El club de… «ya iremos viendo» se acerca
El que unos amigos queden para comer en Támara, disfruten de manjares y de conversación está bien. Pero claro, si a esto añades una visita cultural posterior y la cosa se repite, el grupillo podría empezar a considerarse un club gastrocultural. Iremos viendo, de momento seguimos emplazados.
Hace unos meses comimos en La Zilla, si con zeta; en Becerril de Campos. Disfrutamos de un estupendo almuerzo y una visita demasiado somera. El pueblo, algo ya lo conocíamos tanto desde el canal como desde sus campos pero quedó patente que merece una visita mas pausada.
En aquella ocasión, el plato fuerte cultural fue nada menos que el Museo Diocesano de Palencia. Dentro del magnífico Palacio Episcopal y de mano de su actual director. Solamente puedo decir que ¡IMPRESIONANTE! y más teniendo en cuenta que su colección procede principalmente de lugares y templos ya perdidos y muchos olvidados.
Uno de estos pasados días nos hemos reunido de nuevo. Como quien elige el lugar para la comida es un técnico, nunca defrauda. En esta ocasión el lugar ha sido el Brezo, en Palencia. Un restaurante ciertamente recomendable por su menú y esmero.
Como en la vez anterior, después de la comida venía el paseo. El objetivo era la visita al remozado castillo de Fuentes de Valdepero. Un mínimo error de coordinación hizo que no pudiéramos franquear sus muros de 11 metros de espesor y hubiera que dejarlo para mejor ocasión. Con habilidad y rapidez se ejecutó el plan B: una visita a las cercanas villas de Támara y Santoyo. ─¡gran acierto!─
Támara
Támara se encuentra en el extremo este de Tierra de Campos, justo en la “raya” con el Cerrato si es que pudiéramos hablar de rayas para separar nuestras comarcas. Sus campos ahora reverdecen entre cunetas negras por la quema de hierbajos para el control de procreadores topillos. El río Ucieza, más bien un escuálido arroyo, queda lejano y solamente el Canal del Pisuerga da vida a algunos regadíos.
La población es de postal; limpia y aseada. Muestra con dignidad un pasado de riqueza y poder y un presente de lucha por la supervivencia. Hospital de peregrinos, convento, escuelas, palacios y casonas todo de canto bien trabajado; los restos de sus murallas, sus fuentes, palomares, bodegas… Un autentico parque temático de lo que fue Castilla. Sobresale entre todo ello la Iglesia de San Hipólito el Real que nos fue amablemente explicada por la alcaldesa del pueblo, ─¡muchas gracias Concha!─. Esta iglesia, al igual que la villa, es en si misma es un completo museo. Ni estoy preparado ni tengo espacio para expresar los elementos artísticos e históricos que atesora. Creo más bien que está todo dicho y que es cuestión de vivirlo saboreándolo sosegadamente como fue nuestro caso.
Y Santoyo
Había que compararla con la riqueza más austera del cercano Santoyo donde concluimos nuestra visita en la imponente iglesia románica-gótica-renacentista de San Juan Bautista. Sin duda otra joya por donde se la mire. Afortunadamente tuvimos la suerte de encontrarla abierta y así, además de apreciar sus hermosas piedras descarnadas en el exterior, disfrutar dentro de sus espirituales penumbras.
Una vez vistas las dos localidades y sus templos alguien elevó la conversación al nivel metafísico. Así la primera, en Támara daba la impresión de «majestuoso esplendor» mientras que la segunda en Santoyo inspiraba más una «grandiosidad austera» y así, con estas profundas y especulativas valoraciones fuimos plegando velas.
Probablemente se puedan encontrar esos matices pero lo que no dudábamos ninguno era que todo eran tesoros grandiosos. Solo nos resta quererlos lo suficiente como para saberlos conservar, algo nada fácil a la vista de las ruinas y expolios que nos vamos encontrando por nuestros caminos.
Y vuelta; ya de anochecida. Parece una costumbre el hacer un dulce alto en la chocolatería de La Trapa al regreso. Lo justo para no tener que cenar…
En fin, hasta aquí nos llegamos en la gastrocultural aventura. Felicidades y agradecimiento al promotor y presidente.