Últimamente es el tiempo, —la meteorología—, la que parece que nos marca los ríos que visitamos. Esperamos con paciencia al día anterior y escudriñamos los lugares por donde parece que podremos movernos mejor y, hacía allí nos dirigimos, con más o menos suerte.
Las páginas del tiempo nos aconsejaron esta vez Lerma; allí se preveía que habría una pequeña ventana entre las obstinadas borrascas que nos vienen acompañando.
Y allí comenzamos por la vega, junto al caz del Río Chico, contra un viento frío y racheado, cuando comenzaron a caer algunas gotas.

La ruta se preveía molesta pero el camino era bueno y recogidos bajo nuestro equipo de agua seguimos pedaleando junto al río Arlanza que, de vez en cuando, nos mostraba su cauce repleto sin que llegara a desbordarse. Quizás el nuevo embalse de Castrovido esté ya haciendo su función
La lluvia iba a más, las gotas golpeaban la tela de los chubasqueros y era lo único que podíamos escuchar. Al llegar al puente de Báscones del Agua la fuerte lluvia se alternó con granizo y, finalmente, con un despiadado chaparrón que hizo que nos tuviéramos que cobijar unos minutos bajo el ruinoso puente, preguntándonos de paso qué coño hacíamos hoy, por allí, y en bicicleta.
Pero así como el chubasco había ido a más, después, fue a menos. Hasta que desapareció y, aunque calados, pudimos seguir camino sin mayores dramas y … sin hacernos preguntas que no podemos contestar.
Pronto nos olvidamos de la lluvia pero no del agua. Encontramos junto a la Cañada de los Oriles la fuente de los Borbollones junto al socaz del molino de mismo nombre. Tan curiosa y limpia que daba gloria ver como manaba la surgencia del mismo fondo a través de múltiples burbujillas de agua. Visitamos después Tordueles y allí dejamos al Arlanza.

Remontamos los montes de San Cristóbal y el Marojal donde el viento, en los altos, apretaba fuerte. Finalmente llegamos a Cebrecos, un pueblo tendido en una ladera que nos sorprendió. Primero nos topamos con su Fuente Grande, que en verdad lo era; después la ermita de Santa Ana y finalmente la bellísima iglesia de San Cristóbal en lo alto del pueblo. Allí anduvimos un rato disfrutando de su portada esculpida con esmero, con santos y escudos, con delicada ornamentación y con inquietantes calaveras.

Desde Cebrecos tomamos rumbo Sur con la intención de llegar hasta la ermita de la Virgen de la Vega. En el camino hicimos un alto en el alto de La Torre, desde allí las vistas eran amplias y conocidas: Al Norte despuntaban las Mamblas; al Este La Peña del Carazo y, hacia el Sur el Valdosa. Más allá estarían también los picos de la Demanda pero la nubosidad y la bruma no permitía a nuestra vista llegar tan lejos.
Arribamos finalmente a la montaraz ermita y allí almorzamos al cobijo de unas carrascas; logrando de paso el propósito de nuestra excursión de hoy, algo que comenzó pareciendo imposible. La ermita, bien conservada, pertenece al pueblo de Tejada, lo curioso es que una de las aguas de su tejado se alarga formando un refugio que más bien parece tenada que refugio de romeros, o sea quizás, ambas cosas.

Tomamos ahora rumbo Oeste y tanto el viento como la pendiente nos favorecen. El camino es firme, apenas está embarrado, ¡parece que ahora volamos!
Por el valle de Valdenebreda, junto al arroyo de La Salceda, visitamos Nebreda; en la Iglesia, de la Natividad, su portada renacentista puede competir con la de sus vecinos de Cebrecos. Llegamos después a Solarana donde nos sorprendió las hechuras de un pequeño palomar junto a la carretera y poco más adelante Castrillo Solarana.

Subimos a su castro convertido en hermosa iglesia con cementerio y horadado de bodegas. Las vistas eran imponentes pero nos admiró más su iglesia de San Pedro. De notables trazas románicas escondidas entre sus reformas. Su ábside, tan original y su monumental torre… Encontramos abierto su cementerio adosado, lo que nos permitió contemplar, entre las sepulturas. una hermosa portada llena de filigranas en sus arquivoltas y arpías difuminadas entre sus capiteles.
La tarde aclaraba ligeramente y, salvo el susto tempranero, los pronósticos se cumplían; además, el viento nos seguía favoreciendo por lo que nos acercamos hacia Villoviado y después a Rabé de los Escuderos, pueblos de pozos y fuentes… casi vacíos.

Los campos de cereal están pletóricos, se dice que incluso demasiado avanzados para la época, y las cosechas parecen prometedoras. En Villoviado encontramos una casa donde vivió el Cura Merino, recordándonos que fue por estas tierras donde anduvo con sus tropas azotando a los gabachos. Ahora, sus restos, traídos recientemente desde Alenzón donde murió exiliado, descansan en Lerma.
Sin más, regresamos a Lerma, aquí la ruta.
Al repasar información para este texto encuentro que la ruta que hemos hecho hoy está ahora promocionada desde Lerma, aquí os dejo un enlace de los varios disponibles en la web
