Con la helada desvaneciéndose a medida que el sol se eleva salimos de Peñafiel hacia San Martín de Rubiales por el Llano de San Pedro. Hace frío y además sopla un gallego ligero que obliga a abrigarse como lo están los podadores que encontramos limpiando las viñas en Carrovejas.
Arriba la Cañada Bermeja parece una autopista para las bicicletas. A nuestra izquierda el valle del Duero; entre el Pico Redondo, lleno de vestigios ganaderos, podemos ver el Gurugú al otro lado del río y a nuestro frente el pico Torruelo que parece un pezoncillo sobre el terso páramo.
Seguimos por el alto hasta la férrea y misteriosa Cruz de la Muñeca y de allí hacia los majuelos de la Fuente de la Moña desde donde iniciamos un bonito descenso entre quejigos coloridos que nos deja en el valle.
Tras cruzar con precaución la infernal N122 tomamos el camino junto al viejo Canal de Riaza que ya no lleva aguas. Cuando llegamos a Nava de Roa sus pastores salen al campo con sus perros inquietos y las ovejas bien abrigadas. Desde las ruinas de la ermita de Santa Ana tenemos una buena panorámica del pueblo y del valle del Duero a poniente. Hacia el sur, a contraluz, observamos los cantiles del Páramo de Corcos y al norte contemplamos San Martín de Rubiales, nuestra próxima visita.
Salimos hacia el Monte de Nava, después cruzamos acequias y arroyos y en seguida llegamos a la vieja estación de San Martín de Rubiales infestada de ailantos. Su reloj paró a las 10.30 de algún día y ahí permanece a la espera como un novio despechado.
Aquí nos encontramos con el Duero. Dos azudes seguidos lo disfrazan de río caudaloso pero junto al puente podemos apreciar su verdadero caudal que no deja de ser el justo para que corra el agua.
Tras curiosear por el enorme puente de seis arcos diferentes nos dirigimos hacia San Martín de Rubiales que descansa apaciblemente al sol, asentado en un repliegue de las mesas del norte del río. Curioseamos entre sus empinadas calles y plazuelas para salir por el sendero junto al frontón entre bodegas.
A media ladera van apareciendo unas preciosas sendas para rodar en bicicleta que bien podrían llegar hasta Bocos según nos cuentan. El paisaje es imponente, rodamos entre cárcavas y abajo, al pie de las laderas, se dibujan docenas de huertos de almendros, de nogales, viñas y hortalizas; después la vega y más allá la ribera del río desnuda. Hacia atrás aún podemos ver un hermoso perfil de San Martín con el cerro de Socastillo al fondo como histórico telón.
El sendero se va estrechando y se hace más abrupto. Hay que tener precaución; a nuestra izquierda solamente llevamos el vacío en algunos momentos y así hasta que llegamos hasta una pequeña gruta con un crucifijo en la que parece que el sendero se desdibuja y ya no permite pedalear.
Hay que bajar y lo hacemos entre unos majuelos que nos permiten llegar hasta el camino que conforma la Senda del Duero. Ahora vamos de nuevo por una autopista y con el viento en cola: entramos en la zona más estrecha del valle.
¿Una cerrada en el Duero?
Desde que el Duero se asienta en la meseta dibuja un valle en artesa ancho y plano con pocas excepciones y en estos parajes encontramos una de ellas. Desde luego no es un cañón pero entre el Pico de Santa María y el Lotero (al Sur) y el pago de Marivela y los Pilones (al Norte) el valle se estrecha notablemente, trenzándose además con el río: el canal de Riaza, el GR-14, la vieja línea de Ariza y la N122. Más abajo de Peñafiel mantiene cierta estrechez hasta Tudela de Duero donde, ya sí, a partir de ahí vuelven a ensancharse sus terrazas ampliamente hasta llegar a Los Arribes.
Pues por este lugar ahora rodamos. Primero avistamos sobre el río el acueducto amarillo del canal de Riaza, más al fondo el viejo puente Trapp del Empecinado sobre el Duero y a medida que seguimos la estación de Bocos de Duero, la única de la línea situada al norte del río.
¡Cómo ha cambiado el paisaje agrario debido a las recientes plantaciones de nogales junto al río! Observamos como se van desarrollando, consolidándose entre viñas y remolachas.
Tornamos hacia la vía de nuevo y sobre ella nos acercamos hasta el otro puente de la vía: el del Carrascal. Lo cruzamos cierta emoción y sumo cuidado; le faltan chapones y vemos el río muy abajo. Algunos tomamos este tren en numerosas ocasiones para ir hacia Aragón. Era lento y con bancos de madera pero cuánto daríamos por repetir alguno de aquellos viajes eternos con paradas en las cantinas de Almazán o Aranda.
Cruzamos El Carrascal y llegamos a la zona ferroviaria de Peñafiel que aún conserva la traza industrial que aportó el ferrocarril en el pasado siglo. Entre los apartaderos auxiliares aparecen almacenes, silos e industrias. Finalmente cruzamos el Botijas que baja bien alegre y llegamos a su elegante estación tapiada junto a los dos depósitos de aguada para locomotoras.
Regresamos por el Paseo de la Estación, aún empedrado con el sólido balasto y brea de aquellos tiempos. Resulta agradable comprobar que no todo se pierde como los elegantes edificios de las harineras “La Concepción” y “Martín Moral España” al menos se han recuperado con usos hoteleros.
Pues nada, ¡ojalá que duren!
Y AQUÍ el track de wikiloc para quien se anime
Muy bonito,entrañable para los que vivimos y crecimos en S. Martín de Rubiales.
Bastante documentado y real, sin florituras.
Desde la lejanía en el tiempo y la distancia, la emoción y el recuerdo vuelve.