Es ya mediodía cuando comenzamos a recorrer las empinadas callejuelas de Andaluz hasta subir a su majestuosa iglesia de San Miguel Arcángel. El valle del Duero se muestra a nuestros pies ancho y diáfano. La iglesia porticada junto al cementerio emociona y, sobre el pueblo, las laderas peladas del Cerro Andaluz nos recuerdan que hay que comenzar a dar pedales… y cuesta arriba.
Y a ello nos ponemos. Con paciencia remontamos la Punta de la Sierra, paramos en el Monte Roza y llegamos hasta Las Carboneras. Rodamos primero entre un cerrado carrascal, después aparecieron las sabinas, luego pinos y finalmente todo se salteó de rebollos. Un hermoso paisaje forestal relleno de jara olorosa y brezo colorido. Varias majadas nos recordaban que llevábamos el Cordel de Berlanga a Soria y cuando rodábamos por el Sur del cerral se nos mostraba el valle del Duero; cuando lo hacíamos por el Norte eran los valles del Sequillo y Andaluz. Así hasta que llegamos al pico Valdemocho. A partir de ahí un agradable descenso nos llevó hasta Tardelcuende.
El lugar nos sorprendió. Al contrario de lo que viene siendo habitual, el pueblo estaba vivo. Además de su “moderna” iglesia, ayuntamiento y estación de tren; había bares, tienda… incluso podía presumir de tener un cine: cine «El Pinar». Eso sí, cerrado como en las grandes urbes. Allí aprovechamos para comprar algunas viandas y con ellas en la mochila seguimos de nuevo hacia los pinares.
Entre el agradable aroma a madera recién cortada que dejan las serrerías dejamos atrás Tardelcuende buscando la fuente de Agua Clara para almorzar. Ahora entrábamos en un inmenso mar suavemente ondulado de altos negrales provistos de su grapa y pote donde escurría la miera. Cada poco los barriles de recogida se veían apilados en algún claro. Parece que la resina de nuevo resulta interesante.
Llegamos a un paraje con algunos pinos notables y un refugio blanqueado. Allí estaba la fuente y nos tomamos un descanso. No mucha, pero algo de agua soltaba por su caño creando un charquillo en el que revoloteaban tranquilas numerosas avispas. Desde allí, mirando a la redonda, podíamos observar los diferentes estados de los rodales de pino que se explotan ordenadamente; árboles maduros y latizales en fases diferentes.
El tiempo era delicioso para una siesta y aunque «a buen sueño no hay mala cama» las moscas, mosquitos, tábanos y avispas nos invitaron a abandonar el lugar y reemprendimos la marcha. Subimos primero hasta la lagunilla de Las Picazas y después bajamos veloces hasta la pequeña aldea de Fuentelcarro situada sobre un portillejo que nos mostró de nuevo el valle del Duero ahora cruzando la anchurosa y disputada tierra de Almazán.
Y hasta Almazán bajamos y paseamos. El Duero bajaba turbio y alborotado bajo la pasarela entre los cerrados sotos cuando remontamos la muralla de la villa hacia la plaza. Allí un descanso y un delicioso café con hielo contemplando el armonioso perfil de la torcida iglesia de San Miguel.
Venimos sintiendo la naturaleza y respirado su paisaje. Ahora repuestos preparamos el regreso hasta Andaluz por el sur del Duero y todo cambia …
Aquí os dejo la ruta de wikiloc
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