La presa del embalse de Aguilar corta el cauce del río Pisuerga a poco más de un kilómetro de la capital del Campoo. Es el embalse más grande que llena el Pisuerga, pudiendo almacenar 247 Hm³. Comenzó su explotación en 1964 y desde entonces ha regulado eficazmente el cauce del río aguas abajo, además de proveer una buena cantidad de agua para consumo humano y regadíos. También alberga una central hidroeléctrica y se utiliza ampliamente para actividades de ocio.
Ahora este embalse, como otros muchos, está prácticamente vacío. La situación hidrológica (casi) no puede ser más grave, algo que está ampliamente explicado aunque no se si bien entendido.
Estas delicadas circunstancias nos ofrecen la posibilidad de recorrer su lecho vacío, de pisar sus agrietados lodos y de observar como el Pisuerga rememora tiempos antiguos recorriendo su auténtico cauce desposeído de sus riberas.
El antiguo mapa de la comarca
Los beneficios que esta obra aportó —sin duda importantes— supusieron la inmersión de cuatro localidades: Quintanilla de la Berzosa, Frontada, Villanueva del Río y Cenera de Zalima.
Bajo una lámina plateada estos lugares han permanecido sumergidos más de medio siglo. Es tentadora la posibilidad de recorrer sus antiguos caminos, observar sus frágiles caseríos desmoronados e imaginar como fueron sus fértiles vegas, sus eras y sus cerros. Todo ello del mismo color ahora, cubierto por un áspero barniz mate de barro.
Entre esta desolación cada uno de los pueblos nos deja un recuerdo, un regalo arquitectónico que merece una visita y que vamos a ir descubriendo.
La ruta, primero en bicicleta…
Iniciamos lo que se prometía como un tranquilo paseo en bicicleta en Aguilar, paseando entre los puentes del escuálido Pisuerga. Desde allí subimos hasta el mirador sobre la presa casi desnuda. Aquí se encuentra acumulada la poca agua que aún permanece.
Más tarde llegamos hasta las playas generadas en el borde del pantano, el agua se ve a lo lejos. La marea esta baja en este pequeño mar castellano.
Tomamos un camino que, entre lo que habitualmente son prados inundados, nos lleva hasta el primer despoblado: Quintanilla de la Berzosa. Un pueblo que no se salvó por muy pocos metros y en el que aún queda un caserío ganadero. También permanece su iglesia de San Martín, sólida y bien plantada en la ladera junto a una necrópolis rupestre.
Hasta aquí todo resultó fácil y agradable. Pero las aguas se habían apartado y como ya debieron de hacer Moisés y su pueblo, era el momento de atravesar por uno de los brazos vacíos del pantano con destino al segundo despoblado: Frontada.
Teníamos algún resquemor, después de semanas sin ver una nube había llovido bien la noche anterior. ¿Cómo encontraríamos el firme del pantano?
La respuesta no se hizo esperar. Aunque conseguimos atravesar rodando hasta Frontada cada una de nuestras ruedas pesaban ya cinco kilos.
Frontada corrió la misma suerte que Quintanilla y la costa del embalse dejó al lado del agua el caserío sumergido y al otro su iglesia y cementerio. Nos sorprendió la numerosa presencia de motos, mini helicóptero y alboroto general y es que al día siguiente había una prueba de enduro y hoy reconocían el terreno.
Y la ruta… finalmente a pie
A partir de aquí las dificultades fueron crecientes, nos dirigimos hacia Villanueva y encontramos la ruta imposible para recorrerla en bicicleta. Aun así decidimos acercarnos caminando hasta el puente siguiendo el Pisuerga que nos llevaba derecho.
Al descrestar un pequeño escarpe ya vimos el puente. Desde allí pudimos apreciar la preciosidad de valle que tuvo que ser en su día. Tras unas fotografías en el puente ya que del caserío casi nada queda, emprendimos el regreso por el camino de ida renunciando a la vuelta al embalse que habíamos previsto inicialmente. Tampoco nos acercamos a visitar el molino de la Peña Cutral —para otra vez será—.
De regreso recogimos las bicicletas y deshicimos el camino con el barrizal aun mas tierno que a la ida. Aprovechamos al pasar por la pequeña península de Bárcena para tirar alguna foto del último despoblado que teníamos al otro lado del río: Cenera de Zalima. Aquí sobresalía entre muros derruidos, agua y lodo la desmoronada torre de su iglesia de Santa Eugenia.
Después hubo una pequeña pero divertida lucha contra el barro. A continuación más divertida contra el agua al cruzar el arroyo Vegalizán. Finalmente conseguimos llegar entre vacas a “tierra firme” regresando a Aguilar.
Esta vez no hay track de la ruta, ¿para que?, si no hay agua puedes ir por donde quieras o por donde puedas…. Al final fueron 27 kilómetros, a veces duros pero siempre entretenidos e interesantes. Una pequeña aventura muy recomendable, en la que nos libramos del polvo y nos hundimos en el barro. (afortunadamente vivimos en la época del goretex)
Aquí podéis encontrar un reportaje fotográfico del románico del Pisuerga
Lo que se salvó
De la memoria de estos pueblos hay bastante escrito en Internet. Sus gentes tuvieron su dramático éxodo y en su mayor parte se establecieron en Aguilar. En cuanto a los bienes, bueno para los tiempos que corrían se salvaron también algunos a saber:
- La Ermita de San Juan Bautista de Villanueva del Río Pisuerga. Se desmontó piedra a piedra y tras muchos años almacenada se instaló en el parque de la Huerta Guadián (Palencia). En ella se ha establecido el Centro de Interpretación del Románico Palentino.
- El pórtico abocinado de la Iglesia de Cenera esta instalada en el interior del castillo de Monzón de Campos.
- Las iglesias de San Martín (Quintanilla) y San Andrés (Frontada) se encuentran en cierta medida restauradas. Se encuentran en sus ubicaciones originales y tienen facilidad de acceso.
- De la ermita de Nuestra Señora del Llano es complicado opinar. Se intentó salvar pero parece que solamente se salvó el nombre. Con lo fácil que hubiera sido hacer un puentecillo y dejarla donde estaba.
¿Y el magnífico puente gótico?
Espera un milagro que en nuestra Castilla nunca llegará.