En esta excursión a la Montaña Palentina hemos paseado hasta la imponente Cueva del Cobre, el lugar donde el río Pisuerga surge brioso tras su discurrir entre las entrañas de la montaña. Después, para rematar, visitamos los pueblos montañeses del Valle de Redondo, los tres primeros que conoce el río en su largo devenir hacia el Duero.
La ruta, de unos 12 km, es bien conocida, no tiene ni perdida ni desperdicio. Se trata de una marcha entretenida, con alguna dificultad, especialmente por la abundancia del manantiales y arroyos que a veces son la misma senda. Los accesos a la cueva son abruptos y allí conviene tener precaución.

El paseo se desarrolla a la vera del jovencito río Pisuerga. Recién nacido baja encañonado entre muchos restos mineros y su estruendo acompaña toda la ruta. Robles, hayas y acebos emergen corpulentos entre brezos y escobas aunque, al mirar sus copas desnudas, la vista se nos pierde bastante más lejos; entre el hermoso perfil de las altas cumbres tocadas de blanco.
El ganado está presente en el camino. Caballos y vacas hacen sonar sus esquilones entre las praderías, parece que su compañía aquieta la esperanza del encuentro fortuito con el oso o con el lobo que seguramente anden sesteando por las quebradas más altas, .

La cueva del Cobre es colosal. Y no me refiero solamente a lo que vemos, ya que parece estar por descubrir su intrincado laberinto de canales y galerías. Hasta su gigantesca bóveda calcárea llega el río desde las sombras, la recorre veloz y, finalmente, escapa por su boca derramándose espumoso por el barranco. Un espectáculo que bien merece el paseo.
Es posible seguir, llegar hasta el lugar donde los arroyos que conforman el Pisuerga se sumen, en Sel de la Fuente, para llegar entre galerías hasta la cueva. Nosotros optamos por almorzar y bajar. Así podremos visitar ese lugar, más adelante, quizás desde Salcedillo.

Aprovechamos la vuelta para visitar los tres pueblecitos del Valle de Redondo:
Santa María de Redondo
Es el pueblo más alto del valle del Pisuerga; hoy se encuentra animado de visitantes. Cuando llegamos comienzan a voltear briosas dos de la campanas de la iglesia de la Asunción. ¡Cómo no admirar su bella espadaña! Esta supera a la de Salvador de Cantamuda —qué ya es decir—, en una tronera para el campanil superior además de contar con un nido para la cigüeña que ahora vuela alborotada alrededor de la espadaña por el repique.

Visitamos su interior y allí nos encontramos con la imagen y la leyenda de la Virgen de Viarce y algunos recuerdos del monasterio franciscano del Corpus Christi que, al pie de las elegantes Peñas del Moro, se desamortizó y abandonó.
San Juan de Redondo
Bajamos el río. Apenas un kilómetro abajo encontramos la siguiente localidad: San Juan de Redondo, que también se ubica junto al río. Nos acercamos a su iglesia de San Juan Degollado. Esta cuenta con torre y se encuentra solitaria sobre un altozano entre húmedos prados.

Junto al río encontramos un viejo molino que alguien se ha molestado en conservar. Entre su cárcavo ya no pasa agua ni lo acompañan sus huertas pero ahí sigue el coqueto edificio para contarnos de cuando por aquí se plantaba cereal.
Tremaya
Y finalmente: Tremaya. Precioso nombre que identifica también la enorme peña, donde cuentan que hubo un castillo y que sirve de pivote para, que el río, tras rodearla, torne definitivamente hacia el Sur.

Observamos el panorama desde su iglesia y callejeamos sus calles serranas, amplias y dispersas. Algo más abajo encontramos el primer puente de piedra del Pisuerga. No es demasiado antiguo ya que se realizó gracias a las donaciones de un indiano en 1918, según nos cuenta una inscripción sobre su ojo. Robusto y de un sólo arco rebajado, da paso al camino que llega hasta lo alto de la peña.
Hablamos con sus gentes, mayores como nosotros. Nos cuentan cosas de antaño, de nevadas de un metro que los aislaban durante meses y que hacían que tuvieran que salir por las ventanas para tirar de pala y abrir senderos. Nos cuentan con orgullo lo que tienen y como viven; incluso la sensación de que, gracias al turismo y… los osos, se mantienen vivos sus pueblos.

Pues nos vamos. Acompañando al joven y fragoroso Pisuerga… ¡precioso, adornado de capilotes!
