Esta vez comenzamos nuestra ruta al sur del Duero; en Milagros, junto al rio Riaza y con la intención de regresar por la Serrezuela. Desde allí partimos en bicicleta rio arriba, contemplando las aguas que fluyen veloces y claras; revitalizadas por las últimas tormentas.
Dejamos atrás el curioso arco-fuente junto a la iglesia para dirigirnos hacia Valdeherreros, un despoblado de donde parece que proviene el arco que dejamos atrás.
Enseguida, sobre un promontorio junto al río, aparecen los vestigios de la iglesia de Valdeherreros. Paseamos con curiosidad por el evocador lugar que cuentan fue asolado por los franceses. Los vanos de la espadaña sin campanas se asemejan a las cuencas vacías en una calavera e invitan a la reflexión. Por los alrededores algunas piedras y restos de teja añaden misterio y, junto al rio, una montonera de piedras nos señala el lugar donde tuvo que estar su puente.
Y seguimos.
Mientras, el paisaje se va levantando a ambos lados del río. Aparecen cantiles anaranjados, cuevas y derrumbes que anticipan el cercano desfiladero del Riaza. Llegamos a Montejo de la Vega de la Serrezuela; cruzamos su viejo puente, después sus huertas en plenitud y, tras tirar un par de fotos a su molino, enseguida tomamos el camino hacia las hoces.
El paseo era placentero hasta que el camino acabó y hubo que tomar la estrecha y áspera senda que sube por las laderas de la Cuesta del Convento. La senda no es ciclable y hubo que hacerla con la bici al costado. Un esfuerzo enorme en día de bochorno y mosquitos que no quedó más remedio que recorrer: queríamos visitar “El Casuar” y queríamos visitar también las ruinas de la primitiva ermita de Castroboda.
Junto a un Riaza amurallado aún se mantienen en pie las ruinas de el Casuar. Abandonadas a su destino un viejo y oxidado cartel reza. “prohibido el paso a toda persona ajena a la obra”. A pesar de la desidia es posible darse un festín de elegante románico entre sabinas que pretenden tapar el desastre que también ocasionó la Guerra de la Independencia y, claro está, el abandono secular.
Seguimos nuestro camino con la idea de remontar las laderas de las hoces antes de llegar al embalse de Linares pero no fue posible, queríamos visitar el paraje de Castroboda e intentar dar con los restos de la primitiva ermita de Maderuelo. Varios carteles avisaban de la prohibición de subir por las laderas aunque los escarpes ya imponían por si mismos. Así que hubo que retroceder y subir pacientemente por el camino del arroyo del Casuar hasta Valdevacas de Montejo donde almorzamos junto a un viejo lagar renunciando —de momento— a Castroboda.
Hubo que retocar la ruta y nos dirigimos hacia la Serrezuela. Habíamos visitado dos ermitas y nos encaminamos hacia otra más, esta mejor presentada: La ermita de N. Sra. de Hornuez.
Entre sabinares, pinos, robles y con agradables aromas de jara dejamos el Riaza y nos acercamos a la Serrezuela. Llegamos a la ermita; esta es moderna, monumental. Más bien un santuario cuya fachada disimula su volumen aparatoso. Pero aquí no es la ermita la protagonista, ni sus fuentes, casi secas, que tanto dieron de beber a trashumantes. Es el entorno de viejos enebros que salpican las onduladas laderas calizas. Árboles fuertes y retorcidos en complicadas contorsiones sobre un suelo limpio, suavemente alfombrado por la fina panocha entre la que a duras penas crece algún cardo.
Sobre el tocón gigante de uno de ellos que tuvo por nombre: “La Borrega” y que tiró el viento, posamos. Imaginamos como debió ser la planta y cuántos años tendría pero dimos por seguro que el mismo Abderramán III, a la vuelta de Simancas, tuvo que haberla conocido.
El cansancio acechaba pero había que seguir. Remontamos algo más y nos dirigimos hacia el pequeño pueblo de Villalvilla de Montejo que se resiste al inevitable abandono que le acecha. Allí su fuente nos dio vida mientras contemplabamos su rural y coqueta iglesia de San Juan.
Desde aquí subimos más arriba, visitamos la fuente de la Serranilla con las vistas del Peñacuerno a nuestra espalda. Finalmente tomamos el Camino de las Viñas para volver hacia Milagros. Desde allí un suave e interminable descenso de algo más de 11 km nos devolvió al valle del Riaza desde las estribaciones de La Serrezuela. Un paseo relajado entre pinos, almendros y viñas que esperan la cercana recolección.