El ambiente, ya vernal, en los campos me hacen desperezar y tomar de nuevo la bicicleta. Cruzo Valladolid junto al Pisuerga y llego al Puente Mayor. De forma mecánica salgo de la ciudad y me encaramo a los Torozos hacia Cigales. Mientras ruedo por caminos conocidos salpicados de almendros con almendrucos y viñas dormidas se me vienen a la cabeza las historias que nos contó aquel joven viajero americano que hace casi doscientos años recorrió estos parajes.

Alexander S. Mackenzie ( 1803-1848), fue un escritor y oficial de la armada americana que en 1834 viajaba ocioso por España a la espera de un destino en la Marina. En su libro Spain Revisited nos cuenta como llegó a Valladolid en la diligencia desde Salamanca describiendo paisajes y pueblos. Cruzó el Duero en Tordesillas entre el estruendo de las aceñas moliendo grano y el Pisuerga después, en Simancas, por su hermoso puente hasta llegar a Valladolid donde entró ya impresionado por la visión del cetrino brazo derecho de un ajusticiado, clavado a un poste alto y con una daga en la mano en actitud desafiante para escarmiento de los que lo vieren.

Alexander S. Mackenzie
Alexander S. Mackenzie (wikipedia)

Durante su estancia previa en Madrid —nos cuenta— había visto una nota en la Gaceta de Madrid que informaba de que en las excavaciones que se estaban ejecutando en Cigales para la construcción del Canal de Castilla  había aparecido el esqueleto de un gigante de unos veinte pies. Por aquellas fechas el asunto era motivo de actualidad en las tertulias madrileñas y al joven Alexander su espíritu viajero y cierta curiosidad le impulsaron a visitar el lugar.

Tras alojarse y describirnos la ciudad, sus gentes, costumbres y monumentos, alquiló un viejo caballo, flojo de resuello, y se puso en marcha. Cruzo el Puente Mayor, después el Berrocal y allí tomo el camino de Sigales (sic). Con la vista en las torres de su iglesia; no había perdida.

Durante su ruta alcanzó a un grupo de mujeres que volvían del mercado en Valladolid a lomos de sus asnos, tras saludarlas con cortesía, adaptó su paso al de ellas y les preguntó por el gigante. Todas habían oído hablar de ello pero ninguna lo había visto.

La extraña caravana llegó al pueblo que por aquel entonces había conseguido cierta celebridad en toda España. Tras admirar su imponente iglesia de Santiago llegó a la posada y allí, abriéndose paso entre campesinos, niños y hasta gatos, se apañó para dejar a su caballo atendido en la cuadra.

Viña en Cigales. Valladolid
Majuelo en Cigales

Preguntó por el dueño y al instante apareció una persona baja, recia y fuerte que mostraba en su rostro una mezcla de curiosidad y astucia. Le comunicó inmediatamente el objeto de su visita con el ruego de que llevara hasta la presencia del director de las obras. Según nos cuenta, el posadero tenía su propia manera de hacer las cosas, la cual consistió en llevarle hasta el cobertizo donde vivían los presos con quienes se sentía más cómodo para preguntar por aquel raro encargo.

A Alexander le resultó divertida la forma en la que aquel posadero abordó a un negro rufián con un grillete más grande que el de cualquiera de sus compañeros por lo que dedujo que era un violento asesino.

     — ¡He! ¿Cómo estás?

     — Su humilde servidor

     — Este caballero ha venido para ver esa cosa…

El tabernero mostró cierta indisposición a nombrar “la cosa” lo cual ya le demostró lo que aquel hombre creía en ella. Estaba ya claro que había pocas posibilidades de encontrar vestigio alguno de un gigante cuando alguien tan cerca del lugar de la aparición no sabía si creerlo o no.

     —Sí, esa cosa que desenterraron el otro día. ¡El gigante!

Aquel rufián contestó al instante que todo lo que sabía del asunto era que algunas piedras, las cuales alguien con conocimiento afirmó que eran huesos, habían sido desenterradas unos días antes y que se habían depositado en la casa del Director. Se alejaron del lugar no sin antes dejar algunas monedas al convicto para tabaco cuando fueron abordados por el médico del pueblo. Un individuo, según nos describe, de unos cincuenta años, enjuto y de mirada cadavérica, que al enterarse del motivo de la visita inmediatamente se ofreció a llevarlo hasta lo que andaba buscando.

“Llegamos hasta la casa en cuestión y subimos a su piso superior. Entramos en una habitación donde unas mujeres estaban cosiendo y después de disculparnos por la intrusión nos dirigimos a presentar nuestros respetos al gigante»

A un lado de la habitación estaba depositada una enorme piedra redonda entre otras alargadas; aquello se suponía que era el cráneo del gigante de veinte pies y los restos de su esqueleto.

Panorámica de Cigales, Valladolid
Uno de los caminos a Cigales

 Nuestro viajero describe al médico como pequeño, con aire de alquimista de siglos pasados y que se sintió algo frustrado al comprobar que Alexander no era un experto en materia de gigantes. Nos dice que la impresión que tenía era que estaba lanzando «perlas a los cerdos«. El había puesto en conocimiento de un erudito de Valladolid sus sencillas averiguaciones en base a la forma del pedrusco redondo y la distancia a la que se habían encontrado el resto de los “huesos”, eso sí: muy bien escritas y con adornos en latín. De esta forma debió trascender la noticia de la que jamás se volvió a dar cuenta pero que a punto estuvo de hacer de Cigales un pueblo más famoso que El Toboso (comparación que hace el mismo Alexander en su relato).

Hay que decir que ante la ausencia de rocas en las terrazas del Pisuerga por esa zona debió de sorprender la aparición de estas al excavar, con un poco de imaginación y el deseo de conocer la historia de los gigantes que pudieron haber vivido en Cigales, el bulo o fake new, que dicen ahora, estaba servido.

Mientras recorro el pueblo con mi bicicleta tomando alguna fotografía no dejo de pensar en la ingenuidad de aquellas gentes sencillas y el cambio en sus rutinas que debió suponer la construcción del canal. El libro es muy interesante y entretenido, solamente lo he encontrado en inglés y aquí modestamente os transcribo lo que entendí.

En la próxima entrada regresaremos por el canal comentando a la vez lo que Mackenzie nos contó sobre la vida de los prisioneros y alguna de sus arriesgadas opiniones al respecto.

 

Al final… ¡nos quedamos sin gigante de Cigales!      (imagen de las redes)

 

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3 thoughts on “Historias en blanco y negro del canal de Castilla: El gigante de Cigales

  1. La historia que recoges sobre el «Gigante de Cigales» me ha recordado el trabajo de Germán Delibes de Castro y otros titulado «Hallazgo de dos brazaletes de la Edad del Bronce en 1832, durante las obras del Canal de Castilla a su paso por Cigales «, en la zona de Sopeña.

    1. Que curioso, la misma época. No lo conocía. Esta historia esta sacada del libro que menciono en la entrada y no se ha encontrado la referencia que hacía Alexander a la Gaceta de Madrid

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