En el pantalán de Las Moreras el barco La Leyenda del Pisuerga recoge al pasaje que se acomoda mientras reciben información sobre la travesía. Al poco suelta amarras y maniobra con suavidad, a favor de la escasa corriente y poniendo rumbo hacia el Sur. El suelo vibra levemente y sus palas en movimiento comienzan a pintar de espuma el eje del río. Mientras, una voz de fondo nos va contando cosas de Valladolid, del río y del río y Valladolid.
De repente su sirena nos sobresalta con un sonido potente y largo. Las pequeñas piraguas y patines están sobre aviso intentando no zozobrar al cruzar su estela. El pasaje está a lo suyo; unos charlan y otros se acomodan con una cerveza, los niños juegan y disfrutan, suben y bajan, se asoman a derecha e izquierda; bueno, más bien a estribor o babor. El frescor del río lo envuelve todo y, el aire quieto de verano, ahora se ha vuelto brisa.
Despacio, sin prisa, van pasando puentes familiares sobre nuestras cabezas y en los embarcaderos los adolescentes descubren el bienestar que el agua y del sol ofrece a sus cuerpos ardorosos. Desde orillas y puentes llegan saludos y desde el barco se corresponde con adioses.
Aún podemos observar algunas de las viejas barquillas de antaño; fondeadas o amarradas en las riberas se sus tablas se esfuerzan por seguir a flote: Esperanza, Juanjo, Bribonzuelo, Natividad … ¡Esas si que tendrían historias que contar!
Sobre el espejo verde salta alguna carpa y las colonias de ocas se mueven con armonía dejando paso franco al buque. En un recoveco del río una garza permanece impávida sobre un tronco emergente pero las azuladas bravías, que gustan de juntarse en árboles secos, vuelan espantadas.
Me acerco a la popa y veo la ancha estela blanca que inoportuna a otras embarcaciones batiendo el río. La ribera está salvaje, casi inaccesible. Una verdadera jungla dentro de la ciudad.
Bajo el puente de La Hispanidad el barco hace la ciaboga. Poco más allá, a la altura de Arroyo, está la presa que nos engaña y hace que nuestro río se convierta en el tranquilo y ancho estanque que adorna la ciudad. La voz de fondo se apaga. Las sombras se alargan y oscurecen. Ahora escuchamos música y regresamos mientras que el sol se oculta por babor ofreciéndonos algunas bellas siluetas de nuestra ciudad. De nuevo cruzamos bajo los puentes pero los embarcaderos ya se han abandonado. En el barco las rebecas se ajustan sobre pieles de gallina mientras se apuran refrescos y aperitivos.
Me desplazo hasta proa cuando pasamos bajo el puente de Adolfo Suarez. Un puente que yo vi construir de niño y ahora el hormigón de sus pilares se desmorona dejándonos ver sus hierros oxidados, artríticos podríamos decir. Ha pasado una vida, casi para el puente y casi para mi.
La brisa va siendo viento y las banderas y sombrillas del barco flamean en tensión aunque ya vemos la playa. También los restos del palacete lleno de pintadas y la pesquera que nos esperan. Al fondo el Puente Mayor. Llegamos. Ahora La Leyenda del Pisuerga atraca. Ordenado, meticuloso, casi marinero.
¡Todos abajo!
Un sencillo paseo en barco, otro regalo del agua.
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Cuánto me ha gustado!!
Muchísimas gracias por éste recorrido e sobre el Pisuerga !!