En esta última excursión teníamos todo un reto por delante: subir hasta el pico del Moncayo (2315) para conocer otro más de los confines de nuestra inmensa Cuenca del Duero y, aunque nos costó, lo conseguimos.
La sierra del Moncayo es un mazacote montañoso aislado y de pequeñas dimensiones. Forma parte de un desordenado Sistema Ibérico encontrándose aquí su máxima altura: el Pico de San Miguel o del Moncayo. Hace de frontera natural entre las comunidades de Aragón y Castilla y León y en sus cumbres, o más bien en sus entrañas, se sortean las aguas que irán a parar al Duero o al Ebro.

Partimos desde Haya Seca, junto al Santuario de la Virgen del Moncayo, en la parte de Aragón. Pretendíamos asomarnos de improviso al borde más oriental de nuestra cuenca del Duero. Justo allí donde se forman los primeros barrancos, luego arroyos, que se reunirán en el río Araviana. Este entregará sus escasas aguas al Rituerto que, por fin, se reunirá con el Duero como afluente por su izquierda convenciéndolo de que su destino es el océano ya que el mismo Moncayo no permitirá que fluya hacia Oriente como parece pretender.

Allí, en Aragón, la llaman la “cara oculta del Moncayo”. Para nosotros son las tierras y aguas del Duero que primero enciende el Sol al amanecer: Nuestro Duero del Sol Naciente
La ruta es sencilla y la dureza la determinan la edad y el estado de forma. Subimos despacio, sin prisa entre bosques variados y canchales sueltos. Observando plantas diferentes y tratando de identificar los pueblos sobre los que planeaba nuestra vista.

Pronto llegamos al Collado de Castilla, también conocido como Pasalobos, entre el mismo Pico de San Miguel y Peña Negrilla. El día era casi transparente y desde allí ya pudimos observar el horizonte familiar, profundo y vacío de Castilla.
Aún teníamos por delante el Pico de San Miguel y a ello nos pusimos, había que remontar casi cuatrocientos metros más de desnivel con la vista firme en el suelo pero aprovechando los múltiples descansos para contemplar como la alta meseta termina y comienza el paisaje hundido y verde hacia el Ebro.

Paso a paso fuimos ascendiendo y finamente llegamos a un pico redondeado y desnudo en el que el viento batía fresco, con una suavidad poco habitual. La cima del Moncayo estaba concurrida pero lo más sorprendente fue la visión de un enorme rebaño pastando a sus anchas y altas por encima de los 2200 m junto al Cerro de San Juan; aventura para algunos y duro trabajo diario para otros.

Miramos hacia el Duero, más allá de nuestro rebaño entretenido con la hierba rala y amarilla de las cumbres. Abajo algunos bosques y al fondo Cueva de Agreda junto al Araviana, después Noviercas, Gómara y … el Duero cambiando su rumbo a poniente.
Tras la foto de recuerdo en el vértice y el almuerzo a sotavento recorrimos el cordal asomándonos a nuestros pardos y resecos barrancos hasta el Alto de las Piedras donde encontramos la senda de descenso.

Dejamos las cumbres junto a sus cielos y bajamos con precaución la ladera suelta hasta que aparecieron los pinares que nos cobijaron con su sombra y después la fuente junto al Santuario para refrescarnos. Y así finalizó la ruta que podéis ver por aquí en wikiloc.
Junto a la fuente un cartel explicativo del Gobierno de Aragón nos cuenta: “el Moncayo es una isla en el valle del Ebro…” y nosotros aquí os dejamos un mapa en el que se puede ver la parte de la Cuenca del Duero que toma aguas del Moncayo.

Al menos podrían haber escrito península… parece que la política también puede con la geografía.
Mientras nosotros hacemos firme propósito de volver a esa «cara oculta» para conocer al río Araviana y las localidades de Cueva de Ágreda y Beratón, los pueblos más al Este de la cuenca del Duero.