La Lora de Valdivia es un alto y agreste páramo situado en Palencia, junto a las rayas de Burgos y Cantabria. Forma parte del singular Geoparque de las Loras de la UNESCO y, a su vez, con respecto de la Junta de Castilla y León, está considerado como Paisaje Protegido con un Monumento Natural en su interior que es la Cascada de Covalagua (rio Ivia).
Además de su esplendor paisajístico y de estos aristocráticos títulos estos lugares esconden pasajes de nuestra historia antigua. Así, en uno de los bordes del páramo se encuentra El Castillejo. Allí acamparon las tropas romanas que asaltaron el cercano Monte Bernorio reduciendo, por fin, a los pueblos cántabros.
El río Ivia…
La lora, caliza y casi plana, recibe las aguas de lluvia que se filtran a su interior. Sus entrañas se colmatan y se producen los fenómenos kársticos de disolución de las rocas formándose cuevas, dolinas y rios interiores que no pueden filtrarse por encontrar capas impermeables. Para buscar una salida necesitan romper las paredes calcáreas. Ejemplo de esto es la misma cueva de los Franceses.
Por el interior de la Lora discurre la divisoria de aguas de la cuenca del Duero y de la del Ebro. En la vertiente del Duero se forma la hermosa surgencia de Covalagua que es considerada como el nacimiento del río Ivia (o rio de Covalagua), un pequeño riachuelo de siete kilómetros que da nombre a la comarca palentina de la Valdivia.
El agua quiebra el páramo y comienza a saltar saturada de minerales que se van depositando en una gran toba caliza que sirve de filtro a las aguas. En el exterior, entre cada pequeño salto espumoso, se forman remansos acogedores de azul turquesa. Las aguas llegan hasta las localidades de Revilla de Pomar, Pomar de Valdivia y finalmente se integran a las del rio Rupión en Báscones de Valdivia.
Y el paseo…
Nuestra ruta la comenzamos en Villarén de Valdivia. Tras la visita al eremitorio rupestre de San Martín comenzamos a trepar las cuestas por un camino firme y seco que nos ofrecía unas vistas nítidas del perfil de la Montaña Palentina aún adornado con retazos de nieve.
Por fin, arriba, pudimos observar las tenues estructuras defensivas que aún se adivinan, imaginar el poblado en su interior e incluso escuchar el griterío de alguna zalagarda en idiomas incógnitos que no conocieron la escritura y solamente podemos imaginar.
En la mañana nítida pudimos ver pueblos del valle del Camesa y otros tantos del Valdelomar que ya vierten hacia el río Ebro. El cierzo soplaba fuerte y frio en el desolado paramillo. Nos abrigamos y comenzamos el descenso por el Este hasta un camino que nos lleva cuesta abajo hacia Helecha de Valdivia cruzando el incipiente rio Rupión.
Desde Helecha nos acercamos con el viento a favor hacia Pomar de Valdivia con una de las bicicletas renqueante. Bordeando el Castillejo llegamos a Pomar de Valdivia, cabecera del municipio, siguiendo hasta Revilla de Pomar un pueblecito de casas arregladas pero con nadie por sus calles y por aquí entramos a la preciosa senda que se dirige a Covalagua.
Pronto aparece el río Ivia entre campos verdes y húmedos salpicados de florecillas y grandes robles perezosos. Cruzamos sus aguas turquesa en un par de ocasiones por medio de piedras pasaderas firmes y pronto escuchamos el rumor de sus cascadas. De entre las rocas el agua cae abundante escurriendo entre la toba. Después descendiendo por su vallejo se remansa a veces y otras brinca.
Optamos por seguir la senda en lugar de la carretera para llegar al páramo. Un hermoso sendero en el que fueron apareciendo las hayas y que hubo que hacer buena parte a pie. Llegamos a los farallones finales colgados sobre nuestras cabezas que nos mostraron la panorámica del valle en forma de herradura perfecta. Y de allí hasta el edificio de la cueva de los Franceses que hace años ya visitamos.
Había sido todo un reto llegar hasta allí con una cadena trabada. A pesar de ello decidimos visitar el misterioso Canto Hito. Tomamos la trocha indicada y por un infame lapiaz quebrado que parecía colapsar a cada momento nos fuimos acercando a lomos de nuestras bicicletas a las que sin duda las exigimos demasiado.
Entre el desolador horizonte comenzó a atisbarse la forma del menhir. Clavado y sujeto con otras piedras menores se mantiene inclinado. Dicen que es un lugar de enterramientos… bueno, vete a saber… No estaría mal devolverle la verticalidad que sin duda en su momento tuvo antes de que quiebre.
Regresamos, de nuevo entre las piedras, subiendo y bajando dolinas y fijándonos en lo lentos que van los gamones entre estos parajes mientras que crocus, aliagas y amargazas cierran de color las estrechas grietas de las rocas.
Tras este pequeño calvario tomamos la pista hacia el mirador de Valcavado. El viento sigue soplando sobre el páramo yermo sin embargo, sobre el mirador se produce una tregua. El viento sopla muy fuerte pero se arremolina entre los farallones y sobre el mirador hay encalmada. Nos asomamos al Norte y observamos el Monte Ahedo y el valle profundo de Valderredible que nos sobrecoge. Hacia el Sur sobre la horizontalidad del agreste páramo se asoma la cresta de Peña Amaya.
Aquí dimos por terminada la ruta, tras colocar lo mejor posible los cambios, cuesta abajo y por carretera la bicicleta respondió y haciendo un último esfuerzo pudimos conocer la ermita de Nuestra Señora de Samoño y Báscones de Valdivia donde el rio Ivia, o de Covalagua, finalmente se entrega al Rupión*.
Aquí os dejo la ruta seguida (con algunos tramos de sendero para ir a pie)
- El Rupión es afluente del rio Lucio y este del Camesa. El Camesa del Pisuerga.