Castrillo de Duero es una localidad situada al sur del Duero en la parte más oriental de la provincia de Valladolid. El pequeño arroyo Botijas acaricia el pueblo y sus páramos son los más altos de la provincia. Se trata, sin duda, de un lugar diferente; con mucha e interesante historia y con parajes deliciosos. Aunque ésto es así, nada de ello ha sido el motivo de nuestra última y lúdica visita.
La bodega Malacuera es una pequeña bodega familiar fruto de la ilusión y esfuerzo de sus tres amigos-socios Carlos, David y César y de sus familias. Además de sus estupendos vinos, aportan, como ellos mismos cuentan: “un espíritu pícaro, transgresor y… hasta un poco canalla”.
Por alguna agradable razón aparecimos en su “canalla fiesta de la vendimia”. A pesar del canallesco nombre hubo una total ausencia de gente ruin, malvada o despreciable; predominando, por el contrario, un excepcional ambiente festivo entre las personas que participaron. Algo desinhibidas en algún momento, quizás por la discreta pero persistente presencia del dios Baco entre nosotros.
La vendimia
Como en cualquier vendimia que se precie, aunque algo fuera, había que vendimiar. Así, después de la bienvenida en la misma bodega con pastas, café y orujo, nos desplazamos hacia el vecino pueblo de Valdezate donde nos esperaban los majuelos de Carradaza y del Humilladero, ambos del señor Pedro Regalado. A pesar la escasez de uva, propia de esta cosecha, y de ser más de cincuenta vendimiadores; entre medias ¡hubo que almorzar!
Almuerzo que algunos no olvidarán por ser el lugar donde aprendieron a apretar una bota con amor. Por cierto, alguna de estas botas remeaba, y eso es trampa. Afortunadamente las elegantes camisetas negras seguían impolutas.
Una vez realizado el extenuante trabajo a la voz amenazante de los duros arreadores, la uva apareció en la bodega donde se procedió a verterla al lagar y a su divertida pisada. Todo con orden y concierto; primero las chicas, después lo chicos… en fin, creo que aquí es mejor omitir algún episodio. Al fin y al cabo este mosto sería para el “vino de casa” y la vendimia… seguía siendo canalla.
Y la fiesta
Desayuno, almuerzo… y ¡por fin la comida!. Bajo un sol de justicia, pero bien regados con un estupendo “clarete” dimos cuenta de una buena paella y de algunas cosas más. Un momento que a algunos nos quería recordar aquellas escenas costumbristas vistas en películas italianas bien escenificadas por Fellini, como en Amarcord, por ejemplo. Pero, ¡que coño! ¡Si es nuestra querida Castilla!, pronto nos dimos cuenta que no hay nada comparable, incluso a pesar de las molestas moscas de septiembre.
Finalmente tras el café, pasteles, licor de café y más y exquisitos pasteles. La sombra nos fue ganando la sobremesa. Así hasta que llegó Enrique, el joven músico, que fue insistentemente inquirido por sus fans sobre ¿qué es lo que las iba a tocar?. Más tarde, ayudado por una voluntariosa audiencia, nos amenizó la velada con música y baile. Todo ello con una temperatura más propia de una noche de julio.
Hubo también una pseudoentrega de premios. La verdad, muy bien dirigida por un inspirado Santiago, pero …. con resultados algo cuestionados por la audiencia.
Y hasta aquí os puedo contar y sin duda recomendar. Estupenda gente; magnífico vino. Para mi la peor, pero inevitable y prudente canallada: el no poder tomar ni un triste gintonic en toda la tarde por tener que conducir, algo que afortunadamente estoy disfrutando ahora mismo.
Y si queréis ver alguna foto más ….
No es raro que el mayor experto (con fama) otorrino de Valladolid se apellide Valdezate (Luis Ángel Vallejo Valdezate), la tierra da recursos y da gente.
Recuerdo cuando los catadores oficiales de los pueblos eran los borrachines de reconocido prestigio. Hoy la sabiduría del buen hacer vitivinícola es lo que se impone en el momento de la elaboración del zumo fermentado. Si el dios Baco regresara entre nosotros, saltaría de alegría al ver las cosechas en este momento.