Llegamos a Cantalejo en una fría y oscura mañana primaveral. Con la lluvia amenazante pero con la suerte de encontrar en el pueblo varias tiendas abiertas con buen pan y embutido. Al menos, hoy hambre no pasaremos.

Una vez pertrechados comenzamos a rodar en Pinillos de Polendos, siguiendo el valle precisamente del arroyo Polendos hacia Cabañas de Polendos y después hasta el despoblado de Aguejas, allí sobresale aún la espadaña de su ermita.
El arroyo Polendos, tributario del río Pirón, baja animado entre prados empapados de altos herbazales. Entre ellos sobresalen corpulentos fresnos, que fueron mochos, y, ahora, que ya no tienen que dar de comer al ganado, conservan un aspecto curioso y desenfadado.

Desde la ermita de Aguejas, de calicanto y situada en un altozano, apenas podemos divisar la cercana sierra por la cerrada cortina de nubes. Seguimos, tratando de esquivar los barros, algo de lo que pronto desistimos y olvidamos.
Entre suaves montecillos cambiamos de valle y entramos en Adrada de Pirón. Algunos establecimientos preparan sus hornos a la espera de los excursionistas y dejando en el ambiente un agradable olor a encina quemada.

Ahora descendemos hasta las riberas del Pirón, entrando en su hermoso cañón que se encuentra pletórico de aguas y flores. El río nos sorprende, baja ancho y decidido, en ejarbe; arrastrando ranúnculos entre sus aguas frías, recién llegadas de Guadarrama.
Pronto tenemos ocasión de comprobarlo. El río se nos cruza y no tenemos más remedio que vadearlo. Descalzos y con los pantalones arremangados lo pasamos rápido, solamente unos segundos y apenas sentimos los pies al salir del agua helada.

Enseguida nos secamos, nos recomponemos y seguimos camino. Un camino hermoso, entre altas paredes rojas y vacas tranquilas que nos miran con asombro. A nuestra izquierda podemos observar colgada, la ermita de Santiaguito y, más adelante, a nuestra derecha la Cueva de la Vaquera; auténticos paisajes de leyenda entre estas tupidas praderas.

Nos hemos recuperado del frio y nos ha respetado la lluvia cuando llegamos, entre las veredas del Pirón, al evocador y ruinoso caserío de Covatillas. Sin embargo es hora de reponerse y, junto a su hermoso puente, alomado y de dos ojos de medio punto muy diferentes, encontramos un agradable abrigo para almorzar acompañados del arrullador rumor del río.

Cruzamos el puente y seguimos por el lado izquierdo del río. Enseguida llegamos hasta un molino abandonado que por su tamaño, debió ser importante por estos pagos y, siguiendo camino, llegamos hasta Peñarrubias de Pirón. Allí, sobre un cerro encontramos la románica ermita de la Ochava; hermosa y sencilla, entre un campo atestado de florecillas.

El día se iba tranquilizando y la amenaza de lluvia se había disipando quedando solamente los tonos frescos de verde y gris. Entre veredas del Pirón, llegamos hasta el Parral de Villovela y de allí, cambiando de nuevo de valle, a Escobar de Polendos para regresar a Pinillos.
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