Palenzuela debió ser Pallantia y más tarde cabecera del Cerrato, aquí se celebraron cortes de Castilla y muchas más cosas que ya están en los libros. A nosotros nos queda el encanto que ahora posee el caserío que conserva aferrado a su loma y por supuesto: sus ríos.
En su término municipal se reúnen nada menos que Arlanza y Arlanzón. Sí, en un hermoso paraje que vamos a tratar de descubrir en una mañana de otoño muy fresca, pero que, a medida que avanzó el paseo, el sol se hizo el amo y señor permitiéndonos hasta el almuerzo sobre la hierba.
Después de que Sara, la alcaldesa, tuviera la amabilidad de abrirnos un domingo por la mañana su coqueto e interesante museo bajo la Torre del Reloj, dándonos unas buenas pinceladas de su historia y tradiciones además de su intrahistoria personal llena de recuerdos, visitamos su vistosa iglesia y las ruinas de su castillo de adobe subiendo y bajando sus calles y plazuelas. Compramos también, en la panadería junto a la iglesia, pan de cebolla que más tarde nos alegraría el bocadillo.
El Arlanza
Pero nosotros también queríamos caminar a lo largo del Arlanza así que nos pusimos en ruta dejando atrás lo que queda de Santa Eulalia, bajando una vereda en la que una vieja fuente con abrevadero dormía olvidada.
Dejamos atrás El Púlpito y entre las abundantes huertas que jalonan la vega nos acercamos caminando hacia un viejo molino que tuvo cuatro rodeznos y ahora carga sobre sus piedras e ingenios las vigas y puntales de la techumbre que se desmoronan.
Los caminos se pierden y seguimos el socaz que en algunos tramos desaparece. Las huertas abundan pero están como de despedida: los últimos tomates y pimientos aún colorean a pesar de las frescas mañanas. Calabazas y puerros por el contrario se muestran lozanos y sin temor a los fríos mientras que los pepinos ya murieron.
El río baja tranquilo, es un auténtico espejo. Escaso de aguas pero tan limpias que nos permite entrever sus algas verdes acompasando a la corriente. La caminata no puede ser más agradable. El sol asoma entre las puntas doradas de los chopos y se agradece cuando nos acercamos a la confluencia justo a la hora del aperitivo.
El Arlanzón
El Arlanza y el Arlanzón se unen sin estridencias, bajan los dos parecidos de caudal y nos dejan observar su unión sin pudor entre salces, chopos y temblones. El tiempo es tan agradable que entre la misma hojarasca seca almorzamos con la compañía rumorosa del río.
Tras el rato de asueto seguimos camino, ahora junto al Arlanzón, campo a través entre una plantación de chopos que tamiza la luz del sol. Ahora no hay camino y debemos de atajar un meandro a través de tierras recién aradas.
Al poco llegamos al Camino de los Guardias que entre un seto de negrillos nos lleva hasta el estrecho puente que permite el paso del río a la P-131 y donde disfrutamos del paso de un Arlanzón casi virginal.
Cuando dejamos la ribera el calor aprieta y además perdemos las arboledas. Con la vista en la población al pie de la cerrateña Cuesta de la Horca nos vamos acercando sin prisa.
Y Palenzuela… desde el aire
Parecía ya todo hecho cuando a alguien se le ocurrió la ascensión —campo a través— del susodicho pico y así hubo que hacerlo. Despacio, sudando la gota gorda se subió el empinado cerro para una vez arriba contemplar la espectacular vista de la población y de sus ríos convergiendo en la fértil vega de la cebolla horcal.
Desde arriba la visión es un amplio conjunto panorámico: algo más abajo la villa nos muestra su armoniosa fisonomía y más allá de sus murallas el puente y más allá del río, la ermita de la Virgen y los restos del convento de San Francisco. Hacia el oeste la vega y las dos riberas gemelas que se reúnen junto al Puente de los Franceses. Después la autovía y después los infinitos vallejos del Cerrato en todas las direcciones mostrándonos sus laderas a veces blancas a veces verdes.
Observamos el picacho y nos cuesta apreciar los vestigios del yacimiento aquí encontrado, quizás tapado para evitar expolios. Bajamos con cuidado entre calizas sueltas, derechos a sus bodegas tradicionales ahora convertidas en merenderos para, finalmente, tomar un café en la plaza distraídos con los viejos soportales de troncos imposibles.
Aquí, en wikiloc, os dejamos cargado el paseo de 13 km
Bonito pueblo y bonitas vistas