a caer. Va y viene, despacio, contemplando una fuente que sobre cuatro caballos alados soporta a una nereida que pretende evocar con sus peces la pesca que nunca tuvo el pueblo. Una fuente nueva y… seca.
Y aquí os dejo el track de la ruta