Recientemente habíamos visitado el valle del Riaza y algunos de sus pueblos y arroyos. Observamos Haza desde el río y desde las cuestas y habíamos trepado hasta el inhóspito Páramo de Corcos  bajando por el arroyo de Las Hontanguillas. No, no es que todo ello nos haya sabido a poco —todo lo contrario— pero… tan cerca de su mar: el Duero, nos habíamos quedado con las ganas de rematarlo, de conocer el fin del Riaza cuando sale de su acogedor valle para incorporarse al mismo Duero.

Mapa Ruta Riaza
Ruta por el fin del Riaza, AQUÍ el track de wikiloc

Pronto nos pusimos en camino y al amanecer estábamos en Fuentecén donde el Cristo representado sobre su recia torre nos recibió con los brazos abiertos. La mañana era muy fresca y más cuando entramos por la ribera del río en el sombrío Vado Trivilla. Pronto nos encauzamos hacia la villa de Haza. Entre las cuestas y los primeros rayos de sol el cuerpo se entonó agradablemente.

Haza
Haza sobre su promontorio
Haza

El fotogénico pueblo de Haza, antaño cabecera de Villa y Tierras, es bien conocido por el soberbio perfil que presenta desde la N 122 aunque pocos recorren los escasos dos kilómetros que lo separan de la misma para conocer mejor lo que queda de él. Nosotros lo atacamos desde su lado contrario donde se ubica la ermita de Santa Juana, desde donde podemos observar la fragilidad del suelo sobre el que se asienta que rueda en grandes bloques de caliza sobre el valle. Arriba todo está en calma cuando recorremos sus calles vacías deslumbrados por el sol naciente que rebota en las inestables piedras de sus atalayas. El pueblo, casi vacío, nos invita a mirar al amplio valle desde sus cantiles para que nos fijemos menos en su arruinado caserío sin techo pero con hermosos escudos bien labrados.

Durius Aquae: Haza
Amanece en la plaza vacía de Haza

Abandonamos el cerro de Haza por la cañada de Valdeherrera, cruzamos la eterna «carretera de Soria» y recorremos cerrillos de viñas y campos en siega hasta que entramos en el agradable Monte Pinadillo que recorremos con calma entre pinos y encinas asomándonos de vez en cuando al Valle del Riaza con Haza a un lado y Fuentecén al otro (que diría el poeta). Nosotros tornamos hacia el Duero y pronto, al fondo, observamos el perfil inconfundible de Hoyales de Roa con su medio torreón sobre un cerro y la Manvirgo en el horizonte.

El Riaza llega a su fin

En Hoyales nos acercamos a la torre que llevamos un rato observando y la encontramos sobre un cotarro de bodegas pulcramente conservadas. La torre solamente tiene tres lados que conservan dos garitones y una pequeña barbacana pero parece bien asentada. Los otros tres has debido de ser utilizados como materia prima de ermitas y contadores ya que ni un canto se ve por los alrededores.

Durius Aquae: Hoyales de Roa
Hoyales de Roa, al fondo La Manvirgo

Después de callejear nos dirigimos hacia el río y seguimos por la vega hasta la presa de riegos que da origen al Canal de Riaza dejando el río exhausto de cara a su cercano desenlace. Aunque el lugar parece algo turbio nos cuentan que por aquí se pesca alguna trucha.

Al poco llegamos también hasta Berlangas de Roa. Nos entretenemos con la historia del meteorito caído cuando los gabachos campaban por España llevándoselo a trozos como tantas cosas. Recorremos el pueblo observando alguna escultura y sus viejos lavaderos junto a un caño y seguimos nuestro camino según avanza la mañana.

Durius Aquae: Roa, puente Viejo
Roa: Puente Viejo, sobre el Riaza

 

A estas alturas el Riaza ha roto la última terraza del Duero y se dirige hacia él sin prisa, casi siempre rodeado de viñas. Nosotros hacemos alto en el elegante aunque mal conservado Puente Viejo y también, con cierta dificultad, visitamos el del ferrocarril de Ariza que como tantos lo encontramos devorado por la vegetación ribereña aunque siempre es agradable recorrerlo contemplando las aguas a través de su entramado de acero cosido con roblones y revestido de robustas traviesas de roble que se van consumiendo.

Fin del Riaza
Encuentro del Duero con el Riaza

Cruzamos al otro lado y buscamos su encuentro con el Duero: el fin del Riaza. A pesar de la maraña de zarzas y barros entre el bosque de ribera lo encontramos llegar plácidamente y fundirse con otras aguas hermanas que han logrado llegar desde más lejos y más arriba.

Desde Roa a Fuentecén
Cerro Manvirgo desde Roa de Duero
Monte Manvirgo desde las afueras de Roa de Duero

Ya puestos a rodar alguien, muy en forma, se dejó llevar por la tentación y propuso subir a la Manvirgo y hasta allí nos acercamos sin pereza. El enorme cerro testigo se puede observar desde multitud de puntos de la Ribera pero el espectáculo desde su cumbre plana es imponente con un sinfín de pueblos dispersos a su alrededor entre el extraño verdor que imponen los viñedos en el mes de julio. Bajamos campo a través, como las cabras, para no repetir el único camino de ascenso y enseguida llegamos a Roa. Allí hicimos un pequeño descanso en el sombrío Espolón con la vista de nuevo en el valle del Riaza que ahora íbamos a remontar.

Durius Aquae: Roa
Roa: Ermita de San Roque

Cruzamos el viejo puente sobre el Duero y pasamos por delante de la ermita de San Roque para encaminarnos hacia los montes de Roa, coloridos de sedum azulado y muy animados con mariposas. Buscamos la sombra entre las encinas pero a mediodía y con treinta y tantos grados no quedaba sombra alguna que pudiera consolarnos; tocaba sufrir un poco para llegar hasta Fuentecén. Así las cosas, al llegar, fue la fuente situada al pie del cartelón de azulejo de «Nitrato de Noruega» la que nos acogió con gran cariño y reconstituyente frescor indicándonos el camino del bar. Era justo la hora de vermú con aceitunas.

Durius Aquae: Fuentecén
Fuentecén: fuente restauradora de espíritus (foto de Federico)
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