La amenazadora baja presión nos permitió durante el viaje llegar hasta Villamartín de Don Sancho con la esperanza de una jornada apacible, sin viento y sin lluvia. La realidad fue diferente: llegamos, desembarcamos las bicicletas y comenzó a llover de forma serena pero continua.
Comenzamos a rodar hacia el Molino de Abajo con la incomodidad que provoca el agua. Después cruzamos el Cea, un río que siempre nos parece hermoso y que suele bajar con un brío fascinante entre bancales de hierba y cantos limpios. Un río que, en verano, siempre nos invita a un baño.
La lluvia persistía cuando tomamos el primer camino hacia Valdavida y ahí nos dimos cuenta de que como no mejoraran las cosas la excursión se podía ir al traste. Una arcilla pegajosa y resbaladiza se iba acumulando en las ruedas complicando nuestro avance.
A pesar del agrisado panorama recorrimos Valdavida y algunas de sus fuentes y en un momento en el que el agua arreciaba volvimos para refugiarnos en lo que nos pareció que era la parada del autobús. Un refugio cerrado y acogedor que disponía de sofá y libros.
Pero no eran precisamente esos lujos lo que buscábamos. Así que, en un momento en el que la lluvia nos pareció más débil, partimos por el camino de los Linares hacia el Monte de Riocamba. Por suerte el camino era diferente y había más canto que arcilla. Gracias a ello la bicicleta rodaba y nosotros comenzábamos a disfrutar de un paisaje bucólico de suaves contrastes.
Fuimos parando en cada una de las fuentes que los vecinos de Valdavida han puesto en valor. Manantiales que brotan del mismo suelo o de algún talud diminuto formando charcas y regatos. Entre la lluvia y los manantiales daba la impresión de estar sumergidos en agua en lugar de desplazarnos por la tierra. Todas tienen su nombre y las que vimos las encontramos limpias, algo que imaginamos no tiene que ser fácil de mantener. De todas ellas manaba agua muy clara que, tras rellenar sus pequeñas arcas, descendía hacia los arroyos de Riocamba y el Brezal.
Entretenidos y sin darnos cuenta habíamos ido entrando por el Sur en el Monte de Riocamba. Los primeros prados y tierras de cultivo habían ido dando paso a una densa masa de carrascas esperando los primeros calores para ponerse su traje verde. Al finalizar el vallejo del arroyo del Brezal subimos por la ladera hasta la Majada del Pico. Encontramos un corral y dentro una tenada que nos vino bien para recomponernos de la lluvia y quitarnos algo de barro.
Ya al subir caminando por los cañales nos habíamos ido dando cuenta de que el monte se abría a los pastos. Las matas de rebollo desparecían y, salteados, aparecían algunos roblones que nos impresionaron por su porte majestuoso. Seguimos subiendo hasta el mismo pico y allí si que pudimos disfrutar no solamente de los señalados con un cartel: Rebollón y Albar, sino de un numeroso grupo de fornidos ejemplares que se dejaban cariñosamente fotografiar. Incluso nos parecía que posaban al ritmo que marcaban el sonido de los esquilones que podíamos escuchar al fondo del valle.
Tan emocionados estábamos que apenas nos dimos cuenta que la lluvia desparecía. Incluso las nubes se abrían para dejar pasar algo más de luz sin llegar a ver el sol. Ahora en el horizonte, hacia el norte, podíamos distinguir las crestas de Peñacorada.
Cuando quedamos satisfechos de contemplar la nobleza de sus estampas; arrancando anchos de la tierra para elevar sus troncos, agrietados y oscuros, solamente unos metros y así, pronto, componer sus copas de ramas fuertes y tortuosas, entonces seguimos adelante.
Optamos por bajar hacia el arroyo Camba (o Riocamba). Tomamos un ancho cortafuego de buen firme pero de fuerte pendiente y así, después de algo de emoción, llegamos al pequeño río que da nombre a este gran paisaje forestal. Nace arriba en la raya de Palencia y se incorpora al Cea por la izquierda en Villaverde de Arcayos tras recorrer algo más de 20 km y descender 270 m.
De nuevo nos aparecen zonas tupidas de carrasca que ahora compartían espacio con pinos y abedules que acompañaban al arroyo. Y en los caminos de nuevo el barro aunque, al menos, la lluvia se contenía.
Dejamos el arroyo subiendo por el camino de Las Quintanas hacia Almanza. Almorzamos sentados en una cuneta sobre nuestros chubasqueros, sin una brizna de viento y ahora con algún amago de rayo de sol entre nubes. Alrededor nuestro habían ido apareciendo algunos latizales de pinar. Un pinar de repoblación que se extiende hacia el Norte más de quince kilómetros y que ocupa 2500 ha.
Al reanudar de nuevo la ruta fueron apareciendo matas de brezo en flor. A medida que avanzábamos se hacían más compactas adornando el borde del camino de colores morados. Al llegar al alto de la Majada de nuevo nuestros amigos los robles nos hicieron desmontar. Otro espectacular paraje de viejos ejemplares; algunos huecos, otros mellizos y todos vestidos de musgo y liquen. Algunos, más avanzados, nos mostraban sus primeras hojas y el resto con sus yemas a punto de reventar.
Junto al camino, según emprendíamos el descenso hacia Almanza, quizás fuera nuestra imaginación pero nos pareció que estos nobles árboles también se desplazan con discreción para fundirse en un tierno abrazo amoroso.
Dejamos robles y fuentes en su monte de Riocamba —en sus cosas— y nosotros descendimos hasta las riberas del Cea para continuar rio abajo nuestro paseo esquivando charcos pero ya sin lluvia.
¡Gracias fuentes! ¡Bravo robles!
Vuestra existencia y quien os cuida nos han hecho pasar una mañana húmeda y feliz.
Aquí nuestro track.
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