En nuestro afán por ir conociendo los ríos del Duero habíamos decidido acercarnos hasta Alba y dar un paseo por el río más relevante de cuantos le ceden sus aguas desde las sierras del sur: el Tormes.
La visita resultó algo apresurada para lo mucho que encontramos. Algunos inconvenientes propios de viajeros que pinchan han hecho que tuviéramos muy limitada la jornada. A pesar de todo pudimos aprovecharla, y a la vez, de nuevo darnos cuenta de cuánto desconocemos.
El río que viene de Gredos
El río Tormes es largo y relativamente caudaloso, dependiendo de las estaciones como cualquier río de perfil mediterráneo. Sin embargo lo que nos encontramos según bajamos hacia la Puerta del Río es un río ancho e imponente de color plateado. La presa de Villagonzalo, aguas abajo, se encarga de que nos ofrezca este aire de manso estanque cortado en dos por su imponente puente medieval.
Y desde ese puente comenzamos nuestro paseo contracorriente, caminando junto a su ribera derecha rebosante debido a las últimas lluvias. Fochas y gaviotas disfrutaban de las calmadas aguas entre las numerosas islas que en esta parte emergen. Álamos, fresnos, sauces y alisos están aún por vestir; las eneas, carrizos y espadañas: secas. En estas circunstancias el paisaje se manifiesta casi en escala de pardos; solamente el verde y rojo de las azollas dan un indeseado, aunque agradable, colorido al río.
Cuando llegamos a las ruinas de las aceñas de Quique acaba el recrecido de la presa de Villagonzalo y un viejo azud lamina de nuevo el río un paso más arriba; aquí toma las aguas la piscifactoría donde podemos ver a las truchas saltar, no parece que de alegría.
Regresamos a Alba, desde la playa disfrutamos de una bonita vista del perfil de la villa. La imponente torre de su castillo domina la estampa.
El puente medieval
Con casi 300 m y 23 arcos es uno de los más largos de la cuenca. Reconstruido mil y una vez, enormes camiones pasan veloces por su angostura. Apenas tiene aceras y el atravesarlo se hace vertiginoso sin que puedas disfrutar relajadamente del río.
Hace doscientos años fueron miles los soldados que «iban, venían y morían», siendo un enclave estratégico en la Guerra de la Independencia. Alba de Tormes quedó asolada aunque su puente perdió solamente dos arcos.
Desde la orilla opuesta la vista de Alba y su reflejo resulta sugerente. Sobre una dura colina pizarrosa se perfilan esbeltas torres. También nos muestra lo que permanece de su castillo y lo que le falta a su basílica.
Aguas abajo del puente ya solamente se aprecia la isla de Garcilaso o Playas Viejas, agradablemente restaurada. A partir de aquí el río apenas tiene bosque de ribera y sus aguas recrecidas se apoyan sobre rocas peladas que dan lugar a un paisaje diferente presidido por la ermita del Otero que se perfila en lo alto de un cerro.
De regreso observamos a cierta distancia un viejo pozo de nieve y la fuente del Cornezuelo, ambos lugares algo abandonados.
Saludamos a un anciano infeliz que reparte migajas a los gorriones. Cien pájaros le adoran pero en la residencia donde vive le envidian y recriminan que esconda el chusco de pan que no se come. Primero fue la escuela, más tarde la mili, después en los empleos que tuvo y ahora, de viejo, una residencia, y así… —nos cuenta— siempre se sintió agobiado y nunca libre.
Compramos hojaldres y vino.
Tomamos café en un antiguo café.
Visitamos algunos conventos e iglesias, la plaza mayor…
…. y llegamos al castillo-palacio
El Castillo de Alba
Fue aquí donde nos dimos un baño, que no en el río, de historia y humildad. En primer lugar la sorpresa de ver una torre que ni en fotografía recuerdo haberla visto. Un soberbio torreón en el que no puedes por menos que imaginar al fraile Guillermo y al novicio Adso perdidos entre el fuego de los libros que quemara Umberto Eco.
El torreón es lo que queda de un magnífico palacio renacentista —todo eso y lo mucho que contiene está bien contado en los libros— sin embargo y a pesar de que se nos echaba el tiempo, no pudimos dejar de disfrutar de las explicaciones y amabilidad de Rosa, guía de la oficina de turismo, que nos dejó realmente impresionados con detalles del Ducado y sus circunstancias: La casa de Alba, La Santa… la guerra y el arte; la religión y la política. Y enfrente, más abajo, siempre el Tormes.
¿Y, cómo era Alba y este Tormes renacentista a principios del XVI?
Garcilaso nos lo cuenta y nosotros lo imaginamos:
NEMOROSO (Égloga II)
« ….. En la ribera verde y deleitosa
del sacro Tormes, dulce y claro río,
hay una vega grande y espaciosa,
verde en el medio del invierno frío,
en el otoño verde y primavera,
verde en la fuerza del ardiente estío.
Levántase al fin della una ladera,
con proporción graciosa en el altura,
que sojuzga la vega y la ribera;
allí está sobrepuesta la espesura
de las hermosas torres, levantadas
al cielo con estraña hermosura,…….»