El amanecer estaba frío pero había ganas de patear por el amplio valle de Amblés. Así pues; coche y hasta Niharra. Allí dimos comienzo a una amena marcha en la que sin darnos cuenta caminamos, nada menos, que 26 kilómetros.
El castillo
Al comenzar la caminata hacia Mironcillo, el sol despuntaba reflejando con agresividad su luz en los restos de la nevada y en el hielo de los arroyos. Uno de los objetivos era asomarnos al valle desde el castillo de Manqueospese y entre peñascos de granito iniciamos la suave subida hasta la fortaleza de sugerente historia y curiosa leyenda. Arriba se disfrutaba de una nítida vista del plano y pelado valle que tiempo atrás fue lago. En el centro una tenue línea de arbolado marcaba el devenir del Adaja.
El castillo, de aire misterioso, se yergue apoyado en un roquedo con el que se enmascara. Da la impresión de estar aun siendo esculpido en la montaña misma.
Sotalvo y el pan
Al descender entre pequeños ventisqueros aún helados, nos dimos cuenta que no habíamos comprado pan en Ávila. Nos poníamos en lo peor pues va resultando poco frecuente encontrar panaderías u otros comercios por los pueblos que encontramos. Para variar, Sotalvo nos sorprendió con una estupenda con olor a harina y leña. La torta que adquirimos sin duda elevó notablemente la moral del pequeño grupo.
Pequeñas sorpresas
Nuestro único problema se había resuelto de modo que seguimos camino tomando un cordel que nos llevaría entre encinas formidables hasta Solosancho. El divertido paso del puente de Muñico, sobre el río Picuezo, nos entretuvo un tiempo, como también la oportunidad de ver curar a un caballo que se había cortado en una pata con una inoportuna chapa.
Y así llegamos hasta Solosancho. Allí apareció repentinamente el hambre atroz que suele entrar cuando ya te relajas al ver que la ruta va cediendo. Junto al del arroyo, en una mesa ─cómo no─ ¡de granito! dimos cuenta de nuestro menú con pan tierno y caldo bien caliente. Pero aun quedaba un buen trecho; había que seguir. Saludamos al verraco que los vetones habían dejado por allí y nos encaramos de nuevo hacia el Adaja en busca del puente de los Cobos. Atrás dejábamos lugares interesantes que tendrán que esperar mejor ocasión como el castro de Ulaca y un buen conjunto de viejos molinos remontando el Picuezo.
El puente de los Cobos
Hermoso y antiguo puente, parece ser que no hay dudas de que es romano. Desde allí tomamos una cañada y paralelos al río, entre campos de fresales caminamos hacia Niharra de vuelta. Un camino que nos permitió acercarnos a helados charcos junto al río, ademas de disfrutar de la observación de un centenar de cigüeñas, tan perezosas, que son capaces de invernar en estas gélidas tierras avileñas por no ponerse en ruta. Hablando de avileñas; será casualidad, pero entre todo el ganado que hemos visto por la ruta ¡ni una sola vaca avileña–negra-ibérica!
Y así llegamos, mas cansados que otra cosa, de vuelta a Niharra, donde un reparador cafetito nos insuflo las fuerzas necesarias para llegar hasta el coche y regresar. Ya, de fría atardecida.
Y aquí tenéis el mapa de la caminata:
Bonita marcha, felicidades. Por curiosidad, ¿dónde se puede encontrar más información sobre el lago que supuestamente había en el valle? Muchas gracias.
Gracias, en cuanto al lago hay varias referencias por la red, aquí te envío una de ellas.
http://olmo.pntic.mec.es/~fbez0000/elrio.htm
Saludos
Bonito recorrido y bien contado pero no es Solonuño, es Solosancho.
Gracias, corregimos