¿Existen embalses en Valladolid?
Pues aunque la orografía — extremadamente llana— no facilita las cosas: Si, haberlos… los hay.
Su cometido principal es el de acumular agua para el riego y alguno incluso para generar algún KW. Este es el caso de la Presa de San José, en Castronuño. Los de Encinas, sobre el arroyo de las Eras, en Encinas de Esgueva o La Santa Espina sobre el Bajoz (Castromonte) solamente están concebidos para el riego.
Podríamos incluir aquí la gran balsa que se ha construido entre Villalón, Herrín y Boadilla, allá en Tierra de Campos, pero ésta aún no funciona.
Además de éstos, por el Campo de Peñafiel existe el curioso embalse de Valdemudarra, que visitaremos en nuestra ruta de hoy (aquí el track de 64 km)
Iniciamos nuestro paseo en Cogeces del Monte con la idea de pedalear por el Campo de Peñafiel. Lo que no era de recibo es que a mediados de julio… ¡casi fuéramos a pasar frío!
Al comenzar en la mañana encontramos los páramos soleados. La actividad era frenética en al amplio horizonte; llegamos a contar hasta media docena de cosechadoras además de tractores y vehículos de apoyo. Y hasta los ajos se estaban cosechando ahora sin estar del todo secos.
Sin embargo, a medida que la mañana avanzaba se nublaba y refrescaba hasta el punto que ya no volvimos a ver el sol.
Oreja
Por la antigua Cañada de la Yunta pronto llegamos a uno de los lugares más misteriosos de la provincia. Éste es, sin duda, el monasterio de Santa Maria de Oreja, en término de Langayo. En un solitario paraje a duras penas resisten algunos muros impúdicamente desnudos por estar despojados de sus sillares que se han ido repartiendo por la comarca a lo largo de siglos.
Hacemos un esfuerzo de imaginación al ver que aún su fuente echa agua remontándonos al pasado. Somos capaces de adivinar la línea del páramo oculta por el robledal, su cerca y sus labrantíos, así como las huertas y frutales al comienzo de la vaguada. Eran tiempos de la reconquista, hace mil años.
Nada de esto permanece y seguimos hacia Langayo, una población antigua y de extraño nombre. Recogemos agua en el caño de la plaza mientras charlamos con algunos del pueblo.
– ¡Ojo a los nublaos! … Se preparan al instante. Nos advierten
– Ya, ya …
Pero cuando montas en la bicicleta ya la suerte está echada para estos asuntos.
Dos días después de este paseo la cosecha de doscientas hectáreas quedó arrasada en esta localidad, precisamente por una tormenta con fuerte granizo.
Valdemudarra
Salimos de Langayo por su Ermita del Humilladero con las eras repletas de cereal. Cuesta mucho pasar por estos parajes y no visitar el nuevo embalse de Valdemudarra con sus colores mediterráneos. Así, tras pasar por El Brujo (906), guiñando el ojo a sus elegantes chozos, tomamos de nuevo la cañada hasta sus proximidades.
Decíamos que el embalse era peculiar; éste no se llena con su arroyo de cola, precisamente el Valdemudarra y otros tributarios, como es lo habitual. En este caso se llena desde su presa, con agua bombeada en invierno desde el río Duratón, en el azud de La Balsa justo antes de que éste llegue a Peñafiel. Así que nos encontramos ante un gran cuenco, un cántaro enorme que permite regar a más de dos centenares de agricultores.
Sus aguas turquesa deslumbran y en sus riberas vacías comienzan a proliferar chopos y alisos. Las carpas alborotan con sus brincos imprevisibles y algunas anátidas se posan sobre su superficie.
Sale el asunto de un chapuzón pero hoy el día, tristón como pocos, no esta para baños.
Fompedraza: la fuente de piedra
Subimos y bajamos, visitamos Aldeayuso y Molpeceres. El primero tiene su iglesia en ruinas pero el segundo ha tratado de conservar la románica iglesia de La Asunción. Se aprecian nuevos sillares y revocos pero todo parece haber sido un flash y la maleza que casi nos cubre, hace casi imposible acercarse.
Rodeando el Barco de Valdeolmos, por el Camino Real Viejo, llegamos de nuevo al páramo y nos acercamos a Fompedraza; un pueblo acogedor que nos regala el agua de la hermosa fuente que le da nombre mientras dilucidamos hacia donde dirigirnos…
Yo ruedo feliz por valles y riberas pero mi compañero es más de “montaña” y los Picos del Arenal y el Otero lo llamaban a voces. Así que después de hacer un bonito rizo a la ruta, que podéis ver en el mapa, hasta allí nos encaramamos. Dos “900” que nos compensaron con hermosas vistas del laberinto de vallejos que convergen en Peñafiel.
Bajamos de nuevo a Molpeceres por un camino infestado de cardos que nos dejaron perfectamente señaladas las piernas, bien se ve que nadie sube a estos baldíos y menos en bicicleta.
El día no parecía de verano, sin duda, pero para rodar era perfecto. Nos faltaba el regreso y tomamos el Valle de Ontolmo que remonta suavemente, encontramos que su fuente sigue manando entre hermosos chopos y de nuevo aparecimos en lo alto. Con un ameno zigzagueo por las cuadrículas de caminos y con Campaspero a la vista, atravesamos la llanura para llegar al comienzo.