Salimos tarde para Vitigudino para ser invierno. El viaje, además, se presenta frío, gris y lluvioso; La verdad: era para darse media vuelta. Pero seguimos y pasamos Salamanca y allí las nubes se desmembran. Cuando llegamos a mediodía aclara agradablemente.
Montamos con rapidez la bicicleta y nos ponemos en marcha hacia aquel norte. Queremos recorrer una parte del canto vivo de la meseta antes de que esta se parta en Las Arribes. Se trata de rodar por una región poco conocida: La Ramajería. Conocer también la formación del río De Las Uces y allegarnos hasta el mogote de La Peña Gorda.
Mucho rodar para las pocas horas de sol —más bien de luz— que nos quedan.
La comarca de La Ramajería se encuentra entre Las Arribes, el Campo de Ledesma, El Abadengo y las Tierras de Vitigudino. Se trata de una comarca apacible y serena cuyos pueblos humildes apenas dejan asomar la espadaña de la iglesia por el horizonte de sus dehesas. Pueblos de agua, granito y pizarra con gran semejanza entre ellos al igual que sus deliciosos campos ondulados poblados de rebollos desnudos y encinas. Unos robles a los que se poda su ramaje o ramón con el objeto de completar la alimentación del ganado cuando los pastos aflojan; una actividad que da nombre a la comarca.
Pero ahora —en enero— no es el caso y los pastos no aflojan. Todo es verdor y no hay ribera ni regato que no lleve agua, las charcas rebosan y las fuentes derraman abundantes caños.
Al encuentro del río De las Uces
Ante la premura que llevamos tomamos alguna carretera y tratamos de no atravesar portillos. Llegamos a Barceo y más adelante a Sanchón de la Ribera. Vamos cruzando algunas de las riberas que conforman el río De las Uces: la Ribera de Santa Catalina, la de Casuales y hasta la del Vado. Así hasta llegar al Molino de la Vega y la Puente Nueva donde podríamos decir que estamos ante el río ya conformado.
El río De las Uces es un afluente directo del Duero. Se denomina así a partir del pueblo de Las Uces cuando se han reunido varios arroyos que drenan la comarca. Por aquí lo encontramos dócil, con un vallecillo suave y verde, lleno de molinos, de vados, de pontones y de pasaderas. Sin embargo, más adelante se despeña cayendo vertiginosamente entre cascadas de pizarra hacia el Duero. Una de ellas es más conocida que el mismo río que se despeña: El Pozo de los Humos.
El río De las Uces no es un río al uso. Su nacer es calmo, sin sobresaltos ni alborotos y sin embargo, su curso bajo, cuando el resto de los ríos suelen disfrutar de un sosegado descanso, cae de bruces hacia el Duero.
Seguimos hasta el molino Vinculero y enseguida llegamos a Las Uces. Con toda la agua que hemos encontrado no es de extrañar el aspecto brioso que nos muestra su cauce y los piélagos de sus viejos molinos. En los prados anejos las cigüeñas escarban a placer y entre los muros de piedra levantamos alguna perdiz al paso de la bicicleta.
Hacia la Peña Gorda
Teníamos capricho por conocer esta roca prominente y había que aligerar. Seguimos camino entre encinas y robles dejando el río. Así cruzamos Valsalabroso y La Vídola. En el medio de un camino una delgada liebre nos observa con atención hasta que considera oportuno apartarse del camino con un atlético brinco que nos dejó anonadados hasta perderla de vista en los chaparros.
Las nubes se aprietan como rebaños y ya poco o nada vimos el sol aunque sobre la bicicleta y sin apenas viento la temperatura no podía ser más agradable.
Al poco de dejar La Vídola apareció la Peña Gorda. Una formación rocosa poco frecuente de unos cuarenta metros de altura sobre el llano. Tiene forma de cúpula, anaranjada en sus partes descarnadas y de arranques verticales en los que crecen con descaro algunas encinas. Junto a ella encontramos una coqueta área de descanso con mesas y carrascas en la que aprovechamos para sacar la bota y alguna otra cosa con la que reponer fuerzas.
La observamos con curiosidad mientras un par de milanos garabatean en el aire. Nos parece un mogote despistado del cubano Valle de Viñales en el que hemos cambiado tabaco por novillos.
Visitamos el pueblo de La Peña, fácil lo debieron tener para darlo nombre. No nos encontramos con nadie. La Iglesia de San Pedro Apóstol construida con trabajados sillares contrastan con su humilde y diminuto Ayuntamiento recordándonos el inevitable decaimiento de estos lugares.
Y vuelta a Viti
Pero había que regresar. Pasamos por las Fuentes de Masueco y Cabeza del Caballo con algo de premura ya que la luz se apagaba. Aún así visitamos sus fuentes y sus ermitas, nos asomamos a sus cementerios con sepulturas en la tierra que apenas pueden soportar verticalmente sus cruces. También paramos a tirar alguna foto tras los muros de las cortinas con asustadizas ovejas o novillas.
Finalmente tomamos la carretera para llegar hasta Valderrodrigo donde nos esperaba el torito Perdigón tras cruzar de nuevo el río De las Uces y desde allí hasta Vitigudino cuando caía ya la tarde.
Solamente un buenosdías y un par de buenastardes fueron todos los humanos encuentros que en esta ocasión tuvimos. Carreteras vacías y pueblos casi desiertos entre un paisaje bello y casi natural. En Viti debe de haber instituto; un sorprendente grupo de jóvenes estudiantes alborotan por la calle y los bares y tiendas se muestran animados.
En una carnicería compro embutido y queso y cuando reposto en la gasolinera el joven que me atiende me pregunta que qué tal el paseo en bicicleta al verla cargada. Le contesto que conociendo un poco La Ramajería.
- ¿Y eso? ¿Dónde cae?… Para son los Arribes ¿no?
Le pregunto si es de por aquí…
- Sí claro.
Pues así dejamos las cosas.
Y aquí el track de wikiloc, 68 km. algo rápidos para mi gusto. Hay que volver.
Parece que esas ovejas no recibían visitas desde hace bastante tiempo…jejeje. Bonito paraje, incluso con esos nubarrones negros.