Hoy volvemos a los paisajes de La Moraña.
Es un día desapacible: nublado, fresco y ventoso. Pero al menos la previsiones no pronosticaban lluvia en la comarca.
Hemos elegido Palacios Rubios para comenzar con la intención de llegar hasta El Oso y conocer sus lagunas y, claro está, lo que nos vayamos encontrando,
El día, como hemos comentado, es gris. Los caminos anchos y rectilíneos. El horizonte parece marino. En los campos encontramos pívots, aspersores y arquetas. El perfil de los pueblos se desdibuja por naves voluminosas que alteran su armonía y el viejo “mudéjar” se reserva a las casas arruinadas o en los templos mil y una vez reformados. Los tendidos eléctricos no pueden esconderse y arroyos, lavajos y otros humedales están casi todos secos.
No podemos por menos que hacemos la pregunta: ¿Es bonita la Moraña?
Dudamos, vacilamos en responder, y seguimos rodando.
Ya en El Tesoro observamos algunos humedales lacios y, tomando el Cordel del Lavajuelo llegamos hasta el lugar de la laguna de Narros, también desaparecida. Tampoco pudimos ver la balsa de riego de Magazos. Una de las tres que llena el Adaja y que hacen que recorramos paisajes de maíz, de alfalfa, de remolacha…
A partir de aquí tomamos rumbo sur enfrentándonos a un fuerte viento que traía otra borrasca. Con paciencia fuimos haciendo kilómetros por la llanura. Llegamos a San Vicente de Arévalo donde celebraban los 300 años del nacimiento del escultor Francisco Gutiérrez Arribas, autor de la figura de la diosa Cibeles en Madrid.
Seguimos al abrigo poco eficaz de algunos pinares y llegamos a Pedro-Rodríguez, visitamos su plaza, su iglesia y tomamos un cordel hacia el Sur, siempre frente al fuerte viento y ¡Vaya! algunas gotas de lluvia.
Un pequeño desvío nos llevó a conocer el molino de El Imposible. A la vista de sus ruinas, junto a un Arevalillo vacío, nos dio la impresión de que estuvo funcionando hasta hace bien poco. Entre sus escombros se distinguían aún sus piedras molineras, su cabría y sus guardapolvos. Revoloteando sobre nuestras cabezas, una lechuza asustada salió del molino sin que apenas la oyéramos.
Y tomamos de nuevo rumbo Sur, ahora junto a pinares quemados de Prado Pozuelo. Caen algunas gotas más, sacamos los chubasqueros pero pronto hay que guardarlos. El viento se lleva las nubes en volandas sin dejarlas descargar.
Llegamos de nuevo al río Arevalillo donde había un vado con una charca. La cruzamos y seguimos; y seguimos entre los lechos lagunares salobres del Cerbujón y entre ganado impasible a nuestra visita y al viento.
Por fin llegamos al El Oso. Apurados de tiempo almorzamos a la abrigada, junto al lavadero, y tornamos a volver.
Ah, vaya, ¡Qué descanso! el viento que parecía que cesaba, resulta que ahora nos favorecía.
Llegamos a la laguna y subimos hasta el observatorio. ¡Qué decepción! Estaba candado.
Rodeamos el humedal que apenas veíamos a lo lejos. Estaba vallado, lleno de avisos, de amenazas de grabación. No pudimos ni contemplarlo ni disfrutarlo.
Seguimos nuestra ruta hacia San Pascual y de allí a El Bohodón. El viento seguía arreciando pero ahora se había puesto de nuestro lado y podíamos volar. Cruzamos viñas morañiegas donde alguna familia estaba aún vendimiando y, tras vadear de nuevo el Arevalillo, llegamos hasta la curiosa ermita del Cristo de los Pinares. De nuevo en terrenos de San Vicente, en una urbanización cuyo estiloso nombre era nada menos que: ¡Manhattan!
Desde allí llegamos a Nava de Arévalo, municipio de muchos de los pueblos que hemos recorrido por nuestra pequeña estepa. Estamos cansados y tomamos un respiro junto al pórtico de su iglesia de sólidas columnas de granito.
Entre Noharre y Vinaderos regresamos hacia Palacios Rubios, en el camino de la Nava encontramos inesperadamente un buen lavajo, henchido de aguas y repleto de patos que se elevaban por docenas a medida que nos acercamos.
Este sería nuestro desquite de la decepción en El Oso
Nos acercamos y se levantan todos alborotados, nos vamos y vuelven al humedal. No hay cámaras, no hay vallas, no hay miradores candados ni carteles descoloridos que anuncian aves que los que las conocen no necesitan y los que tratamos de conocerlas no nos las dejan ver…
Es la naturaleza en manos de proyectos de progreso.
De vuelta a Palacios Rubios nos fijamos en el enorme ábside de la iglesia, de nuevo nos acosa la pregunta: ¿Es la Moraña hermosa?¿Son bonitos sus paisajes?
Nosotros hemos tratado de enseñar a mirar a nuestros ojos. Hemos aprendido a sintetizar sus detalles. Intentamos rebuscar en el vacío imágenes diferentes. Apartamos —si lo consideramos necesario— sus tractores, sus tubos, su ladrillo hueco doble sin enfoscar; Nos deshacemos de los colores y buscamos la esencia de su paisaje minimalista en los contrastes de su luz y en las imperfecciones de sus formas. Y…, definitivamente, sí: encontramos la Moraña amplia, mística y… hermosa.
Y deliciosa para rodar en bicicleta
Aquí os dejo la ruta que seguimos