Hoy partimos desde la plaza del Royo en Valdearcos de la Vega, enclavado en el hermoso y acogedor Valle del Cuco. Remontamos hacia los ásperos páramos que nos llevarán hacia Pedrosa de Duero en una mañana en que, a pesar de lo avanzado del otoño, sí, ¡rodamos en manga corta!
Subimos la Mesa Mediana y de allí hasta Hontanares. Escondido entre robles y encinas, en el borde del páramo, encontramos un viejo colmenar que nos mostró la curiosa disposición de las colmenas revestidas de mimbres al estilo de las damajuanas. Seguimos después zigzagueando por el páramo desnudo hasta el borde opuesto desde donde pudimos observar el anchísimo valle del Duero dominado por el solitario cerro de Manvirgo.
En un ameno subir y bajar disfrutamos de sus pueblos con aromas a lluvia y vendimia. Primero Pedrosa de Duero con su elegante y monumental iglesia de la Asunción. Después hasta Valcavado de Roa, que nos sorprendió por el espléndido mirador sobre el valle y finalmente Mambrilla de Castrejón, entre cerros y mamblas que tuvieron castillo. Campos y parajes arenosos, salpicados de viñas, de nogales y almendros. Campos y paisajes suaves, entretenidos y hermosos.
Entre sus bodegas descendimos hasta el Duero. Junto a al río sosegado una vieja y gastada cruz de piedra trataba de recordar algo que sucedió hace trescientos años y que ya no llega a nuestra memoria.
Volamos hasta el azud de la central de Cueva de Roa y, junto al río, llegamos hasta el mismo Roa donde tomamos descanso en su espolón con la vista sobre el río y la vega ya que el horizonte nublado nos acortaba el paisaje. Desde allí, junto al puente nuevo, observamos la llegada del arroyo de El Dujo; el límite que hemos puesto hoy a nuestra excursión por La Ribera.
Cruzamos el río por el puente de piedra hacia la ermita de San Roque y de allí, entre bodegas y bacillares, llegamos a la estación ferroviaria que Roa tuvo y que ahora es devorada por la maleza y el abandono. La vías y los andenes apenas se distinguen entre una selva cerrada de acacias y ailantos.
Apenas ha pasado una generación desde que se cerró y la naturaleza sin inmutarse deshace la obra y nos invita a alguna que otra reflexión. No está de más preocuparse por la naturaleza aunque con frecuencia nos demuestra que ella bien sabe cuidarse; un poco de tiempo es lo único. La naturaleza sobrevivirá también a nuestras bombas atómicas y otras fechorías. La humanidad seguro que no; lo sabemos y no podemos evitarlo. ¿Será quizás que nuestra actitud sea también natural?
Entre este y otros pensamientos iniciamos nuestro regreso hacia el Oeste. Por aquí el valle es fértil y dispone de acequias que distribuyen las aguas para el riego. Ahora encontramos enormes patatales en recolección y entre ellos llegamos hasta el pequeño pueblo de La Cueva de Roa; un acogedor lugar llano, junto a la ribera del río, donde nos preguntamos dónde estaría la susodicha cueva que le da nombre, si es que la hubo.
Seguimos nuestro paseo ahora hasta San Martín de Rubiales y allí cruzamos de nuevo el rio. Visitamos sus azudes y viejas fábricas y encontramos también palomares y una vieja ermita en la base del cerro Socastillo.
Llegamos finalmente hasta San Martín, subimos hasta su iglesia y, desde allí, tomamos el camino en la ladera que sale entre las bodegas del pueblo y que nos ofrece unas vistas impresionantes del valle. El camino que conocemos bien, se convierte en una senda vertiginosa y, por desgracia, desaparece al llegar a un pequeño altar rupestre. Ladera arriba o ladera abajo hay que tomar la bicicleta por los cuernos para subir al páramo o bajar al valle.
Hoy tocaba subir y también tocaba lluvia. Suave y fresca nos hizo cubrir nuestros brazos desnudos con el cortavientos. Con esfuerzo y paciencia trepamos los Valles de Len hacia el páramo donde iniciamos hace unas horas nuestro recorrido. Finalmente, por el camino verde que desciende Penamora llegamos a la ermita del Sto. Cristo de las Limpias, de vuelta a Valdearcos.
Por si alguien se anima aquí os dejamos el track