En la parte central del valle del Duero la niebla persiste: fría, cerrada y húmeda. Nosotros nos escapamos; viajamos hacia el Sur, hasta que allá por Cantalejo el Sol se hace dueño del paisaje y nos transmite optimismo y energía.
Seguimos hasta Duratón y desde allí iniciamos un luminoso y prometedor paseo.
Comenzamos cruzando el río, nos entretenemos un buen rato entre los capiteles del pórtico de la Iglesia de la Asunción, el puente medieval de un solo arco y las pétreas sepulturas antropomorfas allí dispuestas. Finalmente subimos hasta los restos de la ciudad romana de Confloenta. Con unas trampas tan bien colocadas parecía difícil comenzar a rodar pero finalmente nos pusimos a ello.
Desde allí alcanzamos El Olmo, junto al arroyo Serrano. El sol resalta las fachadas del pequeño caserío que acompaña a su iglesia, también románica, de la Natividad.
Vadeamos el arroyo con ayuda de algunas piedras y seguimos remontando por los yermos piedemontes de Somosierra hasta llegar a la ancha y verde Cañada Real Segoviana que ahora seguiremos.
Rodar por la virginal cañada resulta ser una experiencia deliciosa. La hierba, corta y verde, lo cubre todo y apenas se insinúan las roderas de un camino sin cantos. Grupos de robles, encinas y algún enebro suelto adornan el paseo y el olor de las jaras soleadas resulta embriagador. El horizonte no es menos bucólico. Al sur y bajo un cielo solamente azul se extiende la cordillera sombría, por ahora ignorante de nieves. Entre la cordillera y nosotros prados y dehesas se extienden nítidos, verdes, luminosos. Y a nuestra espalda, lejana, la sierra de Pradales y sus pedrizas
Subimos despacio y bajamos también despacio, no queremos perdernos estos placenteros momentos de naturaleza y libertad; respirando hondo y contemplando los campos adehesados .
Tras el descenso llegamos hasta el arroyo Cerezuelo, en Mansilla. ¡Cómo nos alegra ver que a pesar de lo poco que viene lloviendo los riachuelos mantengan su caudal!
Desde allí tomamos un camino paralelo al arroyo hasta que se reúne con el Duratón en Duruelo. Lo cruzamos y nos encaramamos hasta el cerrillo que acoge a la iglesia. Nos acercamos y un nubarrón de palomas despega alborotado de su bien conformada espadaña, dibujando un amplio ocho para posarse de nuevo.
Allí mismo almorzamos, en un banco. Acogidos por un sol que calentaba y acompañados de un nutrido y desvergonzado cortejo gatuno que se invitó al aperitivo.
Al terminar tomamos rumbo hacia Fresneda de Sepúlveda, un lugar caído y, con el, los restos de su modesta iglesia de Santa Isabel; una maltrecha portada, una espadañuela con su escalera y poco más.
A la vista de los recientes escombros por allí dispersos, parece que no hace mucho ha colapsado otro muro… Su hastial está desplomado, pronto se derrumbará también y con el su pequeño campanario de vanos vacíos.
Nos preguntamos ¿Qué se puede hacer con esto? ¿no es posible transportarlo? ¿consolidarlo quizás? ¿venderlo a quien lo aprecie?…De momento, solamente dejarlo perder.
Bajamos hacia el rio Duratón, hacia Sotillo y .. otra iglesia románica: de la Natividad. Sus molduras en ziz-zag, su arco de entrada lobulado, metopas y canecillos esculpidos y el delicado color anaranjado y cálido de la piedra de su ábside.
Un románico elegante, sencillo e inconfundible; si no lo supiéramos, enseguida nos daríamos cuenta enseguida que rodamos por Segovia
Desde allí no aparece camino que nos lleve de vuelta al pueblo de Duratón, así que, junto a un joven río Duratón, aún saltarín, seguimos por la carretera tranquila que recorre su asimétrico valle cubierto por los dorados reflejos del atardecer.
Con la puesta de sol iniciamos en coche el regreso. Ahora el sol molestaba, ¡qué curioso! Incluso nos hizo parar para ver el pórtico de San Pedro ad Vincula, en Perorrubio, en cuyos capiteles fantásticos rebotaban sus últimos rayos.
Hoy nuestra ruta quedó dividida entre naturaleza y arte. El Sol nos iluminó un paisaje maravilloso de ríos y cañadas; pero nos iluminó también los volúmenes de sus humildes iglesias y las figurillas desgastadas que abundan entre los detalles de su peculiar arquitectura.
Seguimos nuestro viaje de vuelta. Más adelante, antes de Cuellar, ya estábamos de nuevo inmersos en nuestra niebla ensoñadora que nos acompañará otra semana más junto al Duero.