Hoy, muy pronto, dejamos atrás al Esla en Mansilla. Nos dirigimos hacia el Norte en busca de Lancia. Tras atravesar algunos regadíos y regateando el nuevo tramo de autovía subimos hasta los cerros de Villasabariego.
Para el que quiera curiosear, o mejor: rodar la ruta, aquí dejamos el track
De Lancia a Eslonza
El espigón que acoge a Lancia lo encontramos hoy vallado de alambrada sencilla. Hace algunos años pudimos acercarnos más a sus restos; ahora tiene el aspecto de una gravera abandonada. Seguimos por el cantil hasta el yacimiento de Cuevas Menudas, aquí si que nos es posible franquear la entrada y bajamos hasta unos eremitorios medievales que espabilan a la imaginación mientras contemplamos como las fértiles vegas del Esla y del Porma discurren sosegadas por la Meseta.
Ahora tomamos rumbo Este. Primero entramos en Villasabariego y después seguimos rodando un largo y entretenido camino lleno de toboganes que salvan los suaves vallejos que vamos atravesando entre campos de secano recién cosechados. Las pacas que encontramos son cilíndricas; parece que nos anuncian que entramos en la comarca de la villa de Rueda del Almirante.
Entramos en Santa Olaja cuando los vecinos acuden a la llamada de claxon de la furgoneta del panadero creándose un buen corro en el que todos se dan los buenos días. Junto al riachuelo Moro encontramos los restos del monasterio de San Pedro de Eslonza. Cercado también por otra miserable valla de alambre ya no muestra las cicatrices de sus expolios sino simplemente los restos de sus cicatrices.
Seguimos rodando por caminos de piedra suelta pero entre campos bonitos y variados. Salteados a veces de chopos; otras, también de robles. Volvemos hacia el valle, el largo descenso nos deja en San Miguel de la Escalada. De nuevo en plena vega del Esla.
Rueda del Almirante
Tras la visita de rigor al monasterio mozárabe seguimos entre huertos, que ahora muestran sus frutos exuberantes, hacia Rueda del Almirante. Para subir al cerro, en lugar de la carretera, tomamos una cuestona que nos obliga a llevar la bicicleta a nuestro lado entre el aroma de las jaras que rezuman sus fragancias.
Recorremos Rueda del Almirante sin que encontremos a nadie por sus calles. Desde el cantil la vista de la vega del Esla es grandiosa, soy incapaz de representarla con una fotografía y la disfrutamos descansando en un banco mientras degustamos unas ciruelas maduras que nos ofrecen unos prunos allí plantados.
Apartada del pueblo, visitamos su fuente romana; toda una delicatessen de pequeño monumento. Su bóveda ha sido dotada de una portezuela de madera llena de encanto y sus aguas rebosan hacia un ojo que mantiene el agua transparente, después llena un lavadero en el que saltan las ranas y, más allá, una charca en la que se crían algunos pececillos de colores, seguramente antiguo abrevadero.
Desde Rueda seguimos por las alturas recorriendo montes solitarios. Por ellos llegamos hasta la pequeña localidad de Valdealiso. Encajada en el vallecillo del frondoso arroyo de La Magdalena. Su caserío de adobe y su pobre espadaña apenas levantan de la arboleda de su vega.
Salimos cruzando el arroyo buscando de nuevo el valle del Esla. Un rebaño rebaña un rastrojo. Sus tres perros, cuando nos ven, nos acosan; uno inquieto y espabilado, de raza indeterminada, se acerca veloz y nos olfatea con curiosidad; otro, un pastor ovejero, ladra a dos metros de forma muy profesional y un enorme mastín se ha quedado más alejado, bajo un talud que separa el camino del campo sin dejar de ladrar; ronco y pausado. La pequeña patrulla nos señala el lugar desde donde debemos tirar fotos. Sin pasarnos de ahí, claro está.
Hacia Gradefes
De nuevo rodamos por caminos solitarios y de nuevo tomamos la cuesta abajo hasta entrar entre las callejas de Nava de los Caballeros. Después, ya por la vega llana y verde, llegamos hasta Gradefes, — capital actual de esta comarca—.
En Gradefes hay tráfico, hay gentes por las calles en sus quehaceres, también hay bares. Hay bullicio.
También está el monasterio de Santa María donde habitan hermanas contemplativas. Entre las muchas maravillas de su arquitectura hay un claustro silencioso y sombrío. Es el claustro medieval que definió Víctor Hugo: «lleno del sombrío esplendor de la soledad y de la muerte».
Recorremos sus calles, su parroquia, un molino, reponemos agua en la fuente y finalmente curioseamos los alrededores del puente.
Una pandilla de chicos y chicas en bicicleta se reúnen para ir al río a bañarse. Preguntamos por el lugar y nos indican la playa de Sahechores, río arriba. Otra cosa será bañarse…, nos aseguran que el agua está helada — ¡más que una buena cerveza helada! —, comentan entre risas .
Ya veremos…