El temporal de nieve y viento va amainando. Ayer contemplabamos la nieve planeando horizontal tras la ventana y hoy hemos salido a hacer un corto recorrido por los pinares del interfluvio Duero-Pisuerga.
Tras vencer a la pereza y abrigarnos bien montamos en la bicicleta y comenzamos a rodar titubeantes, muy despacio y con precaución. No es que hayamos perdido la habilidad de rodar entre la nieve sino que tras los «menos siete grados» de esta noche la nieve está firme, helada. Cruje sorda al pasar sobre ella y cuando tomamos una rodera se siente la pérdida de control.
Aún así subimos hasta la Revilla. Allí visitamos un viejo pino solitario rodeado de cultivos de berzas y lombardas que asoman entre nieve helada. Ahora podemos ver simultáneamente los suaves valles del Duero y Pisuerga unirse en la distancia. Al fondo los Torozos vestidos de blanco reciben los primeros rayos de sol mientras el cierzo sopla intenso.
Bajamos del altozano buscando refugio en los pinares. No es conveniente coger velocidad y tampoco tocar los frenos por lo que cuesta entrar en calor y aún así: despacio, algún que otro resbalón, casi siempre de la rueda trasera, nos hacer aterrizar sobre la nieve cortante.
Llegamos al Pesquerón junto al Duero y éste se nos aparece extraño, como un desconocido. Entre sus riberas desnudas y blancas hoy sus aguas de avanzan quietas y oscuras.
Nos acercamos a Puenteduero donde encontramos su puente justificadamente cortado al tráfico. Y desde allí seguimos junto al río hasta acercarnos a Simancas sin encontrar apenas a otros deportistas.
Desde allí había que tornar hacia la ciudad, justo hacia el Norte, enfrentándonos a un viento fuerte y gélido que nos obligó de nuevo a buscar los pinares más recogidos para mitigarlo.
Días diferentes que nos ofrecen nuevos paisajes sobre los mismos espacios; nuevas formas y colores; y nuevas y heladoras sensaciones. Y así, también entre la traidora tormenta es posible encontrar algo de belleza y sosiego.
Precioso, bonito y peligroso.