Hoy no hemos resistido la tentación. Tras coronar Navacerrada, decidimos parar un par de horas para dar un paseo entre las crestas de Siete Picos.
Nos colamos entre sus viejas instalaciones deportivas hacia el pista Schmid entre una cerrada neblina que humedece el suelo y nos deja sin horizonte. Pista que vamos dejando abajo a medida que intentamos tomar la cuerda. Caminamos agradablemente entre pinares que llegan hermosos hasta el remonte.

El paseo es íntimo, agradable; ajenos a valles vertiginosos y mesetas. El silencio a veces se rompe por algún esquilón que nos avisa de que hay ganado. Este pace tranquilo, ajeno a la visita. Pasamos entre las vacas que nos miran con indiferencia y vamos recorriendo los senderos entre bolos de granito desprendidos desde los imponentes tors que forman cada uno de los picos del torso del dragón por el que caminamos.
Vamos recogidos entre la nube y no podemos ver los abismos que caen hacia norte y sur, solamente vemos sus cumbres como el castillo del Somontano, la más alta (2138). Por allí damos la vuelta desistiendo de subir sobre las peñas resbaladizas.

Respiramos humedad. La nube nos moja la cara y se condensa en hojas y rocas. Las aguas se filtran, poco más abajo los manantiales darán comienzo a torrentes y arroyos; unos se derramarán hacia el Duero por el Eresma, otros hacia el Tajo por el Guadarrama. Gotas que quizás se reencuentren en el océano o en alguna nube, aunque ya no serán las mismas.

De vuelta tomamos otro sendero y pasamos entre praderas adornadas de aliagas y pinos robustos. Pinos de de Valsaín a los que no les asustan los dos miles. Visitamos el cerro del telégrafo óptico, allí estuvo ubicada la efímera torre de transmisiones que enviaba las señales hasta Irún cuando aquellas guerras carlistas. Apenas se aprecian ya los cimientos.

Al poco nos recibe la estilizada y serena imagen de la Virgen de las Nieves; menuda y delgada, con sus brazos elevados hacia el cielo en actitud protectora y maternal. Fue realizada por el escultor José María García Moro, allá por los 60 del pasado siglo a iniciativa de colegios segovianos y madrileños.

Y pronto vislumbramos de nuevo los edificios del puerto y la concurrida carretera, con el alboroto nuestro paseo de oportunidad se acaba… ¡qué fácil, qué agradable!
Seguimos viaje.
Aquí os dejo el minipaseo