Campaspero sitúa su elegante caserío en uno de los páramos más altos y duros de la comarca pastoril de La Churrería. Son las tierras más altas de la provincia de Valladolid, ligeramente por encima de los 900 m.

Pedregosos rasos en Campáspero

Y allí comenzamos esta ruta de invierno en la que nos vimos inmersos constantemente en una densa niebla. Pegada con persistencia a los rasos mantuvo la temperatura invariable bastante cerca de los cero grados. Solamente cuando bajamos al valle del Duratón pudimos atisbar horizontes ligeramente más alejados.

Mapa de la ruta y AQUÍ el track en Wikiloc

Los páramos

Campaspero no tiene ríos. Sus numerosas perforaciones no son fáciles por tener que atravesar profundas gredas y tobas calizas; y esa ha sido una constante lucha a través de su existencia. Como prueba de ello nada más salir del pueblo nos damos de bruces con un pintoresco y antiguo molino de sacar agua sumido entre brumas fantasmales.

Viejo pozo en el páramo

A partir de aquí seguimos a tientas por el páramo en dirección sureste buscando las aguas que suben hasta aquí para quitar la sed de este pueblo.

La niebla no cede pero los barros son asequibles —o, mejor dicho, los tenemos asumidos—. Así zigzagueando por nuevos caminos de concentración llegamos hasta Membibre de la Hoz. El pueblo se encuentra agradablemente posado en el vallejo que forma el Arroyo de la Hoz. Allí dejamos la ermita del Rehoyo y un bonito crucero para llegar hasta Aldeasoña por un camino asfaltado entre cruces, bodegas y fuentes.

Crucero en las cercanías de la ermita del Hoyuelo, Membibre de la Hoz

Queríamos ahorrar barros y contábamos como aliadas estas carreterillas locales, poco arregladas pero por las que no pasa un coche. Fue también el caso de la que une Alseasoña con Calabazas y más adelante Fuentidueña. En el camino un endrino en la cuneta proveyó a alguno de una cajita de frutos maduros que prometen buen pacharán, aunque para eso habrá que esperar unos meses.

La Dueña de las Fuentes

Al poco la pista se inclina y bajamos. Fuentidueña, a media ladera, nos permite ver sus povedas desnudas marcando los ríos pero apenas nos deja ver su muralla en lo alto de la ladera. Visitamos San Miguel y San Martín, ya conocidos. En esta ocasión el objetivo eran, nada menos, que sus abundantes manaderos; mejor dicho: salideros, que dan de beber a una treintena de poblaciones de la comarca.

Bodegas en Fuentidueña

Después de un austero almuerzo al abrigo de la muralla bajamos por la Puerta de la Calzada hasta el arrabal. Allí encontramos el río Fuentes donde un festival de manantiales borbotaban incansables. Encontramos las fuentes de la Cigüeña, de los Caños y el Salidero. Un verdadero oasis que antaño alimentó a dos molinos seguidos y que ahora, además de la extracción para consumo, abastece a una piscifactoría antes de rellenar el Duratón.

Fuente de los Siete Caños

Y es precisamente de aquí, de estos manantiales, de donde sale el agua que beben en Campaspero, el resto de localidades por donde hemos pasado y algunas más de Segovia y Valladolid.

Seguimos nuestro paseo ahora junto al río. Más fuentes nos aparecen: La de Hontanilla, más modesta, arroja un hilillo junto al camino. Más tarde, ya en Vivar de Fuentidueña, un elegante caño impulsado desde el rostro de un demonio llena el pilón presidido todo el conjunto por una cruz.

Y de nuevo a los páramos

De nuevo cruzamos el Arroyo de la Hoz; esta vez cuando se entrega al Duratón en Laguna de Contreras y seguimos río abajo buscando una subida hacia el páramo. La encontramos en el precioso camino de Valdelabuz, un viejo conocido de pedalear por Rábano y con el que aún tenemos la cuenta pendiente de visitar su cueva que no encontramos.

¡Buscando —y encontrando—las 12 uvas!

Hoy ni lo intentamos. La tarde parece que va enfriando y de nuevo en el alto la niebla se cierra. Rodamos orientados gracias a la electrónica. Las torres iluminadas de telefonía de Canalejas y Fuentelapeña, que deben de estar ahí mismo, en absoluto se aprecian.

Volvemos hacia Campaspero. Entre los duros pedregales aparecen —como nosotros— sufridos pinares e incluso algún majuelo del que arrebañamos las últimas uvas que inexplicablemente se conservan tersas y muy dulces.

Unos minutos al fresco…

Al poco un inoportuno pinchazo nos incordia ligeramente la vuelta; pero estos son los gajes de nuestro oficio de ciclistas. Molestias, frías pero asequibles, que hasta ahora parece que no nos desaniman.

El demonio de Vivar de Fuentidueña
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