Nos acercamos a Zamora con la idea de pasear en las nuevas barcas tradicionales que han incorporado a su oferta turística. Somos viejos navegantes del Pisuerga, pero en este río hace tiempo que desaparecieron las barcas para pasear y las que aún puedes encontrar en su ribera esperan pacientemente a reposar en el fondo del abandono.
Echamos las bicicletas al coche; por si había que esperar o… sobraba tiempo. A la postre fueron nuestra salvación.
Y es que cuando llegamos allí, resultó ser lunes y los lunes descansan los barqueros. Son estas cosas que nos pasan a los jubilados.
Haciendo de la necesidad la virtud en diez minutos estábamos sobre las bicicletas recorriendo las riberas del río en lugar de flotar sobre sus aguas calmadas.
Zamora es una ciudad agradable, acogedora y recogida. Llena de arte, de historia y… de leyenda. Paseamos por algunas de sus calles, visitamos la iglesia de San Claudio de Olivares (aún siendo lunes) para darnos un pequeño baño de románico zamorano y tomamos un café en su bella estación de ferrocarril. Sin embargo, en esta ocasión lo importante era el río, nada menos que el Duero y disfrutar de la equilibrada línea de cielo que presenta la ciudad desde la orilla izquierda al atardecer. Realmente un espectáculo.
Tras el café de la estación nos dirigimos hacia el este. Por allí encontramos algo agobiado entre carreteras, autovías y ferrocarriles al río Valderaduey que llega desde Tierra de Campos para entregarse al Padre. Curiosamente ha sido un verano algo mas lluvioso de lo habitual y el río lleva su caudal, a medida que nos acercamos al Duero por el carril-bici de la Aldehuela parece que lleva más agua, sin embargo es el mismo Duero recrecido por las presas quien introduce sus aguas en el Valderaduey creando un paraje que parece idílico para los pescadores que lo frecuentan.
El Duero llega ancho y su valle es casi llano. Nos colamos en la isla de Las Pallas disfrutando de un precioso bosque de galería, rodeados de canales y sobre ellos los piragüistas como centellas. Por las pequeñas playas fluviales los perros se bañan y juegan y al final un curioso transbordador da acceso a la isla vecina a los socios del Club Náutico. Salimos de Las Pallas por otro de sus puentecillos y cruzamos el río por el puente de Los Tres Árboles cambiando de ribera.
Nuevas islas se suceden y entre sus canales las risas de los jóvenes que aprenden a navegar sobre tablas de las que constantemente caen al agua. También aparece alguna fuente y los puentes férreos de Zamora. Justo al otro lado, sobre el pequeño promontorio la ciudad se levanta presumida para reflejarse en el Duero.
Zamora como casi todas las ciudades del Duero y sus afluentes disponen de un pétreo puente mayor, de otro de hierro. También, sus autoridades, van siendo capaces de limpiar y recuperar sus ríos para disfrute de sus paisanos. Pero la estampa de Zamora es diferente, que yo sepa única. Y es que Zamora ha sido capaz de conservar y recuperar gran parte de sus numerosas aceñas; unos edificios que en muchos lugares solamente se intuyen o te los cuentan pero que aquí se muestran en todo su esplendor. El pasado de molinería se manifiesta junto a las tres largas azudas —como por allí llaman a los azudes o presas— que marcan el río como cicatrices para proveer del agua necesaria para el dinamismo de las enormes ruedas verticales.
En suma un lujo turístico. Un elemento singular y diferenciador que habrá que visitar calmadamente otro día que no sea lunes ya que, hasta las de La Pinilla, dedicadas a restauración, las encontramos cerradas.
Seguimos con nuestro paseo y la tarde no defrauda. El sol, va cayendo cuando rebasamos los escombros del Puente Viejo. Más adelante, en la Playa de las Pelambres, algunos niños se bañan con el espectacular perfil de la ciudad a sus espaldas sin que parezcan afectados por la debilidad que ya muestra el sol.
Cruzamos de nuevo. Ahora por el elegante y minimalista Puente de los Poetas, sin duda un acierto de modernidad para una ciudad equilibrada, en perfecta simbiosis con su río. Un río que a partir de aquí va hundiéndose en su valle generando los magníficos Arribes por los que descenderá de la dura meseta.